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El padre adoptivo de la hija bastarda de Alfonso XIII

Juana Alfonsa Milán obtuvo su segundo apellido del embajador español en París y albacea testamentario del rey
Alfonso XIII nació en Madrid el 17 de mayo de 1886ArchivoArchivo

Madrid Creada:

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La fecha: 1916. El diplomático José Quiñones de León cedió su apellido a Juana Alfonsa, la primogénita ilegítima de Alfonso XIII con la institutriz de los infantes, Beatrice Noon.
Lugar: París. Quiñones conservó hasta su muerte una fotografía enmarcada de ella, con sus cabellos rubios y oscilantes por la brisa del Sena, junto a imágenes de los infantes.
Anécdota. Cuando le preguntaban por sus memorias, él contestaba: «Lo que se puede contar ha perdido importancia, y lo que todavía la tiene no se puede contar».
El 19 de abril de 1916, Beatrice Noon, nacida en Escocia pero de ascendencia irlandesa y antigua institutriz y profesora de piano de los infantes en palacio, alumbró a una niña en París. De nombre Juana Alfonsa, era la primogénita ilegítima del rey Alfonso XIII y recibió de éste el apellido Milán, dado que el monarca conservaba el ducado de Milán entre sus títulos históricos.
Finalmente, Juana Alfonsa Milán obtuvo su segundo apellido del embajador español en París y albacea testamentario del rey, José Quiñones de León, convertido en su padre putativo. Nacido también en París, el 28 de septiembre de 1873, José Quiñones de León fue a parar allí obligado por las circunstancias. No en vano su padre, miembro de una importante familia leonesa, había seguido fielmente a la reina Isabel II hasta el exilio, en 1868. Más de sesenta años después, lo hizo él también, acompañando esta vez al rey Alfonso XIII en su destierro.
Mientras Juana Alfonsa correteaba aún por las calles de París, en agosto de 1918, Quiñones fue nombrado embajador por un Gobierno de concentración nacional. Antes de la batalla del Marne, ya había sido designado ministro plenipotenciario cerca del Gobierno emigrado a Burdeos.
Pero su vida diplomática propiamente dicha empezó de agregado de la legación en París, con el embajador canario Fernando de León y Castillo, marqués del Muni, convertido en su auténtico maestro de ceremonias. Más una vez, Juana Alfonsa subió con su padre adoptivo a la «peniche» anclada en el Sena para disfrutar de una travesía inolvidable. Quiñones de León compartía la propiedad de aquel barco con el político francés Aristide Briand, precursor de la unidad europea. El embajador español admiraba al ministro de la Tercera República francesa por su implicación en la fundación de la Sociedad de Naciones.
Juana Alfonsa cruzó en aquella embarcación bajo la arcada del puente de Mirabeau, adornado con duendecillos que parecían sostener los cimientos, para alcanzar el puente más moderno de Grenelle, con su réplica menor de la Estatua de la Libertad. Finalmente, coronó el Royal, construido en 1685 por uno de sus antepasados franceses, Luis XIV, apodado el Rey Sol.
Quiñones de León era también un «padre» para los hijos descarriados de Alfonso XIII, como el infante don Jaime, a quien tuvo que sacar más de una vez del apuro a causa de los dispendios de su segunda esposa, la prusiana Carlota Tiedemann, responsable de su trágica muerte. Con don Jaime y don Juan, precisamente, embarcó el diplomático en París, rumbo a Inglaterra, para arreglar unos asuntos de la testamentaría del rey Alfonso XIII, en junio de 1948.
El monarca confiaba ciegamente en él. Quiñones era la discreción personificada. Cuando alguien le preguntaba por sus memorias, él contestaba, enigmático: «Lo que se puede contar ha perdido importancia, y lo que todavía la tiene no se puede contar».
Por su sencillo apartamento de la rue Piccini desfiló también Juana Alfonsa Milán. El diplomático conservó hasta el final de sus días una fotografía enmarcada de ella, con sus cabellos rubios y oscilantes por la brisa del Sena, junto a otras imágenes de los infantes, los reyes y los duques de Alba, a quienes profesaba también un inmenso cariño.
A su entierro, celebrado en noviembre de 1957 en el camposanto francés del Père-Lachaise, acudió Juana Alfonsa, entre docenas de fieles a la memoria de aquel hombre modesto y discreto que dejó escrito en su testamento, a modo de epitafio: «No se invitará a nadie ni se admitirán coronas». Detrás del coche que portaba el féretro, en algunos otros automóviles, se dispuso el reducido duelo presidido por el conde de Barcelona, que había llegado la víspera a París procedente de Lisboa.
Treinta y seis años después, el destino quiso de nuevo que Juana Alfonsa Milán diese el último adiós a su hermano don Juan en la capilla ardiente, instalada en el Palacio Real de Madrid. Su amiga Isabel García Tapia, hermana del doctor que atendió a don Juan en la Clínica Universitaria de Navarra, le dio la noticia de la muerte de su hermano. «Tras la llamada de mi amiga Isabel, me encerré en mi casa y no cogí el teléfono», manifestó, muy dolida, Juana Alfonsa.
Aquel viernes, 2 de abril de 1993, en la misma puerta de la capilla ardiente, evocó así ella a su querido hermano en una de sus contadísimas declaraciones a la prensa, recogida por la periodista Dolores Martínez: «En el año cuarenta y dos empezamos a tener contactos, nos escribíamos, nos llamábamos por teléfono...».

PREDILECCIÓN REGIA

►Al contrario que otros hijos ilegítimos del rey Alfonso XIII, Juana Alfonsa Milán Quiñones de León gozó siempre de un trato preferente por parte de la Familia Real. Empezando por su propio padre, que sentía auténtica predilección por ella, como recordaba su buen amigo y biógrafo Ramón de Franch: «Ya en el exilio, en 1940, el rey se paseaba por Ginebra del bracete de una joven, y la gente dio en pensar que era una nueva amante, cuando lo cierto es que era su estampa, en lo que él tenía de Habsburgo, afinadas las facciones en un óvalo casi perfecto. Joven, un tanto madurilla ya, rubia, algo coqueta y muy elegante, lleva con garbo de princesa la ilegitimidad de su origen. Nació y se educó en París, al cuidado de la Embajada española, cuando Quiñones de León era la eminencia gris de aquella representación diplomática, mucho antes de ser embajador».