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María Blanchard, la cubista olvidada que se codeó con Picasso y Juan Gris

La santanderina fue uno de los grandes exponentes del cubismo y logró fama como tal en su época, pero su obra no ha obtenido el reconocimiento que merece en el presente
La Razón
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  • Isabel Cendoya

    Isabel Cendoya

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Esta santanderina, nacida en 1881, luchó contra las deformidades que sufría su cuerpo y, alentada por su querida y culta familia, tras abrazar el arte, se mudó a Madrid para perseguir sus sueños. De Madrid a París, María Blanchard conseguirá volverse una de las artistas españolas más conocidas del entorno bohemio del barrio de Montparnasse y llegará a ser nada menos que una de las mayores representantes del cubismo. A causa de una caída que sufrió su madre, María nació con una visible malformación en la espalda por la que se le desarrolló una joroba prominente y no solo era obvia, sino que también le hacía sufrir fuertes dolores, que le provocaban tanto vergüenza como un incesante sufrimiento. Sin embargo, María pudo encontrar una manera de consolarse, el arte, en el que podía transmitir su visión del mundo y la búsqueda de la belleza, que tanto le apasionaba.
En Madrid, estuvo como aprendiz en el estudio de Emilio Sala, uno de los pintores más reconocidos de su época. Al trasladarse su familia entera a la capital, debido a la muerte de su padre, Blanchard pasará al estudio de otros dos buenos artistas, Fernando Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito. Gracias a su participación en exposiciones de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, su figura fue adquiriendo cierto renombre. Así fue como el ayuntamiento de Santander le concedió una beca para que pudiera proseguir sus estudios en París, el epicentro artístico del momento.
Allí hará amistades muy importantes con artistas del momento como Anglada Camarasa, Angelina Beloff, Diego Rivera, María Vassilief, Picasso y Juan Gris. Progresivamente irá adentrándose en los círculos vanguardistas, especialmente gracias a la rusa María Vassilief, quien la introducirá al cubismo, estilo que desencadenará una pasión que María no se tomará a la ligera, hasta llegar a ser considerada la mujer más importante del movimiento. El cubismo era un estilo vanguardista que buscaba romper con la tradición, desligarse de los conceptos establecidos del arte mediante la búsqueda de un nuevo lenguaje artístico que mirara más allá de la realidad, es decir, como si pintaran lo que está en un nivel más profundo, lo que llaman ellos la «pura verdad», siendo el cuadro el mero resultado del proceso pictórico. Si analizamos varios documentos que escribieron los propios cubistas, nos enseñan los principios de su estilo: la distorsión, el giro de objetos, los cortes en el plano, la ruptura de líneas, la superposición de distintas vistas de objetos, planos positivo-negativos, las líneas geométricas exactas y los distintos materiales y técnicas para el tratamiento de la superficie.
Conversión religiosa
En Francia, país del que no regresaría nunca tras una breve vuelta a España, logró obtener una enorme fama y pudo exponer en la Exposición Nacional de Bellas Artes y en el Salón de los Independientes de París, a donde iba el arte que se separaba del academicismo. A pesar ser conocida por su cubismo, algo más de una década antes de su muerte en 1932, regresará a una figuración más realista. Uno de los aspectos más llamativos de su biografía y que pocas veces se cuenta es que, pese a provenir de una familia no religiosa, y ya avanzada su vida, sin las ansias de la juventud, con mucha vida recorrida y sus ideas asentadas, María se convirtió. Al experimentar la religión de una manera más próxima (gracias a una familia a cuya una de las hijas enseñaba a pintar) María comenzó a interesarse por el catolicismo, aunque su verdadera conversión no sería hasta unos años después, cuando vivió la muerte de uno de sus más queridos amigos, el pintor Juan Gris, uno de los más grandes cubistas. A partir de entonces tuvo una conversión definitiva.
Fue en todas sus obras ejemplar, destacando sobre todo el cuidado a los más desfavorecidos. Según nos cuentan sus coetáneos, acogía a vagabundos, prostitutas y pobres, de los cuales se conservan algunos retratos que Blanchard les hacía. Además, queriendo completar su mayor deseo, el de ser madre, ayudaba a los niños con donaciones a los orfanatos locales y atendía a todo aquel que lo necesitara, entregándoles comida, y también, a los pequeños, juguetes. Tras su muerte, en el Ateneo de Madrid se realizó un homenaje a su figura, de la que Federico García Lorca llegó a decir que le sorprendía que María, en vez de estar resentida con el mundo por sus condiciones físicas, era una persona «dulce y piadosa». La mayor parte de su obra se encuentra en el Museo Reina Sofía, e incluso en 2021, el Museo del Prado compró una pintura suya, lo que nos muestra una esperanza en el futuro que le aguarda a la obra de esta gran artista.