Hispanofobia, o por qué el Día de la Hispanidad está en crisis
Recordamos hoy, 12 de octubre, que la Leyenda Negra fue el primer pretexto de este movimiento para denigrar la herencia española
La crisis de la hispanidad actual procede del Foro de Sao Paulo, empeñado en crear un socialismo del siglo XXI basado en el indigenismo, la cancelación woke, el victimismo y el repudio al capitalismo. En su proyecto necesitaban reproducir el discurso contra España como potencia colonialista que, a su entender, aniquiló las culturas propias, fundadas en la solidaridad y el protocomunismo, cometió un genocidio, robó y empobreció al Continente, e introdujo las formas “nefastas” del capitalismo. El objetivo de todo aquel cuento contra la hispanidad era salvar el ideal comunista tras la caída del Muro de Berlín y de la URSS.
Los padres de aquel invento que negó la hispanidad como recurso político fueron la Cuba de Castro y el Brasil de Lula de Silva. En ese año 1990 todavía el Foro tenía reivindicaciones antiguas y hablaban de antiimperialismo, antineoliberalismo, y de “otro mundo es posible”. El grupo se reforzó con el triunfo de Chávez en Venezuela en 1998. Por fin, un país democrático caía en las mieles del socialismo del siglo XXI, pensaron; eso sí, siempre auxiliado por la inteligencia cubana. El chavismo fue una ideología ramplona, caudillista y populista que se inventó un bolivarianismo al servicio del socialismo y del dictador. El resultado era una especie de indigenismo comunista bañado en petrodólares. La retórica contra España aumentó, no solo llamando golpista al gobierno español, sino sacralizando una historia inventada. Por ejemplo, la espada de Bolívar, la misma con la que asesinó a españoles, era exhibida como un símbolo de la nueva Era.
El Foro de Sao Paulo creció. No solo tenía ahora más dinero, sino que estaba respaldado por Rafael Correa de Ecuador, Bachelet de Chile, Mújica de Uruguay, Roussef de Brasil, Ortega de Nicaragua, Kirchner de Argentina, y López Obrador de México, entre otros. El enemigo histórico eran los imperios. Al norte, Estados Unidos, y en la historia, España, cuyo legado cultural y humano se rechazaba con una retórica populista y contradictoria. Al calor del dinero y de la nueva revolución se acercaron los que fundaron Podemos, que intervinieron a través del Centro de Estudios Políticos y Sociales, que recibía financiación a cambio de asesoramiento e informes. Nació entonces el vínculo entre el socialismo del siglo XXI proveniente de Hispanoamérica y los comunistas españoles. Eran los tiempos en los que Iñigo Errejón decía que Venezuela podía dar lecciones de democracia a Europa. Así surgió Podemos, un partido de extrema izquierda, populista y totalitario, con la idea de trasladar a España aquella mentalidad.
Esta es la razón de que sean señas de identidad de Podemos tanto el desprecio a la hispanidad como el respaldo al indigenismo socialista. De hecho, cuando Manuela Carmena, podemita singular, fue alcaldesa de Madrid, lo que en la capital se celebró el 12 de Octubre fue el indigenismo, no la comunión cultural y humana entre ambas orillas del Atlántico. Solo así empezó a verse en los balcones consistoriales la wiphala, una bandera multicolor a cuadros, símbolo de la resistencia a España.
Otro caso fue el de Ada Colau, la que fue alcaldesa de Barcelona, que suprimió la Plaza de la Hispanidad en 2017 con el apoyo del PSC. No fue lo único de la podemita, que en 2015 declaró que era una “vergüenza” que el 12-O se celebrara un “genocidio”. Lo mismo dijo Pablo Iglesias en 2016 criticando a los que “pretenden celebrar la colonización”. Repitió el mismo discurso contra la hispanidad cuando fue vicepresidente del Gobierno de España. Peor fue lo declarado por el entonces alcalde de Cádiz, hoy dedicado a sus labores, “el Kichi”, José María González. Usando un plural mayestático imposible porque nos separan varios siglos, afirmó: “Nunca descubrimos América -dijo el que fue profesor de secundaria-, masacramos y sometimos un continente y sus culturas en nombre de Dios”. Y ya en el mundo de la comedia, un concejal comunista de Mijas propuso que no se pusiera “Avenida del Descubrimiento” a una calle por hacer referencia a una hispanidad imperialista y de “limpieza étnica”, y que se nombrara “Villa Romana”, en alusión a otro imperio que en su día sí acabó con los pueblos peninsulares.
La mitificación de las etnias, y es preciso recordar que el mito se contrapone al logos, al conocimiento y a la ciencia histórica, ha llevado a su victimización espuria y a la cancelación de la hispanidad. Sin embargo, no había un paraíso indígena antes de la llegada de los españoles en 1492. Lo cuenta, por ejemplo, Charles C. Mann en “1491. Una historia de las Américas antes de Colón”. Las tribus se masacraban mutuamente, cometían canibalismo, asesinatos, violaciones y torturas. Asolaron el paisaje, como el Amazonas, para plantar árboles frutales. Era un mundo de imperios y pueblos sometidos. Estos últimos vieron en los españoles unos buenos aliados para librarse de sus dominadores indígenas.
El cuento de la Leyenda Negra es el soporte básico de la hispanofobia. Por supuesto, en esa interpretación maniquea de la historia se obvia que los pueblos indígenas no eran precisamente pacíficos entre ellos, que no hubo genocidio sino mezcla de razas y pueblos, que se crearon universidades y hospitales, y que se llevó la ciencia y la ilustración. También se olvida la historia posterior a la presencia española en hispanoamérica, con guerras civiles y entre países fronterizos, golpes de Estado, vulneración de los derechos humanos, pobreza, mafias y dictaduras. Claro que, en el pensamiento indigenista y comunista, estos fracasos son la herencia española.
Esa izquierda, que ahora sigue en el Grupo de Puebla, repite la Leyenda Negra, lo que Rafael Altamira, gran historiador español, llamó “hispanofobia”. Pero ya lo dijo el hispanista Henry Kamen: “La leyenda negra es para aquellos que no estudian historia”. La idea es que España es un país construido sobre el racismo y la explotación de los pueblos americanos, una nación de la que avergonzarse, y a la que hay que cambiar por completo negando que fuera un factor positivo o de progreso para la Humanidad. Así, cualquiera que defienda cualquier episodio de la historia española o que le parezca bien su lengua y cultura, es tachado de facha o ultra. Este ataque se hace en nombre de la “cultura” y la “justicia”, pero ignora que, a diferencia de otras potencias que exterminaron a los aborígenes y no aportaron nada a esos pueblos, España creó 23 universidades en aquel continente entre el siglo XVI y el XVIII. Allí estudiaban españoles, criollos, indios y pardos desde medicina hasta derecho, sin ningún tipo de discriminación racial o étnica. Así mismo se construyó una red de hospitales desde 1503 para la población indígena, con 25 grandes hospitales para 1550.
La hispanidad fue justamente eso, el progreso. De las universidades creadas por España salieron 150.000 licenciados hasta 1824. Entraron 30.000 libros solo en el siglo XVI. Ciudad de México y Lima se colocaron a nivel europeo. Los españoles, sobre todo sacerdotes, recogieron la cultura indígena, que se hubiera perdido de no ser por ellos. Aquella hispanidad fue el instrumento de avance de un continente, que ningún otro imperio europeo ha hecho jamás en las edades moderna y contemporánea.
La hispanofobia ha aprovechado el movimiento woke para arremeter contra los símbolos de la presencia española en Hispanoamérica. El proyecto pasaba por derribar estatuas, quitar cuadros, cambiar nombres y negar realidades. Ese socialismo del siglo XXI encontró en la cancelación cultural un modo de crear una mentalidad hegemónica que pusiera las bases para su dominio político. La retirada de los espacios públicos de las referencias a España y a lo hispano era la ejecución de una sentencia política. Es así que esa hispanofobia ha llevado a derribar estatuas de Colón y Fray Junípero Serra -que entregó su vida al cuidado de los indígenas-, o de Isabel la Católica en California. En España ha sucedido también. El gobierno de Cataluña ha decidido este 2023 retirar los murales de la hispanidad en el Palau de la Generalitat, que recuerdan la llegada de Colón a Barcelona y a los Reyes Católicos.