El motivo por el que el Duque de Alba perdió la guerra de Flandes
El historiador Álex Claramunt rompe el tópico de una guerra religiosa y desvela que la revuelta se produjo por un alto sistema impositivo, las malas cosechas y el estancamiento del comercio internacional
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Álex Claramunt aventura enseguida el motivo de que Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, hombre de carácter recio, con 60 años mesándole ya los cabellos y quizá con justa fama de militar severo y bravo, fracasara en la misión que Felipe II le encomendó en 1567: acabar con los insurrectos flamencos y sus desleales pretensiones. «Falló, como hubiera fallado cualquiera, porque no luchaba contra un ejército; luchaba contra lo que no se puede luchar, ni él ni ningún otro contingente en esa época: la geografía».
El historiador es de conversación prudente y erudita. Su expresión es serena y los sentimientos hay que ir a buscárselos a los ojos, que es por donde le asoman las emociones. Esto sucede cuando describe los padecimientos de los tercios españoles en un terreno híspido y duro. Ahí su mirada toma realce y brillo. «Los Países Bajos eran el lugar menos adecuado para una guerra ofensiva. En el colofón del libro he consignado una cita que hace relación a esto: “Es guerra que hasta hoy no se ha visto ni oído semejante, ni país más extraño para ella”. Esto es por un motivo meridiano. El Duque de Alba encargó a un cartógrafo de Ámsterdam un mapa de Holanda. Ahí vemos que está lleno de canales, diques y lagos. Es una zona conocida como Waterland. Hacer campañas ahí entrañaba enormes problemas de logística. No había una hueste del siglo XVI que estuviera preparada para eso. Al cavar trincheras, afloraba el agua enseguida. Era imposible aproximarse a las murallas, difícil suministrar provisiones y los únicos diques que permitían eso, eran muy estrechos y eran atacados por los rebeldes».
"Las canciones del populacho son el origen de la percepción negativa del soldado español"Álex Claramunt
Álex Claramunt hace un inciso para intercalar la descripción de una estampa: soldados aislados, encamisadas, hambre, un frío atroz y muchas penurias. «Solo hay que leer los testimonios. Algunos estaban con el agua hasta las rodillas en enero, una época fría en una región fría. Eso significaba que no podían buscar comida ni recibían comida ni ir a granjas para abastecerse. El epítome es Julián Romero. Él sobrevive, pero le faltaba una pierna, un brazo y un ojo. La herencia de treinta años de campañas por toda Europa».
Así es como combatieron los tercios, con esas condiciones. «Los rebeldes cortaron en varios momentos las vías para llevar alimentos y el mismo Duque de Alba declaró que nunca se había visto en mayor congoja cuando eso sucedía. La desembocadura del río Escalda era una zona de bajíos. Por esa área había islas que aparecían y desaparecían en cuestión de horas. No era sencillo navegar en unas aguas tan traicioneras, donde no sabías si podías encallar. Era un lugar diabólico».
Pero, ¿por qué se levantó Flandes? Álex Claramunt rompe con la historiografía en «Es necesario castigo» (Desperta Ferro) y va más allá de un conflicto de religiones o esa idea de España contra flamencos. «Esta guerra ha sido mal contada, no con una vocación de manipulación, sino por desconocimiento. En gran medida es la misma visión que se plasmó en los cronistas de Felipe II. Pero existen documentos contrapuestos».
–¿Cuáles fueron los motivos?
–Una crisis social y la economía subyacente, algo que conocían los ministros. En las crónicas españolas se insiste en que la herejía fue la semilla de la revuelta y de todos los disturbios, pero esa visión, la desmienten los informes de los propios ministros al contar la difícil situación en la que vive la población. La religión, más adelante, fue un obstáculo, pero no es el motivo: existe una sobrerepresentación de los protestantes en el lado rebelde, pero entonces era un número escaso. La mayoría de los rebeldes, al principio, no eran protestantes, sino católicos desafectos. Eran personas descontentas. Son ellas las que hacen que se abran las puertas de las ciudades al enemigo del rey. Eso lo dicen los ministros. El pueblo ha devenido en desesperación por la interrupción del comercio, la carestía de alimentos y el alojamiento soldados. La revuelta de Flandes fue resultado de una grave crisis económica.
"La política de reputación de los Austrias juega en contra de la imagen actual de España"Álex Claramunt
–¿Cómo actuaron de tercios?
–Los soldados también eran alemanes, italianos... Cuando tienen oficiales disciplinados, lo hacen adecuadamente y, si no, actuaban de una manera más agresiva con la población. Lo interesante en la naturaleza de los soldados desplazados a Flandes es que iban con una misión por todos conocidos: restaurar el orden. Por esto, las relaciones con la población local estaban abocadas a cierta tensión. Hay que saber que los asentamientos de las tropas en los Países Bajos siempre se habían producido en las fronteras, mientras que en Bruselas, Gante y Amberes nunca había ocupación de tropas.
–Pero eso cambia.
–Con el Duque de Alba. Forma parte de una estrategia para fidelizar a la población y evitar disturbios. Se procedió con el alojamiento a la lombarda, como en Italia: los civiles deben compartir con los soldados sus casas, proporcionarles habitación, velas, leña, instrumentos de cocina y ropa de cama para que puedan vivir. Lo único que pagan son los alimentos. Pero claro, cuando a un señor de Bruselas le metes un soldado en casa, mucha gracia no le hace. Y cuando los soldados no son pagados adecuadamente, estas relaciones se tensan más. Esto estalla cuando ese vecino con el que el soldado no se lleva demasiado bien se convierte en enemigo, o susceptible enemigo, y abre las puertas a los mendigos del mar, las tropas de Guillermo de Orange. Si además, la autoridad se ha evaporado y la situación es de carestía... las tropas se ven en la tesitura de enfrentarse a civiles armados, capacitados para hacer frente a huestes regulares. Estos choques se producen y concluyen con violencia desde el inicio.
"El Duque de Alba era militar y asumió que su papel era el trabajo sucio para que Felipe II pareciera benévolo"Álex Claramunt
–La leyenda negra...
–La base son los relatos que van de boca en boca. Son un tipo de composiciones y canciones de corte popular que cantaban los mendigos del mar, y los habitantes. El ejemplo es el Wilhelmus, el himno nacional de los Países Bajos. Estas canciones transmiten el sentir. Son elementos recurrentes en relación con los españoles y hacen referencia a masacres y momentos de rapacidad. Estas canciones son compuestas por el populacho y es el origen de la percepción negativa de los soldados españoles.
–La imagen de España...
–Entonces se decía que «nos odien con tal de que nos teman». Los Austrias tenían que mantener la reputación y por eso combaten en contiendas militarmente no aconsejables: la empresa de Inglaterra, las guerras de religión. Luego esa reputación juega en contra de la imagen actual de España. Pero nadie se para a pensar: ¿Qué otra cosa podía hacer Felipe II? En términos de geoestrategia, ¿debía permitir que Francia o Inglaterra se salieran con la suya? Era complejo. A mí no me desagrada la imagen del español temido.
–¿Y el Duque de Alba?
–Tras leer su correspondencia, te acaba cayendo bien. Era militar, su papel es el trabajo sucio para que luego Felipe II parezca benévolo.
Álex Claramunt saca a relucir datos importantes, a veces obviados, como todos aquellos flamencos leales a la corona española que jamás se mencionan, tanto en el primer momento de la revuelta en 1567, como después, cuando los calvinistas desplegaron su aire de intolerancia en las ciudades. «Es necesario castigo» (Desperta Ferro), que está repleto de batallas, piratas, nobles desleales y combates imposibles, también da cuenta de una diferencia crucial entre Carlos V y Felipe II respecto a Flandes. «Carlos V hablaba francés y era considerado por los flamencos como uno de los suyos. Eso no sucede con Felipe II. Uno de los cronistas de este reinado refiere que cuando Felipe II viajó a Países Bajos en su segundo viaje, cuando fue nombrado Duque de Brabante, que los flamencos y la nobleza de allí, lo veían solo como español y no se ganó su afecto porque no hablaba francés y estaba siempre rodeado de consejeros españoles. En cambio, Carlos V, en su corte siempre había nobles locales. Compartían la afición por la caza, los torneos, los bailes y la cerveza, que, en esa época, generaba sentido de comunidad. Felipe II con lo único con lo que disfrutaba eran con las procesiones religiosas y el baile. Le costaba relacionarse con los nobles locales».
En este aspecto subraya un aspecto que ya había mencionado Geoffrey Parker. «Si Felipe II, en 1568, hubiera ido a los Países Bajos, hubiera bastado para impedir las revueltas, pero con la crisis dinástica por la muerte del príncipe y la reina, al no haber un heredero varón ni consorte, y con la rebelión de las Alpujarras, le disuaden de ir a los Países Bajos». El propio Guillermo de Orange reconocía en una carta que «la población controlada por los rebeldes era tan aficionada a los Austrias que todo volvería al orden si se volviera al régimen del anterior gobierno y se tolerara el protestantismo». Pero Felipe II no estaba dispuesto a ceder en esas cuestiones.