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Tatuaje: la filosofía del egocentrismo que no gustaba a Kant (pero sí a Hegel)

Federico Vercellone se adentra con su ensayo en un mundo no demasiado visitado por los pensadores: para Kant, los dibujos en la piel chocaban con el concepto de humanidad; y Hegel, por su parte, encontró en ellos un vehículo de libertad
Tatuaje Pexels

Madrid Creada:

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Recorrer la historia del tatuaje significa "perderse en una considerable variedad de raíces contrastantes", defiende Federico Vercellone en su ensayo Filosofía del tatuaje (Altamarea). Ya en la prehistoria, estos dibujos en la piel tuvieron con frecuencia un significado terapéutico, se expandió en el mundo árabe como ornamento femenino, como en el caso de las concubinas; osciló constantemente entre el significado decorativo y la identificación de un sujeto potencial o efectivamente fuera de las normas. En los barcos de la marina francesa, el tatuaje reflejaba las historias, las preocupaciones, las ideas y estados de ánimo vinculados a la lejanía del hogar, de la amada...; en otras palabras, puntualiza el autor, "se convertía en una superficie narrativa". En el mundo anglosajón, por el contrario, se utilizaba para estigmatizar a los criminales, con marcas diferentes según el delito por el que habían sido condenados. Ejemplar, señala Vercellone, es el caso de tatuaje impuesto a los desertores del ejército inglés, que acababan marcados y enviados a las colonias, en Australia. "Estamos ante un tatuaje de naturaleza objetivadora, que identifica y señala al culpable. El estigma de naturaleza punitiva, la citada 'letra escarlata', marca un gran proceso en la historia moderna del tatuaje. Como hemos visto, no es el único: el otro recorrido, el ornamental, es un camino riquísimo y contrapuesto a aquel. Podríamos decir que nace por contraste, para connotar un sujeto que quiere reapropiarse de sus símbolos y de sus narraciones".
Sin embargo, la historia de la filosofía hace pocas referencias al tatuaje. Hay "muy poco", escribe el autor. Sí se expresó, aunque de una manera muy sintética, Kant en su Crítica del juicio y no se le ve demasiado afín a la tinta. Acerca de los tatuajes de los neozelandeses, el prusiano los señalaba como contrarios al concepto de humanidad, chirría al acercarlo a la idealidad de lo humano. Según Kant, en el ámbito de la "belleza adherente", de la que contempla una cierta funcionalidad (como en el caso de edificios, de animales o, incluso, del hombre), no puede faltar un vínculo entre lo que es el objeto y lo que debería ser. Esto sirve, paradójicamente, añade el libro de Vercellone, tanto para una iglesia como para el tatuaje de los neozelandeses, que parecería ser algo intrínseco a su ser: "Se podría decorar un edificio con muchas cosas agradables inmediatamente a la intuición si no hubiera de ser una iglesia; se podría embellecer una figura humana con toda clase de líneas y trazos de formas elegantes y regulares, como hacen los neozelandeses con sus tatuajes, si no se tratase de un hombre".
Por el contrario, Hegel sostiene el significado positivo de las modificaciones por parte del hombre, incluidos los cambios más crueles, como los pies vendados de las mujeres chinas o los labios deformados con anillos de algunas tribus africanas: estas modificaciones, en cualquier caso, representan un testimonio de cómo se manifiesta lo espiritual, de la libertad que se expresa en el hombre, y solo en el hombre, al contradecir a la naturaleza. "El hombre −firmaba el filósofo en Lecciones sobre la estética− deviene 'por sí' mediante la actividad teorética, gracias a la cual se duplica en tanto espíritu, y mediante la actividad práctica, gracias a la cual reconoce en sí mismo lo que le es más ajeno": "El hombre se comporta de esta manera no solo con las cosas externas, sino también consigo mismo, con su cuerpo, que no deja como lo recibe y que cambia intencionadamente. Este es el origen de las vestimentas, los arreglos y ornamentos, bien sean estos bárbaros y carentes de buen gusto, estén completamente deformados o incluso sean perniciosos, como los pies fajados de las mujeres en China o los cortes en las orejas o en los labios".
Pocas modas se han extendido tanto como la del "tattoo"La RazónLa Razón
Y así Kant y Hegel representan dos posiciones paradigmáticas dentro de una, "inexistente por ahora" −señala Vercellone−, filosofía del tatuaje. En este marco, el título de Altamarea se pregunta si el tatuaje puede adaptarse o no a la filosofía de la historia. "En otras palabras", afirma, "el tatuaje de hoy, ¿tiene un significado análogo a sus muchos pasados o es demasiado diferente de aquellos para que se pueda hacer un parangón entre las diferentes épocas? Y su historia pasada ¿es o no es nuestra historia? La pregunta gira nuevamente alrededor de la posibilidad de narrarnos o mitologizarnos colocando, ajenos al sufrimiento, símbolos en nuestra piel y, así, exhibir triunfalmente nuestra identidad".
Al mirar hacia atrás en busca de puntos de referencia aparecen, por un lado, el universo clásico que coincide con la representación del cuerpo en toda su pureza, que rechaza todo tipo de añadidos; y por otro lado, "tenemos una concepción de la figura y del cuerpo humano a la que le resulta consustancial una extensión, un añadido, un más allá que permite y legitima que a una representación se le sume otra, que el cuerpo humano se convierta en una superficie y en un soporte sobre los que se extienden otras representaciones, nuevos significados... Es la piel, en este caso, lo que deviene territorio de sedimentación cultural en el que el sujeto dice quién es". El cuerpo no es siempre "el mismo", sino que es siempre "otro"; con el tatuaje, la cosa se convierte en temática. La piel es soporte, un soporte diferente, en este ámbito, de todas las demás acciones humanas: no es, por ejemplo, una prótesis, tampoco un instrumento.
Llega así el libro a un punto teórico "importante" para el escritor por lo que respecta a la teoría del tatuaje: "La decisión de tatuarse se toma, en muchos casos, en contraposición con la identidad impuesta desde fuera por motivos disciplinarios. Una especie de revuelta que lleva 'de lo idéntico a lo auténtico' y conlleva revocar cualquier delegación acerca de uno mismo. Los populismos son, en el fondo, la progenie política de la 'era del tatuaje'. Y no al revés". Defiende Vercellone que ahí radica "el verdadero paso decisivo, extremo, incluso peligroso, revelador" de una especie de espíritu de nuestros días que tanto ama y privilegia esta forma de ornamentación. "Prescindiendo de toda consideración histórica y antropológica −por fundamental que sea− del pasado, este es el motivo central en la historia del tatuaje, que hoy se vive como autoafirmación y autorreconocimiento".
Quizá pocas modas se han extendido tanto como la del "tattoo", que marca tendencia en una parte cada vez más importante de la población; sobre todo en la más joven. El tatuaje, no lo olvidemos, existe desde hace milenios, y antiquísimas son, asimismo, las reservas y las prohibiciones que provoca.
De hecho, para entender la moderna necesidad de tatuarse, la necesidad de grabarse para "sentirse" y afirmarse, es necesario detenerse a reflexionar acerca de la soledad del hombre moderno. "Y, sobre esta base, debemos centrarnos en la palabra clave que marca el descontento de la modernidad: nihilismo, y con ella reparar en que el fenómeno del nihilismo es fundamentalmente inexistente, al menos por lo que respecta a la consistencia etimológica que se le atribuye. Cuando hablamos de nihilismo (y nos referimos en concreto, en este contexto, a la que se ha definido como 'civilización de la imagen') no hablamos de una ausencia de la realidad que se transforma cada vez más en una especie de ilusión", firma.
Destaca Vercellone que el tatuaje siempre ha estado ligado de alguna manera a un énfasis del yo: "Este subrayar la propia personalidad constituye una especie de constante por lo que se refiere al significado antropológico del tatuaje. La peculiaridad del sujeto constituye aquí un motivo siempre presente junto con su necesidad de individualización: el tatuaje es una manera enfática de comunicar la forma de ser y, además, una tipificación, una manera de demostrar un estilo de vida y un modo de relacionarse". La persona tatuada se presenta como alguien alejado de las convenciones sociales y que se muestra en desacuerdo con ellas. Es visto como alguien diferente, situado en los márgenes del orden social y dispuesto a amenazarlo. Aparece como un sujeto antagonista del orden establecido e introduce en él, con su apariencia tatuada, un orden alternativo. El tatuaje, de este modo, se convierte en una prerrogativa de sujetos especiales que reivindican con orgullo lo extraños que se sienten frente al orden social y quizá, en el fondo, o lo echan en falta o proponen uno alternativo e incluso mitológico, arcaico, remoto.
El tatuaje es símbolo "de autoexclusión y de exclusión infligida", sostiene el ensayo. En el mundo japonés, por ejemplo, constituía un atributo exclusivo de los criminales, que lucían en el cuerpo la prohibición de poder participar en algunas actividades públicas: las saunas, por ejemplo. Solo una vida singular soporta el estigma del tatuaje, como recuerda Melville en Moby Dick a propósito del caníbal Queequeg. Mucho antes de que se convirtiera en una moda, el tatuaje subrayaba y exaltaba la excepcionalidad y, por ello, incluso la soledad del sujeto tatuado, como El partisano Johnny, de Beppe Fenoglio, que, en el invierno de 1944, rechaza volver a casa y espera hasta la primavera el avance de los aliados, "el tatuado se disocia de la elección que ha hecho la mayoría, y en soledad descubre la libertad verdadera".
Pero el tatuaje es también adentrarse en uno mismo, "un inmenso reclamo para sentirse vivo modificando nuestro cuerpo tras modificar, incluso dolorosamente, la sensibilidad". Aquí aparece de manera inesperada un detalle cristiano o, cuando menos, cristológico, de este fenómeno. La parresía, la pasión socrática por la verdad, induce a buscarla y a hacerla nuestra gracias a un pasaje doloroso que confirma en sí mismo a quien lo afronta. El tatuaje es, pues, "una protesta contra lo que, en la tradición filosófica, y hasta en el lenguaje de la calle, se define como nihilismo".
El tatuaje, por último, es una experiencia metafísica, para Vercellone, que revela la exigencia de volver "a las cosas en sí mismas". De esta manera, se pasa a reflexionar acerca de muchas cuestiones artísticas o filosóficas sin que la filosofía se las haya tomado nunca verdaderamente en serio, al menos en este aspecto. El desinterés de la filosofía es en verdad sorprendente, pues las cuestiones estéticas que el tatuaje conlleva son muchas: piénsese, por ejemplo, en la desaparición de la idea y de la realidad de la desnudez, desde el punto de vista de sus connotaciones eróticas y de misterio. Y no solo en eso. Con la desnudez del hombre se quiebra también una determinada idea de humanidad, una idea dominante y a la que estamos completamente acostumbrados. El hombre desnudo remite a la idea, implícitamente inherente al clasicismo, de una ideal igualdad entre los individuos, gracias a la cual pertenecen a una humanidad común, a la que ven garante, incluso, de sus derechos. Al romperse el vínculo de la común humanidad que el cuerpo desnudo suponía, se lleva a cabo un fenómeno de corrupción y disgregación de la idea de hombre. "El tatuaje constituye, en pocas palabras, una evidente provocación a la idea de la universalidad de lo humano. Está en juego la identidad 'verdadera' del sujeto, defendida y custodiada ante las insidias del mundo global".
Todo esto induce a Federico Vercellone a pensar que "nuestro mundo globalizado no es, a fin de cuentas, nada global. Es un conjunto de comunidades que no consiguen encontrar su sitio en una 'societas' común. Son comunidades formadas por individuos que quieren decir 'su' verdad, que 'no' es la verdad de todos. Estamos ante un equívoco trágico. Las comunidades globales se muestran nostálgicas de una autenticidad perdida, de una genuinidad que ocupa el lugar de la verdad y crea un equívoco cuyo alcance es difícilmente subestimable: de hecho, olvidamos que se pueden decir muchas cosas falsas aunque seamos sinceros".
  • "Filosofía del tatuaje" (Altamarea), de Federico Vercellone, 128 páginas, 17,90 euros.