Livila, otra mujer bajo la sombra de Roma
Desde su primer matrimonio fue usada como instrumento político, sin llegar a consolidar una popularidad y siendo su recuerdo borrado para siempre
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Claudia Livia Julia perteneció a la más alta aristocracia en la temprana época Julio-Claudia, al inicio del Imperio Romano. Su linaje era notable, con conexiones directas a figuras importantes de la historia romana: fue la única hija de Nerón Claudio Druso y Antonia la Menor y hermana del futuro emperador romano Claudio y del general Germánico, y, por lo tanto, tía paterna del emperador Calígula y tía abuela materna del emperador Nerón. Además, fue sobrina y nuera de Tiberio y nieta de Marco Antonio. Crecer en este entorno tan ilustre implicó asumir responsabilidades dinásticas, y, como todas las princesas de la familia imperial en la «domus Augustana», fue parte de la política matrimonial dinástica planeada por el emperador con el objetivo de fortalecer a la familia en el poder.
Nació alrededor del 13 a. C. Su nombre homenajeaba a su abuela, Livia Drusilla, la influyente esposa de Augusto, primer emperador de Roma. Para distinguirlas, en la familia la pusieron el apodo «Livila» o «la pequeña Livia». Nació después de Germánico y antes de Claudio, siendo la única hermana. De joven no solo fue «torpe pero hermosa», como narra Tácito, sino que fue criada para cumplir con los propósitos políticos de la dinastía, entre ellos el de asegurarse que la estirpe familiar perduraba. Su primer matrimonio fue con Cayo César, nieto de Augusto e hijo natural de Marco Agripa y Julia la Mayor, por tanto, uno de los herederos imperiales. De hecho, Livila fue usada como instrumento político, seguramente por parte del propio Augusto, que la había elegido como esposa del futuro emperador, quizás a expensas de las poderosas Agripina la Mayor y Julia la Menor. Pero su esposo murió joven y los sueños imperiales de Livila se vieron truncados.
En el 4 d.C. volvió a casarse, esta vez con su primo Druso el Joven, hijo del emperador Tiberio. Este matrimonio volvió a situarla en posición de consorte de un posible heredero al trono. Druso y Livila tuvieron tres hijos, incluyendo dos gemelos, uno de los cuales, Tiberio Gemelo, sobrevivió a la infancia y pudo haber representado una continuidad de la dinastía. Sin embargo, sus hermanos y cuñadas eclipsaron su posición. Livila no gozaba de una buena relación con algunos miembros de la familia, especialmente ni con su hermano ni con su cuñada Agripina la Mayor, esposa de Germánico, ya que Livia fue contantemente comparada con Agripina, a quien se veía como una esposa y madre ejemplar, pudiendo asegurar la continuidad de la dinastía (siendo la madre del emperador Calígula y Agripina la Menor). Livila nunca logró la popularidad ni la posición que su cuñada alcanzó.
Las anécdotas, poco fiables, la situaron como una pérfida usurpadora, que inicia una relación con Sejano, el poderoso prefecto del pretorio de Tiberio, y que fruto de ese amor ilícito fue la elaboración de un plan para envenenar a su esposo, Druso el Joven, en el año 23 d.C., con la intención de allanar el camino de Sejano hacia el poder. Seguramente Sejano asesinó a Druso en defensa propia. Después de este incidente, Sejano solicitó a Tiberio la mano de Livila en matrimonio, aunque en un primer momento el emperador rechazó la propuesta.
En el año 31 d.C., todo cambió. Antonia la Menor, madre de Livila, descubrió y denunció los planes de Sejano para usurpar el trono. Tiberio actuó de inmediato: Sejano fue arrestado y ejecutado, y una purga sangrienta se desató en Roma, acabando con sus aliados y familiares. La implicación de Livila en la traición fue escrita por la ex esposa de Sejano, Apicata, en una nota antes de suicidarse que la acusaba de ser cómplice en el asesinato de Druso. Se interrogó bajo tortura al esclavo Lygdus y al médico Eudemo, quienes confirmaron las acusaciones. Como castigo, Tiberio entregó a Livila a su madre, quien la encerró en una habitación hasta que murió de inanición.
Los historiadores Tácito, Suetonio y Casio Dio vieron en Livila una mujer con un papel conspiratorio que carece de sentido, ya que va la situaría como cómplice de la destrucción de su propia extirpe. Pero quizás la historia de Livila sea uno de los casos claros de mujeres atrapadas en las complejas intrigas de poder. Su vida, marcada por el intento de consolidar un futuro para su linaje, terminó de manera cruel y su recuerdo fue borrado para siempre, ya que, al año siguiente de su muerte, en el 32 d.C., el Senado aprobó una «damnatio memoriae» en su contra (en realidad, como daño colateral a la ambición de Sejano), borrando su nombre de las inscripciones y destruyendo sus estatuas. Muy pocas representaciones de ella sobreviven hoy en día, y algunas muestran signos de daño deliberado, como recuerdo de la deshonra que le impuso Roma.