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Vuelve “Avatar”, la ecoutopía ególatra de James Cameron

El director de «Titanic» regresa a Pandora trece años después con “Avatar: el sentido del agua”, para lidiar con la amenaza militarista del Coronel Quaritch, al que da vida Stephen Lang
THE WALT DISNEY CO.Courtesy of 20th Century Studios
La Razón

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Érase una vez un hombre, de esos de antaño, orgullosos de la naftalina que corre por sus venas y lo secos que están sus pies, que nació en el norte indómito de Canadá. Llegó al cine de la mano de uno de esos genios de la serie B llamado Roger Corman y, de su brazo –uno electrificado mediante los efectos especiales que usaron en «Piraña 2»–, se hizo un nombre en la industria. James Cameron usó aquel puño de hierro para dominar el séptimo arte como gran espectáculo de masas durante décadas, desde «Terminator» a «Titanic», pasando por aquella «The Abyss», de 1989, que siempre dice le cambió la vida por descubrirle el mar como espacio talasofóbico al que nunca nos hemos atrevido a mirar del todo.
Por eso, cuando el director de «Mentiras arriesgadas» vio atónito «Bailando con lobos» (1990), supo que la gran aventura intergaláctica que tenía planeada desde su juventud tendría que pasar, en algún momento, por la humedad para buscarle un factor diferencial. En 2005, una vez sintió que los costes de los efectos digitales serían «por fin asumibles», se lanzó de lleno a su opus magnum, una epopeya espacial en la que había mucho de aquel encuentro nativo de Kevin Costner, algo de la «Pocahontas» de Disney y, en realidad, el despertar ecológico y filántropo del cineasta, un proyecto de 237 millones dólares de presupuesto que le compró Fox y que se acabó llamando «Avatar».
Un tipo determinado
Aquel filme, estrenado en 2009, se convirtió en apenas unas semanas en la película más taquillera de la historia, con casi 3.000 millones de recaudación y un legado cultural casi siempre en disputa. ¿Cómo de relevante es la franquicia más allá de sus revolucionarios efectos especiales? ¿Puede, el regreso a Pandora trece años después, volver a enganchar a los espectadores? Para entender mejor los secretos de la raza na’avi y por qué las vidas azules sí importan, LA RAZÓN se marchó a Londres para asistir al estreno mundial de la secuela, «Avatar: el sentido del agua», y hablar con su principal antagonista, el veterano Stephen Lang.
«Es una historia increíble que apela a valores universales. Esta nueva cinta, por ejemplo, trata sobre proteger a tu propia familia, proteger tu hogar. Y no hay nadie que no se pueda identificar con eso, pero no es suficiente. Para conectar, debes tener a un maestro de contar historias como James Cameron y que es capaz de llevarte a un mundo tan espectacular que te da ganas de marcharte a él. Nunca podemos infravalorar la importancia del escapismo en el cine», explica convencido Lang, cuyo coronel Miles Quaritch moría en la primera parte pero que ahora regresa con su consciencia transportada, precisamente, a un avatar: «Creo que fue en 2007, terminando de rodar la anterior, cuando Cameron me dijo que volvería. Y luego en 2010 me lo confirmó. No se puede decir que no lo haya planeado», bromea.
¿Volverá el público a las salas de cine de manera masiva, incluso con las gafas 3D, incluso en los tiempos que corren, incluso todo este tiempo después? Lang responde: «Ir al cine no volverá a ser como antes. Nunca. Pero hay que entender que es algo a lo que la experiencia se ha enfrentado muchas veces. Tú no te acuerdas, pero durante la Gran Depresión la gente iba todo el tiempo al cine. ¿Y qué pasó? La televisión. Y el cine continuó sobreviviendo. Y sobrevivirá a la catástrofe que ha supuesto la pandemia. Se convertirá en una experiencia más singular, en un evento», añade convencido el intérprete, convertido ahora en icono del terror por su papel en «No respires» y que se sigue paseando por series como «The Good Fight» para dejar claras sus posturas políticas, cercanas al Partido Demócrata.
Por ello, debido al trasfondo anticolonial y ecologista de la franquicia y un Cameron que se reconoce como un «abraza árboles», se hace obligación preguntarle a Lang por las lecturas éticas de la saga, esas que en esta década larga de estupidez hay quien califica como «woke»: «Seguimos siendo bastante estúpidos, sí, incluso como especie. Por suerte, queda gente inteligente y activistas, buena gente. No creo que sea una saga “woke”, es una narrativa extraordinaria con corazón y alma. Y, claro, puedes sacar un mensaje de ella. Si sirve como acicate para una conversación, pues mejor, pero el objetivo central es contar una historia de la leche».
Y respecto a esa misma revisión, cabe preguntarle a Lang por la de Cameron, otrora «macho alfa» de Hollywood que clavaba a la pared los móviles que sonaran en el rodaje y que ahora parece reformado tras el huracán del #MeToo: «Siempre es exigente rodar con Jim. Se pide mucho a sí mismo, pero también a sus actores. Se trabaja muchas horas, el trabajo es duro, aunque hay un gran sentido del entretenimiento detrás. Personalmente, me lo paso genial. Y es justo decir que, probablemente, no le igualo en talento, pero sí en ética de trabajo», explica, antes de responder si el director al que la cineasta Patty Jenkins puso como poco menos que un dictador se ha vuelto blando: «Sí, totalmente, pero no le digas que lo he dicho. El éxito le ha sentado bien. Se ha convertido en una persona más cuerda, más pacífica. Mucho tiene que ver con la edad, pero también con su capacidad para ser un gran líder».
Ecos del hundimiento
Así las cosas, ¿qué cuenta la nueva «Avatar: el sentido del agua»? Tras los sucesos de la primera parte, Jake Sully (Sam Worthington) vive ya integrado en la sociedad na’avi y es el líder de su clan junto a Neytiri (Zoe Saldaña). La amenaza de Quaritch, ahora con la piel azul, ha pasado de ser militarista a personal, el coronel quiere venganza y estará dispuesto a todo por conseguirla, más cuando se entera de que su hijo sobrevivió al éxodo humano de Pandora y ahora vive como uno más de los hijos del clan de Sully.
La persecución acabará con la familia protagonista explorando los confines del planeta y conociendo a los na’avi que habitan el agua, una especie de reinterpretación de los pueblos polinésicos a cuyos líderes prestan aquí voz y movimientos Cliff Curtis y Kate Winslet, que regresa con Cameron tras no dejar que Leonardo DiCaprio se subiera al tablón de madera. El recuerdo de «Titanic», explícito incluso por momentos en la película, o la presencia mesiánica de Sigourney Weaver nos hablan de la «marvelización» de James Cameron, tan henchido de sí mismo que se auto-homenajea varias veces en las tres horas y cuarto que dura su película. Lo generoso del metraje, y las secuelas para 2024 y 2026 anuncian la continuidad asegurada, una en la que el mérito técnico y espectacular es inapelable, pero una, también, en la que el esfuerzo narrativo está bajo mínimos.