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País de la Cucaña: el territorio donde se atan los perros con longaniza

Localizado en algún lugar indeterminado entre España y Portugal, no tardó demasiado en convertirse en una configuración utópica del medievo
La cucaña pintada por GoyaFrancisco de Goya

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En uno de los lugares de ensueño que se han relacionado con la península ibérica, la isla o el país de Cucaña, se puede decir, como se suele en el proverbio, que «se atan los perros con longaniza». Esta poderosa imagen de una de las más conocidas paremias hispanas nos remite a una utopía alimenticia del folclor, muy presente en los cuentos maravillosos, como el de Hansel y Gretel con la casita de chocolate, relacionada con la idea de la alimentación espontánea, Cucaña es un lugar edénico donde las paredes de las casas son comestibles, los vidrios de azúcar, las calles pavimentadas saben a dulce y de los árboles crecen viandas fabulosas y apetitosas. Es, en suma, una especie de viaje a un lugar de cuento de hadas y que les proponemos esta vez en esta nómina de lugares que no existen.
Paralelo al mítico País de Jauja, Cucaña pronto se convirtió en un lugar utópico en el imaginario del medievo, en poemas y romances de toda Europa, que lo localizaban en algún lugar entre España y Portugal donde se duerme a pierna suelta, no hay que trabajar, las hojas son de pan fino y los árboles dan buñuelos, y los ríos son de vino, leche y miel.
Podemos pensar en los cuadros de pintores flamencos como El Bosco, Brueghel o Jordaens, que pintan un mundo de desenfreno y comida carnavalesca, que se puede situar entre el otoño del medievo y el comienzo del renacimiento. Cucaña es a veces una ciudad, otras un país pero también, tras la típica insularización utópica, se convierte en la isla feliz de la Edad de Oro. A partir del siglo XIII, el tema se difunde especialmente, entre las licencias del carnaval y el ansia de otro tipo de libertades, desde las alimenticias a las sexuales o las políticas. A eso hay que sumar la influencia de relatos de viajes fantásticos como los de Marco Polo y Mandeville, con ecos de Oriente, cuyas tradiciones de cuentos también muestran países como estos.
El tema se reelabora en el imaginario popular y sigue perfilándose en un país soñado por los habitantes de las ciudades y pueblos de esta época. Hay varios textos que remiten a estos lugares de ensueño, a veces con trasfondo religioso, otras recogiendo los viejos mitos de las islas afortunadas, los campos elíseos o la edad de oro. Hay descripciones de la Antigüedad tardía, como el «Totius orbis descriptio» o la «Visio Sancti Pauli», y luego relatos utópicos o de viajes de aventuras con referencias religiosas: no solo San Pablo o Santiago viajan al occidente de promisión, sino también el famoso San Borondón que se supone que remonta al siglo VI pero cuyo viaje con los monjes a la isla mágica que llega su nombre se difunde hacia el X. La tierra de Cucaña se convirtió en un importante motivo popular en los cuentos de hadas que luego pasa a la literatura europea con obras como «Li Fabliaus de Coquaigne», en la Francia del siglo XIII, o «The Land Of Cokaygne», en la Irlanda del XIV.
Tal es la tierra fabulosa por excelencia, el país de felicidad alimenticia de la Edad Media, que no por casualidad se ubica en nuestra península del finis terrae. Luego los romances españoles también lo perpetúan en nuestros lares, pasando a las tradiciones y festividades populares, que seguramente son importadas desde la Europa Central o desde Italia, con estas ideas de paraísos utópicos y prometidos. Como el país de Cucaña, con sus jamones que cuelgan de los árboles, habrá un juego de la Cucaña, que toma su nombre de este país mítico en España, y parece haberse originado también en el siglo XVI y haberse extendido por toda Europa.
La antigua tradición castellana de colocar un jamón en la cima de un gran mástil engrasado, llamado cucaña, y organizar una competencia entre los jóvenes más fuertes para conseguirlo, está en la esencia de esta historia patrimonial. Estas festividades populares se han extendido desde España a muchos países de América Latina y Filipinas. El juego puede jugarse con una cucaña, en modo horizontal, como se ve en el norte de España, y muy característicamente en A Ponte de Padrón, en La Coruña: allí, en las festividades de San Roque en el río Ulla, la cucaña se coloca horizontalmente, untada con grasa, y se debe rescatar el banderín. También se hace de manera vertical en festividades muy variadas como, por ejemplo, las de San Pedro en Tudela de Navarra. Finalmente, recordemos las versiones pictóricas del reino de Cucaña por Brueghel el Viejo y el Juego de la Cucaña por Francisco de Goya. Es un tema de larga tradición y un ejemplo de geografía mítica de lugares utópicos e inexistentes relacionados con nuestro país.