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Stanley G. Payne: «Putin es un demonio, pero en ningún caso un hombre irracional»

El hispanista analiza la situación política internacional, desde la guerra de Ucrania hasta la pasividad de Biden y las nuevas izquierdas
larazon
La Razón

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Apunto de cumplir 88 años el próximo 9 de septiembre, tras los ojos de topacio del hispanista Stanley Payne se conserva todavía hoy una de las mentes más preclaras y analíticas de la Historia que conozco. Presentar a estas alturas a este doctor por la Universidad de Columbia y profesor emérito de la Universidad de Wisconsin-Madison, además de miembro destacado de la American Academy of Arts and Sciences y de la Real Academia Española de la Historia, tal vez sea algo redundante pero en todo caso necesario, por eso de la memoria tan desmemoriada que impregna hoy de ceniza y alquitrán la Historia.
Hablando de memoria, recuerdo la primera vez que tuve oportunidad de charlar con Stanley Payne largo y tendido en 2003, mientras almorzábamos en el madrileño Café Gijón, y la postrera visita que hicimos juntos al vecino Museo del Prado donde revivimos algunos de los más célebres pasajes de la Historia de España inspirados en las obras de Goya o Velázquez. El mundo y España, sin ir más lejos, han cambiado mucho desde entonces. Y decir «mucho» puede resultar hoy hasta un eufemismo. La conversación con Payne, más que pesimista, es ante todo realista. Según él, pudo haberse evitado la invasión rusa de Ucrania, «la primera agresión grande y dramática» desde 1945, asegura.
Admite también la posibilidad, aunque improbable a su juicio, de una escalada mundial del conflicto y califica a Vladímir Putin de «demonio» y a Joe Biden, de presidente «senil, confuso y débil». Advierte que «el porvenir será difícil y muy peligroso» por el auge de China y el colapso de una gran parte de la civilización occidental, como consecuencia de la revolución cultural del «neomarxismo» y la sustitución del cristianismo por el humanismo mecanicista y transhumanista. Y respecto a España, más que la grave situación económica le preocupa su alarmante fragmentación política.
¿Pudo haberse evitado la invasión rusa de Ucrania si hubiese existido una negociación decidida y voluntariosa entre Estados Unidos y Rusia?
Parece que sí. Por lo menos fue el argumento empleado antes por Henry Kissinger, como, más modestamente, ha hecho mi antiguo alumno Mario Loyola en un artículo suyo publicado en la revista «National Review». Ciertamente, existía entonces esa posibilidad pero al final se desechó.
¿Cuáles son las causas reales de la invasión rusa de Ucrania?
Las razones tienen que ver con la OTAN y la falta de acuerdos sobre Crimea y el Donbas. Además, al tratar con un presidente americano senil y débil, Putin creyó que tenía una oportunidad muy favorable, aunque finalmente no resultó exactamente así.
¿Está de acuerdo con quienes sostienen que estamos ya en una Tercera Guerra Mundial? ¿Existe el peligro cierto de una guerra nuclear o biológica?
No se trata de ninguna Tercera Guerra Mundial, pero sí de una agresión grande y dramática, la primera de esta clase que se produce desde 1945. La situación ha creado un dilema muy grave, con los ucranianos empecinados en resistir hasta el final y ahora menos proclives que antes a cualquier tipo de concesiones. Entre tanto, la dictadura rusa sigue empeñada en protagonizar un conflicto largo, complejo y costoso, cuya derrota, por cierto, le resultaría políticamente desastrosa mientras todo Occidente permanece alineado en apoyo de Ucrania. La posibilidad de una escalada siempre existe, sobre todo si se produjera finalmente una derrota de Rusia, pero no creo que lleguemos exactamente a eso.
¿Le preocupa el auge exacerbado de los nacionalismos en Europa y, sin ir más lejos, también en España?
El nacionalismo fue el movimiento revolucionario por excelencia del siglo XIX hasta 1945, y luego se extendió a otras partes del mundo. En Europa, el verdadero problema es más el «micro-nacionalismo», aunque puede ser necesaria alguna reforma de la Unión Europa.
Hay quienes caen ahora en la cuenta de que Mussolini llegó al poder en 1922 y que hoy, justo 100 años después, la «ultraderecha» italiana, como ellos la denominan, parte como favorita en las elecciones del próximo 25 de septiembre. ¿La historia tal vez se repita hoy aunque con distintos matices?
No lo creo. El ultranacionalismo no es ninguna tradición italiana arraigada, como sí lo es el autoritarismo y el expansionismo militar en Rusia. No hay peligro de un «atavismo» político en Italia semejante al ruso. Eso de ondear el espantapájaros del «fascismo» es casi siempre una argucia política, aunque también hay periodistas y profesores que encuentran en ello un modo barato y postizo de garantizarse más empleo. Como dijo Marx, cuando la historia «se repite» es casi siempre como farsa. Ahora bien, es muy distinto si se trata de una verdadera tradición nacional de siglos, como es el caso del autoritarismo y militarismo expansionista rusos. Pero la tradición italiana es muy diferente de la rusa, porque no se trata del fascismo sino del «transformismo»: todo partido de tipo neofascista o de ultraderecha se ha transformado allí, como sucederá del mismo modo con los «Fratelli d’Italia».
Las guerras las ganan siempre los «buenos», mientras que los «malos» son los perdedores, como los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, que sin duda lo fueron. Pero nadie habla ya en cambio de las atrocidades cometidas por los rusos, en especial durante los últimos seis de la guerra bajo el mandato de ese Stalin al que algunos veneran todavía...
Nada más verídico que eso. Es curioso cómo después de muchos miles de libros y películas, el entendimiento de la Segunda Guerra Mundial sigue siendo superficial y a veces incluso muy distorsionado. En Occidente se presenta como la lucha por la libertad y la democracia, mientras que a escala mundial representaba la lucha para garantizar el triunfo del totalitarismo. De hecho, cuatro años después un tercio de la humanidad vivía ya bajo el yugo del totalitarismo. El mejor libro sobre la guerra que se ha publicado en los últimos años es de Sean McMeekin, titulado en inglés «Stalin’s War» (2021). Los crímenes soviéticos fueron muchos, con numerosos asesinatos y todavía más notablemente la mayor ola de violaciones en masa de mujeres en la historia del mundo, una expresión de la esencia misma del estalinismo y sus atrocidades derivadas del poder. Y además, a diferencia de Alemania, se trataba de una larga tradición rusa. Los rusos ocuparon Finlandia durante casi cuarenta años en el siglo XVIII, y los historiadores finlandeses calculan que durante esa etapa de su historia murió una cuarta parte de la población.
¿Putin es acaso un demonio y Biden, un ángel de luz?
Putin es un demonio, pero no es irracional sino un hombre muy calculador. Biden, por su parte, es senil, confuso y débil. Fue nominado por los demócratas en 2020 como un «moderado» para disfrazar a un partido muy radical e izquierdista y engañar de este modo a los votantes americanos, cosa que al final se consiguió mediante el control unipartidista de los medios de comunicación. El otro aspecto crucial fue la revolución en los sistemas de votación introducida bajo el argumento de la pandemia.
¿Cree que el mundo se aproxima a una especie de apocalipsis o que ha entrado tal vez ya en una nueva era o encrucijada muy peligrosa?
El porvenir será difícil y muy peligroso, sí. Mi opinión personal es que se evitará el apocalipsis en cuanto a Ucrania, pero no un gran desastre, que, de hecho, ha ocurrido ya. Los dos grandes problemas de este momento son, en primer lugar, el auge de China. Pero también el colapso interno de una gran parte de la civilización occidental con la revolución cultural del «neomarxismo» o «wokeism» de la política de identidad, y el reemplazo religioso del cristianismo por el humanismo mecanicista y transhumanista, junto con el panecologismo. Esto representa una transformación sin precedentes en la historia humana. De este modo, la guerra de Ucrania es una gran distracción que disfraza los verdaderos problemas.
¿Qué le preocupa más de lo que está sucediendo hoy en España?
La recuperación económica será larga, dura y difícil, pero aún peor es la fragmentación política, a la cual no se ve ningún remedio inmediato. En el siglo XXI, las izquierdas españolas se han vuelto a su vómito, enarbolando de nuevo la bandera de su tradición de los exaltados desde 1821, brevemente superada durante los años de la Transición. Además, como es típico de las izquierdas españolas siempre tan destructivas, están muy reñidas entre sí.