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Cuando se armó el pifostio en el Ateneo

En abril de 1975 se montó un guirigay en el Ateneo de Madrid a costa de la presentación del libro «El varón polígamo», de la polémica Esther Vilar
Cuando se armó el pifostio en el Ateneo
Esther VilarAFP
Jorge Vilches

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El salón del Ateneo de Madrid parecía una cantina al más puro estilo «spaghetti western». No había escupidera, pero los insultos y los empujones aventuraban un final digno por lo menos de la película «OK Corral». «¡Machista!», gritó uno con barba y gafitas. «¡Hembrista!», contestó otro vestido con jersey de rombos como si fuera en sí mismo una serie picante de televisión. La trifulca era teatral. La gente se dejaba agarrar por otros para no pegarse, y otros se pegaban para no agarrarse. El motivo eran las palabras de Esther Vilar durante la presentación de su libro «El varón polígamo», que era la segunda parte de «El varón domado». Estamos hablando del día 21 de abril del año 1975.  
La última obra de la autora germano-argentina se había convertido en un auténtico bestseller en España. En el número uno. La habían invitado al Ateneo, presidido a la sazón por la historiadora y política Carmen Llorca. Sus teorías tenían un enorme impacto social y el acto podría relanzar la institución. Esther Vilar defendía que el mundo pertenece a las mujeres, que ejercían una dominación económica y sexual sobre los hombres. Las féminas eran educadas, decía la escritora, para explotar a sus maridos, y los varones para ser explotados. El hombre sufría una enorme presión social para pasar el día trabajando para su mujer e hijos, contaba la socióloga, o para defender militarmente al país, y se medía su hombría si cumplía con ese papel. «La mujer no atribuye al hombre más valor que su función alimenticia –se podía leer en «El varón domado»– como una máquina que produce valores materiales».
Estas ideas atrajeron a muchos seguidores y detractores al Ateneo madrileño. Así, el salón se llenó para la presentación de «El varón polígamo». Que hubiese un escrache parecía impensable. Esther Vilar apareció con un vestido ceñido. El pelo le caía sobre los hombros. No era demasiado agraciada, pero su sonrisa parecía esconder un secreto. Tras las palabras protocolarias empezó a hablar con acento alemán. «Cuando un hombre se casa significa que va a trabajar para dos personas, mientras que está bien visto que la mujer se quede en el hogar», soltó provocando los primeros murmullos. Las féminas eran manipuladoras –dijo también–, y los varones buscaban ser útiles. Los hombres cobraban más que las mujeres –siguió contando–, pero el dinero familiar era manejado por ellas.
Crítica al relato feminista
La dura crítica al relato feminista sentó fatal a una parte del público. Unas mujeres se levantaron a la vez haciendo un triángulo con sus manos, y corearon: «¡Divorcio y derechos… para la mujer!». Se oyeron silbidos, que fueron apagados por los aplausos. Carmen Llorca, democristiana, empezó a arrepentirse de la invitación a aquella socióloga tan polémica, aunque se acomodó en la butaca. Si hubiera tenido palomitas a mano seguro que habría dado buena cuenta de ellas. El follón interrumpió a la oradora. Esther Vilar sonrió. Lo había conseguido. Era lo que quería.
«Las mujeres están destruyendo a los hombres», dejó caer como una bomba en el salón del Ateneo de Madrid. El rugido provocado alertó a Cánovas del Castillo y a Martínez de la Rosa, que se quedaron mirando la escena desde sus cuadros. Hacía décadas que no pasaba nada así allí. «Si las mujeres quieren tener los mismos derechos, deben tener los mismos deberes que los hombres», lanzó al numeroso público. «Los varones se jubilan cinco años más tarde, el servicio militar es para ellos –siguió hablando la escritora–. En un divorcio, y lo verán cuando lo haya en España, la casa y los niños son para las madres y no se tienen en cuenta los sentimientos de los padres. Los modales, la cortesía del varón, no es más que servidumbre que beneficia a las mujeres. Las relaciones sexuales las marcan las féminas, y las utilizan para manejar a los varones». La gresca se montó entonces como un torbellino, arrasando todo a su paso. La gente se levantó de sus asientos. Unos increparon a la autora, otros la defendieron. Dos comenzaron un breve pugilato.Carmen Llorca acabó su vaso de agua para pasar el trago. Esther Vilar no se sorprendió. Llevaba años así. Lo había contado el día anterior en la entrevista que le hizo José María Íñigo en su famoso programa «Directísimo», en TVE.
Muchas veces había dicho a la Prensa que las feministas no entendían que criticar a las mujeres no era un pecado o una traición, sino un acto de liberación porque no eran seres perfectos. «Las mujeres han estado abusando sin que nadie lo haya señalado. El feminismo victimiza a las mujeres, las santifica por el simple hecho biológico –dijo acercándose al micrófono–, y criminaliza a los hombres solamente porque lo son».
A partir de ahí ya no se pudo escuchar nada. El espectáculo estaba servido en el salón. Carmen Llorca dio por terminado el acto, tomó a la escritora Esther Vilar del brazo y salieron entre bastidores. El público abandonó el Ateneo como buenamente pudo. Unos rodaron por las escaleras, otros lo hicieron hasta el bar de enfrente. Ellos intentaron pagar las cañas. Ellas, por supuesto, no se dejaron invitar. Faltaría más.