Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por

Chagall, un pintor en pie de guerra

La Fundación Mapfre reúne 166 pinturas del artista en una exposición que muestra su pintura humanista y de compromiso político, y revela a un artista menos simbolista y de corte más realista
Dos partes del tríptico de la crucifixión que pintó ChagallJ. Ors

Madrid Creada:

Última actualización:

Desarraigo, masacres, conflictos bélicos, prejuicios. Marc Chagall no fue testigo del siglo XX. Vivió el siglo XX. La Revolución Rusa, el exilio, la Guerra del 14, la persecución de los judíos, su catalogación por los nazis como artista degenerado, la Segunda Guerra Mundia, el Holocausto. En el imaginario colectivo ha quedado la impronta de un artista de corte onírico, carácter simbolista y fuerte apego hacia la cultura judía jasídica de donde proviene. Una idea cimentada en la divulgación de una serie de lienzos de fuerte acento popular, y extraordinariamente conocidos, y que no es equivocada, pero que tampoco termina por abarcar por completo a este artista.
La exhaustiva y reciente investigación de los archivos Marc e Ida Chagall ha permitido acceder a una serie de documentos menos conocidos que han abierto una línea de acercamiento nueva a su figura y que ha ido concretándose con el devenir del tiempo en un proyecto expositivo itinerante de carácter novedoso: «Chagall. Un grito de libertad», comisariada por Ambre Gauthier y Meret Meyer. Una ambiciosa muestra que, en Madrid acoge desde ahora la Fundación Mapfre, que ha reunido más de 160 trabajos que revelan el compromiso político y humanista que mantuvo el artista a lo largo de toda su vida hasta que falleció en 1985. Una serie de piezas que habían pasado desapercibidas al contemplarse de una manera individual, pero que ahora, contempladas de manera conjunta, arrojan una mirada distinta sobre un creador que ha estado demasiado tiempo encerrado en la esfera de los tópicos.
El saludo, obra de 1914© Marc Chagall / VEGAP, Madrid, 2024
Estas pinturas arrojan luz sobre la sensibilidad de un hombre que presenció cómo los procesos políticos, revolucionarios y totalitaristas que irrumpieron en el primer tercio de la centuria pasada dejaron un brutal reguero de vidas y esparcieron la semilla del odio a lo largo y ancho del viejo continente. Él, ateniéndose al marco de su estilo, sosteniendo algunas características que muchos identifican (como la serie de animales que suelen salpicar sus composiciones), supo entender el momento en el que se desenvolvía y, con un pincel colorido, pero de trazo más duro y realista, enseñar lo que pensaba y el horror que estaban viviendo los europeos. «Está denunciando lo que pasa. Jamás se había enseñado con anterioridad su dimensión política. Su mundo, por lo general es más irreal, más ensoñador, pero aquí está más anclado en lo que sucede a su alrededor, es más real. Vivió las guerras y el antisemitismo que se expandió durante esos años, algo que le afectó desde niño, cuando vivía en la Rusia de los zares, donde su comunidad vivía ya segregada», comenta Nadia Arroyo, directora del área cultural de la Fundación Mapfre. Ella misma explica que «él mismo sufrió mucho ese sentimiento de pueblo perseguido. De hecho, terminó marchándose a Estados Unidos, pero él no quería irse y ese exilio siempre le marcó porque le creó cierta sensación de angustia por considerarse que disfrutaba de una situación privilegiada, al ser artista, de la que carecían otros».
La exposición es la inmersión de un mundo que reconocemos visualmente, pero cuyo contenido es distinto al que hemos visto o con el que estábamos familiarizados. Aquí vemos personas humildes, individuos cabizbajos, soldados comiendo sopas, rabinos demasiado empastados y virados al negro, como si fueran la aparición de una visión sombría, y una paleta que, sin perder colorido, en ocasiones tropieza con el pesimismo de unos temas en los que el creador volcaba sus sentimientos. «Todos los temas que vemos en el recorrido son de una tremenda actual. Están sucediendo ahora mismo. Chagall, hay que saber, fue un inmigrante. Pero es que, aparte de esto, aquí también está presente la guerra y el miedo que produce. Las alusiones a las masacres asoman por todas partes».
Los rescoldos de estas vivencias quedaron para siempre prendidas en el alma de Chagall, pero no infundieron rencor, sino que le convencieron de la necesidad de sobrevolar sobre ese sentimiento y convertirse en un mensajero de la paz, en alguien que luchaba para estrechar lazos y no desunirlos. «En estas obras habla, y habla mucho, de todo el dolor que se ha generado y lo hace con crudeza». Ahí están los dibujos que, por intermediación de André Malraux hará de la Guerra Civil española, pero también se exhiben los diseños que hizo para ilustrar el «Diario de Ana Frank». Tenemos así a un artista que es capaz de ir de lo universal a lo nacional y lo particular. Un viaje por distintas luchas, la fratricida, la del rencor de naciones y la de la guerra, que toca a través de distintos ángulos. «El tiempo no es profético, reina el mal», escribió el 21 de septiembre de 1925, con motivo de una serie de trabajos que realiza y que trajeron a colación su origen ruso y judío, descubriendo así el artista el mundo de prejuicios en el que se desenvuelve.
"Rabino en blanco y negro" (1923), de Marc Chagall© Marc Chagall / VEGAP, Madrid, 2024
Chagall, que nunca perdió un punto burlón y humorístico a pesar de los acontecimientos que presenció, jamás cayó en la trampa fácil de distanciarse del otro y apeló al tema de la crucifixión como un asunto universal que llamaba a la reconciliación. Una iconografía que desarrolló en un emblemático tríptico, que él mismo rompió y dividió durante su estancia en Nueva York, que ejecutó entre 1930-1935. «Resistencia», «Resurrección» y «Liberación» es una representación del sufrimiento de los judíos del mundo, pero a través de un motivo cristiano, como si en la comunión de las dos religiones y de un ideal fraternidad, pudiera alcanzarse la paz que la primera mitad del siglo XX había robado al mundo.