Un perro y un robot, amigos del alma en la asombrosa "Robot Dreams"
Pablo Berger presenta «Robot Dreams» una película de animación conmovedora y deliciosa sobre la amistad
Pablo Berger siempre está donde menos se le espera. Seis años después de “Abracadabra”, ¿quién podía vaticinar que sería seleccionado en Cannes, fuera de concurso, con una película de animación? ¡Y qué magnífica película es “Robot Dreams”! Esta adaptación de la novela gráfica de Sara Varon, publicada en 2007, puede parecer alejada de los intereses del cineasta bilbaíno, pero tiene significativos puntos en común con su obra anterior: es, como todos los suyos, un filme de época (transcurre en la Nueva York de los ochenta); como “Blancanieves”, carece de diálogos; y está atravesado por una suave melancolía, la que ya impregnaba “Torremolinos 73”.
Berger no es ajeno al mundo del cómic. En conversación con él, nos recordaba que su primer corto, “Mama”, ya estaba inspirado en la obra del dibujante francés Vuillemin. “La animación es la mejor manera de acercarse a la película soñada. No hay accidentes, tienes un control absoluto sobre el proceso”, explica. ¿Y qué tenía de especial ese sueño? “Me dio la oportunidad de hacer una carta de amor a Nueva York”, ciudad en la que Berger vivió diez años, “además de añadir todo tipo de juegos con la cultura pop y referencias cinéfilas, en línea con mi estilo de cine, que es muy barroco y atento a los detalles”.
Imaginen, pues, un Nueva York donde sus habitantes son animales y los robots, mascotas. Sumergido de lleno en la soledad urbana, Dog se compra su robot de compañía. Comen, patinan, juegan juntos. Después de un idílico día de playa, el robot, oxidado, queda estancado en la arena. Y allí sus caminos se separan: Dog prueba a buscar nuevas amistades y el robot sueña con salir de su entierro. Dos soledades que lidian con la pérdida son las protagonistas de esta conmovedora delicia, que, desde un dibujo de línea clara y con el sentimiento a flor de piel, se alinea con lo mejor de la animación japonesa. “Las películas de los estudios Ghibli, de Miyazaki y Takahata, son ineludibles”, admite. “Pero voy más atrás, a mi infancia, a Heidi y Marco. El cine de animación japonés habla de emociones, que es lo que a mí me interesa. También me tocan la fibra películas europeas, como “Mi vida de calabacín” o “I Lost My Body””. La carencia de diálogos potencia esa emotividad desde un trabajo expresivo minimalista, muy contenido, que se expande entre las referencias al cine cómico mudo (Chaplin a la cabeza), a clásicos como “El mago de Oz” y a las coreografías fractales de Busby Berkeley, amenizadas con una banda sonora que adopta como himno el “September” de Earth, Wind & Fire. “Procedo de una familia que se dedicó a la música. Yo, de pequeño, soñaba con ir a un festival, pero no al de Cannes sino al de Eurovisión”, explica Berger. “Por eso pienso que la escritura del cine, solo con imágenes y música, da más espacio al espectador para completar la película, logrando una experiencia sensorial parecida a la de “Blancanieves””.
“Robot Dreams” no necesita ningún villano para mantener viva la trama. La materia prima con que trabaja Berger es la amistad, cómo sobrevivimos a su pérdida, y cómo su recuerdo nos ayuda a recuperarnos, sin rencores. Bajo su aspecto de película infantil, cualquier adulto puede reconocerse en ella. El primero, el propio Pablo Berger. “Yo soy Dog. El apartamento donde vive es el último donde viví yo. Yo me casé en Nueva York. Pasé por todo tipo de fases: por momentos muy felices mientras estudiaba en la escuela de cine, por una historia de amor, por una ruptura, he sido Dog solo y triste, he vuelto a enamorarme. Lo que quiero decir es que “Robot Dreams” es una película muy personal”.
Lo que parece una muerte accidental puede ser o un suicidio o un asesinato. En “Anatomie d’une chute” la francesa Justine Triet parte de esa premisa para poner bajo sospecha a su protagonista, una escritora interpretada por una magnífica Sandra Huller. La muerte de su marido pone en marcha un procedimental de libro, en el que el minucioso análisis de las circunstancias del deceso -incluyendo su juicio sumario- sacan a la luz, con precisión de forense, otro análisis, el de la crisis de un matrimonio en caída libre. La película es de una eficacia notable, a pesar de que algunos personajes -en especial el del hijo ciego de la pareja- parecen definidos de un modo demasiado funcional, exclusivamente para que el misterio se resuelva.