Mohamed bin Salmán y el misterioso paradero del “Salvator Mundi”
Comprado por 450 millones, el cuadro atribuido a Leonardo Da Vinci ha permanecido en posesión del líder saudí y en las sombras desde 2017
Desde que el 15 de noviembre de 2017 se vendiera en Christie’s por la mareante cifra de 450 millones de dólares -tasas incluidas-, nunca más se volvió a saber de «Salvator Mundi» (c. 1500), la pintura atribuida a Leonardo Da Vinci y que tiene el honor de ser la obra de are más cara de todos los tiempos. Semanas más tarde de esta venta récord, se supo que su comprador -como no podía ser de otro modo- pertenecía a la realeza de un país petrolífero y que, concretamente, se trataba del príncipe saudí Mohammed bin Salman Al Saud. Solicitado desde entonces para formar parte de alguna gran exposición organizada con motivo del centenario de Leonardo, el cuadro nunca fue dejado en préstamo, lo cual empezó a disparar las especulaciones. ¿Por qué alguien invierte 450 millones de dólares en una obra de arte y la hace desaparecer? El hecho podría tener explicación si, en el caso que nos incumbe, estuviéramos hablando de un cultivado y multimillonario coleccionista de arte, cuyo principal objetivo con su adquisición hubiera sido el privilegio de deleitarse en solitario con una obra maestra de la historia del arte. Pero, como es sabido, todo lo comprado con petrodólares no parece encaminado a alimentar el espíritu. Cualquier inversión realizada, durante los últimos años, por países como Qatar, Emiratos Árabes o Arabia Saudí ha tenido como misión crear marca y posicionamiento internacional. Así que, habida cuenta de esta necesidad de ostentación de la realeza árabe, la interrogante adquiría si cabe un mayor grado de perplejidad: ¿dónde diablos se encuentra el «Salvator Mundi»?
¿Otro «caso Saito»?
La insistencia con la que se formuló esta pregunta obligó a aventurar respuestas que, como es dable imaginar, no pasaban de ser meras hipótesis. Unas voces indicaron que se encontraba en un almacén en Suiza; otras, sin embargo, sostenían, que colgaba de una de las paredes del lujoso yate que el príncipe Bin Salman paseaba por medio mundo. Por unos momentos, vino a la cabeza de la opinión pública otro de los grandes misterios del arte de las últimas décadas: el del «Retrato del doctor Gachet» (1990), de Vincent Van Gogh, que el manufacturero japonés de papel Ryoei Saito adquirió, en mayo de 1990, por 82,5 millones de dólares. Desde que Saito compró esta célebre obra de Van Gogh, nunca más se volvió a saber de ella. Cuando el magnate nipón murió en 1996, comenzó a especularse sobre su fatal destino. Al parecer, Saito, indignado con los impuestos que sus herederos tendrían que pagar por recibir la obra -cerca de 20 millones de dólares-, habría decidido quemarla o enterrarse con ella. Sea como fuere, y debido a las circunstancias a las que se deba, la obra sigue sin aparecer y en paradero desconocido.
Sin embargo, y pese a que la invisibilidad durante los últimos cinco años del «Salvator Mundi» hubiera podido disparar todas las alarmas, el misterio parece estar cerca de resolverse. El veterano historiador del arte, Martin Kemp, declaró la semana pasada, durante la celebración del Cheltenham Literary Festival, que el príncipe Bin Salman estaba construyendo un centro de arte en el que se exhibiría su obra estrella: el «Salvator Mundi». Kemp aseguró haber sido convocado por el príncipe saudí para inspeccionar la obra de cara a su futura exposición. Por lo menos, tenemos constancia de que la obra no ha sido quemada -siguiendo la moda del momento, popularizada por Damien Hirst- y que el «caso Bin Salman» no parece ser una repetición del «caso Saito». Las excentricidades de los multimillonarios no llegan tan lejos. Con independencia de si realmente se trata de un original de Leonardo o no -unos mantienen que solo pertenecerían a él algunas partes del cuadro, y otros se lo adjudican directamente a autores como Bernardino Luni-, lo cierto es que pocas obras de arte en la actualidad poseen tanta aura de misterio. El hecho de que sea la obra más cara de la historia le aporta un atractivo y atmósfera sagrada que, en nuestro tiempo y por desgracia, solo pueden conseguir el peso y el olor del dinero. Ya no son los propios autores los que crean los mitos artísticos; ahora son los coleccionistas los que, por medio de sus desembolsos obscenos y descomunales, le aportan al arte un intangible irresistible.