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Globos de Oro: la dignidad de Spielberg y las “Almas en pena de Inisherin” iluminan la gala del mal gusto

La Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood entregó los premios en su 80ª. Edición, con “Almas en pena de Inisherin”, Steven Spielberg, “Abbott Elementary” y “La casa del dragón” como dignos triunfadores en una gala dantesca
Chris PizzelloInvision
La Razón

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Cuando la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood (HFPA, por sus siglas en inglés) anunció que la gala de la antesala de los Oscar volvía al formato televisivo y que se trabajaría en la reforma de la institución, hubo quienes quisimos creer. Quienes, conscientes del espíritu mamarracho de la organización, quisimos ver en el durísimo palo de quedarse sin gala el año pasado un acicate para hacer las cosas bien. La 80ª. Edición de los Globos de Oro, celebrada anoche en Los Angeles (en el hotel que mató a Whitney Houston, como nos recordó un desacertado Jerrod Carmichael a los mandos del chiringuito), sin embargo, nos bañó de realidad. Ni reforma, ni reparación, y ni siquiera buen gusto. Todas las buenas intenciones que la institución vendió en sus casi 700 días de arresto domiciliario saltaron por los aires cuando el presentador de la gala salió al escenario con los tres premios que devolvió Tom Cruise en señal de protesta hace año y medio. “Encontrados estos, nos gustaría saber a todos dónde está Shelly Miscavige”, espetó el cómico a un auditorio silente, haciendo alusión a la misteriosa desaparición de la esposa de uno de los principales líderes de la Cienciología, movimiento al que el protagonista de “Top Gun: Maverick” pertenece.
El chiste, desacertado, embarazoso y ciertamente perezoso, tirando de golpe bajo y utilizando una posible muerte violenta para devolverle el palo a Cruise, fue solo uno más de los descalabros de la noche, con una gala que se fue larga de tiempo y corta de sentido común. Solo se topó, la ceremonia, con la sutileza a la hora de dar los premios gordos: “Los Fabelman”, el extraordinario retrato de Steven Spielberg de su propia infancia, se alzó con el premio a la Mejor Película en Drama. Galardón, justificadísimo, que el director de “Tiburón” y “Jurassic Park” añadió al de Mejor Director por el mismo título. Su discurso, que siempre parece el de un último homenaje al director más taquillero y más premiado de la historia, habló de la vergüenza que le producía llevar su propia vida a la gran pantalla, ese coraje de genio que ha resultado en una de sus películas más sentidas, una obra maestra (más) sobre nuestra capacidad de control, lo que escapa a ese relato con el que se nos llena la boca y que no es más que un anecdotario de sonrisas y lágrimas. Mucho más directo, pero igual de brillante, fue el discurso de Martin McDonagh, director de “Almas en pena de Inisherin” que, además del premio a la Mejor Película en Comedia o Musical, recogió la estatuilla al Mejor Guion. El que para muchos, como para quien escribe, es el mejor guionista vivo, agradeció el premio a Colin Farrell, su protagonista, y también Mejor Interpretación Masculina en cine.
El clímax de lo mamarracho
Esa traca final, que había estado precedida por unas geniales Natasha Lyone y Regina Hall a los chistes (parece que ya tenemos candidatas para presentar la gala el año que viene), fue una especie de espejismo, un dulce postre para digerir todo lo que había ocurrido hasta entonces. Para sorpresa de propios y extraños, “La casa del dragón” -el spin-off en glorioso gore de “Juego de Tronos”- le arrebató el premio a Mejor Serie en Drama a “Severance”, gran favorita y puso fin a la dictadura de “The Crown”, cuya última temporada se coló entre los premiados más por solera que por méritos. Pero si de series hablamos, la gran protagonista fue “Abbott Elementary”, la sit-com que ha revolucionado la pequeña pantalla en Estados Unidos (aquí se puede ver en Disney+) y que ha sabido adaptar el estilo de “The Office” o “Parks and Rec” a los nuevos tiempos de eso que los entendidos llaman televisión de prestigio. La serie creada por Quinta Brunson, ganadora también en la categoría interpretativa femenina como protagonista de su invento, es la justa vencedora, aunque el premio a Jeremy Allen White, por “The Bear”, se sintió como una consolación merecida.
Entre las mamarrachadas más injustificables de la gala, entregada al famoseo por presencialidad, destacan los premios a Evan Peters, por “Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer” (si no han visto la “Nop” de Jordan Peele, deberían) o el de Mejor Canción Original a “Naatu Naatu”, de la soberbia “RRR”. No se trata de discutir la calidad de la canción, ni la de la película, un divertimento superior a cualquiera que pueda ofrecer Hollywood hoy en día, sino de distinguir a la composición en una categoría donde competían, por ejemplo, Taylor Swift o Rihanna. La eterna Angela Basset, quizá una de las mejores actrices de su generación, se llevó el premio a la mejor interpretación femenina de reparto por “Black Panther: Wakanda Forever”, donde su alharaquiento personaje parecía diseñado para ello. Quizá hasta tenga opciones en los Premios Oscar, pero el juego de influencias quedaría completamente desnudo. Más acorde a la tendencia de fogueo se sintieron los premios a “Todo a la vez en todas partes”, con Ke Huy Quan y Michelle Yeoh dando los mejores discursos de la noche: “Cuando llegué a Hollywood se sorprendían de que hablara inglés, como para pedirles que diferenciaran entre chinos, japoneses o malayos”, bromeó política y reivindicativa la actriz.
Los Globos de Oro no se arrepienten de nada. Así terminó de quedar claro en la gala de anoche, que ni siquiera sirvió para que la organización pidiera perdón a un nominado como Brendan Fraser y que, más que reparar nada, solo vendió humo. El de un incendio que no se tiene intención de apagar, porque da dinero, y el de unos premios que se han convertido en el hazmerreír de la industria. Una muestra obvia fue la recepción del Premio a la Mejor Miniserie por parte de Mike White, creador de la hilarante “The White Lotus”. Su meritoria serie limitada, de la que Jennifer Coolidge salió triunfante en el global de la ceremonia, pareció un mero recuerdo ebrio, “porque no había comida en las mesas”. Sin glamour y casi sin estrellas, porque Zendaya, Cate Blanchett y Amanda Seyfried sudaron de mancharse las manos de racismo casual y autonconsciencia barata, los Globos de Oro siguieron hundiéndose en una vorágine que no parece tener remedio a corto plazo.