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Benjamin Labatut: «Me interesan los monstruos que nacen de las paradojas de la razón»

En su novela «MANIAC» aborda la controvertida figura del científico John von Neumann, la persona más inteligente del siglo XX
El escritor Benjamin Labatut
El escritor Benjamin LabatutJuana Gómez

Madrid Creada:

Última actualización:

Incluso Albert Einstein claudicó ante la capacidad de su inteligencia. El nombre de John von Neumann resultará desconocido para muchos, pero él ha sido uno de los científicos más lúcidos de la pasada centuria. Un hombre que alumbró el ordenador que permitió construir la primera bomba de hidrógeno. Un matemático con una lógica fascinante, que rompió los estrechos márgenes de la comprensión del hombre corriente, pero que carecía del cinturón de seguridad de la empatía y que hoy encarna, mejor que cualquier otro personaje del pasado, el choque entre los enunciados dictados por la ética y las conclusiones de la racionalidad. El escritor Benjamin Labatut aborda su controvertida vida en «MANIAC» (Anagrama), una novela con ecos «bolañistas» y uno de los libros de otoño.
Von Neumann. ¿Qué le atrajo? A pesar de su inteligencia, parece una persona malvada.
No me interesa juzgarlo moralmente. La pregunta clave es la que se hace uno de sus amigos en el libro: ¿Qué cosas pudo ver una mente como la de Von Neumann? ¿Qué tuvo que entender y aceptar de la realidad? Porque estoy seguro que él intuyó cosas que nosotros ni siquiera sospechamos. John von Neumann fue una de las personas más singulares, misteriosas y brillantes que ha producido la especie humana. Es prácticamente un semidiós de la ciencia, alguien cuyas capacidades se salían de toda escala. Pero no era malvado, en ningún sentido. Era un tipo afable, bonachón, gentil, cariñoso, buen amigo y extremadamente sociable. Es cierto que en algunos aspectos de su pensamiento, aunque jamás en sus actos ni en su trato con las demás personas, podía ser despiadado. Pero no por maldad, sino porque su cerebro, que seguía las rutas frías y férreas de la lógica, lo llevaba a considerar escenarios que a otros pueden parecerles completamente desalmados, crueles, o incluso inhumanos.
Da la impresión de que su inteligencia carecía de empatía. Propone atacar a la URSS con bombas atómicas, aunque cueste millones de vidas, para evitar una guerra nuclear en el futuro. ¿La racionalidad puede resultar tan amoral?
La razón y la inteligencia ofrecen perspectivas sobre la realidad que pueden estar completamente desacopladas de los valores morales de una época. Pero el corazón también nos traiciona. ¿Cuánta gente muere y mata por amor? Esas paradojas habitan en todos, no solo en los grandes hombres y mujeres. El pensamiento que caracterizó a Von Neumann es tan peligroso como necesario. Pero él no fue indiferente. Por ejemplo, su odio por los Nazis no conocía límites y por eso ayudó a mucha gente a escapar a los Estados Unidos. Le dolía ver que el mismo país que había creado un verdadero paraíso para los matemáticos –en Gotinga, bajo David Hilbert– estuviera en manos de sádicos ignorantes que predicaban pseudociencia. Pero es cierto que en mi libro decidí enfatizar la frialdad de su razón, porque me interesan los monstruos que nacen de allí, las paradojas que anidan en el corazón de la racionalidad y los delirios a los que nos llevan.
Comienza el libro con el suicidio de Paul Ehrenfest. Otro científico desesperado.
Él asesinó a su hijo y luego se suicidó porque sufría una enorme depresión. Era un judío rodeado por el nazismo. Se sentía incapaz de comprender la dirección que estaba tomando la física a la cual le había dedicado su vida. Es un personaje muy cercano a mi corazón, porque para él entender el mundo era una necesidad. Ehrenfest no quería entender, lo necesitaba. El problema con eso es que hay una enorme oscuridad en las cosas. Y enfrentarse a ellas solo con la razón es aterrador. Es fácil caer en el nihilismo y la desesperación, y no debemos juzgar a quienes no logran hacer las paces con el vacío, con el misterio, con lo inexplicable. Sobrevivir requiere sostener dos cosas muy opuestas en lo más hondo del corazón. Y en amorosa contradicción.
«La razón produce monstruos».
Igual que hay múltiples monstruos que provienen de la sinrazón, la irracionalidad y la locura, también hay infiernos perfectamente racionales, escenarios de pesadilla a los que nos lleva la más estricta racionalidad. Siempre es peligroso tratar de superar nuestros límites o descubrir los cimientos que subyacen a nuestra visión del mundo, porque no tenemos cómo saber qué nos espera en las grietas de la lógica del universo, qué criaturas nos están enroscadas en las raíces del árbol del cual brota el conocimiento humano.
Si llegáramos a comprender la física que mueve el mundo seríamos casi como dioses.
En muchos sentidos ya somos dioses. Muchos de los atributos que proyectamos sobre las diosas y los dioses ya son parte de nuestro arsenal. Y tampoco olvidemos que hay seres humanos frente a los cuales los propio dioses se han postrado: cuando el Buda alcanzó su despertar, todas las deidades de todos los reinos vienen a rogar que les enseñara el dharma, porque hay cosas que solo los seres humanos podemos comprender. Hay una sabiduría tan profunda y tan hermosa que nos sostiene a todos, incluso si no la conocemos, incluso si somos totalmente ignorantes de ella. De la misma forma, hay saberes divinos que nos animan, poderes que vienen de afuera, y que siempre estarán más allá de nuestro alcance y dominio. El problema no se trata de si somos dioses, monos o seres humanos. El problema no es el poder, sino el deseo. ¿Qué queremos hacer con nuestro poder? ¿Qué mundo vamos a construir con nuestra tecnología?
Roberto Bolaño. La estructura de «MANIAC» es semejante a la de «2666».
Todo lo que yo hago y todo lo que haré tendrá ecos de Roberto Bolaño, porque hice un pacto con él hace mucho tiempo atrás. Aunque después de su muerte, eso sí, y hasta ahora nunca me ha defraudado. No tengo ningún referente en la literatura científica. No sé qué sería eso. ¿Oliver Sacks? Él es maravilloso, pero no puedo leerlo mucho, porque empiezo a desarrollar todo tipo de síntomas, algo que es testimonio de lo que bueno que son sus libros, porque literalmente te enferman. Pero yo veo a la literatura como algo que no permite divisiones. No leo según géneros, países, ni idiomas. De hecho, cada vez leo menos. Lo que tengo es un altar donde le prendo velas a Weinberger, Sebald, Borges, Herzog, Schulz, Kafka, Calasso, Aira, Benjamin, Quignard y tantas otras personas sin las cuales la vida, al menos la mía, no tendría sentido.
¿La IA puede llegar a conclusiones tan frías, racionales y peligrosas como Von Neumann?
Por supuesto, pero, ¿qué es más peligroso, un presidente de los Estados Unidos, atiborrado de coca –Cola y de la otra– a las cinco de la madrugada, con la panza llena de comida chatarra, preso del delirio, gritándole a sus enemigos en la televisión, atiborrado de odio y de bilis, sintiendo cómo se le apaga el cerebro día a día, viendo cómo lo rodea una oscuridad cada vez más grande, con los códigos de las bombas nucleares allí, a la mano, esperando dentro de un maletín, que los gringos llaman, horror de horrores, «the football», la pelota de fútbol, como si el fin del mundo fuese un juego que se puede ganar, o, por el contrario, un modelo matemático sin alma, una abstracción numérica que no sabe que existe el mundo, que no conoce el dolor ni ha tenido un orgasmo, que no está ni vivo ni muerto, pero que es capaz de realizar lo que para nosotros, los pobres humanos, es inimaginable?
Puede que en el futuro algoritmos influyan en nuestra forma de pensar. El hombre está en trance de perder el control de la historia.
El ser humano jamás ha tenido el control. Ni de la historia, ni de sí mismo, ni de su mente, ni de su cuerpo. Ni por un instante. La pregunta es otra: ¿cómo podemos usar los algoritmos para construir un mejor futuro? ¿Y qué tipo de futuro queremos? Eso, que es tan fácil de escribir, es muy difícil de pensar. Y es una de las razones por las cuales estamos tan perdidos. No parecemos capaces de imaginar el futuro. Esa falta, ese agote creativo, es lo que está llevando a muchas personas a soñar con construir inteligencias que nos puedan dar las respuestas. Es un salto adelante para caer en el pasado. La invocación de una Sibila hecha de redes neuronales. Un nuevo oráculo al que poder adorar.
¿Qué puntos de encuentro tienen la literatura y la ciencia?
La literatura es una boca omnívora que mastica el mundo para extraer su sentido. Es una doble operación –como el solve y coagula de la alquímica—que busca reducir las cosas a su esencia, disolviendo el mundo en palabras, para luego rearmar un tejido nuevo, ojalá más bello y con más hilos. En ese sentido, la literatura tiene puntos de encuentro con todo el fenómeno humano. Es capaz de tomar cualquier cosa como su objeto. Pero la verdad más profunda es que no hay un punto de encuentro. Porque los libros son como redes que uno lanza al mar para recoger peces, sabiendo que lo más importante –el agua– se va a escapar de tus manos. Los agujeros de la red son más importantes que el hilo y el pez. Y más que el pescador, por supuesto.
Sin MANIAC no se habría construido el primer arma termonuclear. ¿No siente miedo de que el arsenal nuclear dependa de una máquina que pueda fallar?
Le tengo más miedo a otras cosas. Más que nada, a mí mismo. A mi propia capacidad de hacer daño. Creo que solemos proyectar nuestros temores hacia afuera, los encarnamos en grandes figuras o en sistemas mecánicos, o en ideologías, y no vemos que la persona que seguramente va a arruinar nuestra vida está mirándonos en el espejo.