Impelido por el mal ejemplo de su primo el príncipe de Gales, futuro
Eduardo VII de Inglaterra, el rey
Carlos I de Portugal vagó como un espectro por los corazones de un sinfín de mujeres. El hijo de la reina Victoria de Inglaterra vivía solo para sus yates a vapor y a vela, sus lujosos automóviles y, cómo no, para sus amantes captadas lo mismo en teatrillos de variedades que en castillos escoceses.
Carlos siguió su estela, hallando así fácil distracción entre las campesinas de los alrededores de Vilaviçosa. Hubo quien dijo, incluso, que un gran número de paletos del Alentejo debían tener un poco de sangre Coburgo.
Los incondicionales de «Ma- xim’s» llamaban a Carlos «Su loción», en alusión al agua de Portugal que hacía crecer el pelo, según comentaban. Una caricatura de la época mostraba así a don Carlos dirigiéndose a Windsor mientras decía: «Su loción busca una satisfacción». Las malas lenguas, a veces bien informadas, aseguraban que el monarca instaló en Lisboa a una brasileña que conoció en París, María Amelia Laredo, llamada curiosamente igual que su esposa. De esta supuesta relación extraconyugal nació María Pía de Sajonia-Coburgo-Braganza el 13 de marzo de 1907, un año antes de que el rey Carlos muriese asesinado en la plaza del Comercio de Lisboa.
Conocida también por el seudónimo literario de
Hilda Toledano, María Pía sostuvo hasta su muerte, acaecida el 6 de mayo de 1995, que era hija ilegítima de Carlos de Portugal. En su longevidad, contrajo tres matrimonios: el primero, con Francisco Javier Bilbao Batista, un cubano fallecido en 1932; a continuación, con el italiano Giuseppe Manlio Blais, muerto en 1983; y finalmente con el portugués Antonio da Costa Amado-Noivo, 45 años más joven que ella. La propia Toledano, que no le andaba a la zaga a su padre, cuenta en sus memorias «Recuerdos de una infanta viva» sus amoríos con el rey Alfonso XIII, Mussolini o el dictador cubano Batista.
Una mujer de mundo, sin duda, con los genes de Braganza grabados a fuego, según ella, en la sangre. La infanta Eulalia de Borbón, hija de Isabel II y tía de
Alfonso XII, se parecía bastante a Hilda Toledano. De uno de sus incontables amantes daba fe su propio marido, el infante Antonio de Orleáns, en una extensa carta a
Isabel II fechada en París el 21 de marzo de 1900. Tras quejarse a la reina de que su hija dosificaba de forma inhumana las relaciones íntimas con él («reloj en mano», especificó), descubría el «pastel» de Eulalia con el conde de Jametel: «Querida mamá:
Te extrañará esta carta mía, pero yo ya tengo madre y entonces me dirijo a ti que eres la madre de mi mujer que creo no conoces suficientemente para que sepas todo lo que me ocurre. Sabrás que hace ya bastantes años mi mujer por causa de ella es como si no existiese para mí. Empezó por darme el tiempo fijo para estar con ella con reloj en mano y luego fue alejándose de mí diciendo que estaba enferma de la matriz y que el médico le prohibía usar del matrimonio y por último que me quería únicamente como primo y no como marido [...]
Todo eso era una comedia para estar ella libre y ver a sus numerosos amigos que ha tenido con entera libertad creyendo que yo no sabría nada [...] Pues bien, desde su último regreso está cada día más desatinada y sé que aunque diga que no, se pasa todo el día con el Conde de Jametell [sic]. Va a todas partes con él entrando en tiendas y cuando van los dos a jugar al “lawn tennies” [sic] se cambian de traje en el mismo cuarto, 3, Rue de Civry; luego ella se desnuda delante de él [...]
Pregúntale a tu hija a dónde fue a comer el jueves 15, a ver si puede ocultar el “cabinet particulier” [sic] en donde estuvieron los dos encerrados por dentro, estando un amigo mío y testigos que podrían justificarlo enseguida en el cuarto inmediato al suyo oyendo todo. [...] Por último, pregunta a todos mis criados, empezando por el negro, cuántas veces va por día el Conde a casa y si sube al tocador o adónde, y pregúntale también a los policías y a todos los cocheros de la estación qué hay sobre el particular...». Desenmascarada ante su madre por su propio esposo, Eulalia satisfacía entonces su lujuria con Georges Maurice (Jorge) Jametel, como se llamaba en realidad su amado conde.
El aborto de la infanta
Nacido en San Petersburgo en 1859, Jametel era cinco años mayor que Eulalia de Borbón. En 1886, meses después de la boda de Eulalia con Antonio de Orleáns, adquirió su título condal al Vaticano. Pero el asunto iba más lejos: cuatro años antes de su carta a Isabel II, el infante Antonio de Orleáns envió otra a la reina regente María Cristina asegurándola que Eulalia había tenido un aborto de Jametel. La infanta calló este hecho en sus memorias, como hizo con sus relaciones con Carlos de Portugal y el conde de Jametel. La carta de Antonio de Orleáns, datada en París el 21 de julio de 1896, dice entre otras cosas: «Eulalia ha venido de St. Beatenberg aquí para hacerse una operación de que le rascaran la matriz ya que no se le paraban sus cosas. Según yo me he enterado por los médicos no proviene más que de un aborto».