Alex Katz, teoría divina del color en el Museo Thyssen
El incombustible pintor americano visitó el Thyssen-Bornemisza para presentar una nueva retrospectiva, primera dedicada a su figura en España
Apocos días de cumplir 95 años, el pintor Alex Katz (Nueva York, 1927) esconde su mirada tras unas gafas de sol, si acaso velo efímero de los ojos vivos más importantes del arte figurativo. Acompañado por la baronesa Thyssen, el ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, y Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid, Katz presentó ayer en la capital la primera retrospectiva que se le dedica en nuestro país, una especie de reparo frente al agravio comparativo que había supuesto su ausencia en las grandes pinacotecas de Madrid.
«Tenemos una línea directa con Dios. Es como si uno quisiera organizar una exposición con Tiziano y el propio Tiziano fuera capaz de decirte que el cuadro habría que colgarlo 15 centímetros más a la izquierda. Es todo es un privilegio», explicó hiperbólico y satisfecho Guillermo Solana, director del Museo Thyssen-Bornemisza y esta vez también comisario. Así, los trabajos de formato monumental que el propio Katz ha traído a España, un compendio de 35 coloridos y adimensionales óleos que van desde 1959 hasta 2018, podrá disfrutarse en el museo hasta el 11 de septiembre. A ellos se ha sumado en el último momento «Vivien», de reciente creación y que pasará a formar parte de la colección permanente del Thyssen.
Un genio parco en palabras
Tras casi dos años de demora, puesto que la pandemia y el elevado coste de los correos y portes de las obras «amenazaron con la suspensión definitiva de la muestra», como explicó Solana, Katz pudo inaugurar la exposición atendiendo a las preguntas de la Prensa, pese a considerarlo «una auténtica pérdida de tiempo»: «Disfruto mientras pinto, porque en ese período de tiempo no tengo problemas con nadie», bromeó escueto el artista, poco amigo de la atención mediática que ha suscitado su visita a Madrid. Y completó, sobre el cambio en la temática de unas obras que comenzaron a reflejar en color vivo el Nueva York que quería dejar la Segunda Guerra Mundial atrás y que llegan hasta la América de Trump: «Creo que las evoluciones sociales se ven en los cuadros. Por ejemplo, cuando empecé a pintar todo el mundo fumaba y ahora es cada vez menos común», explicó meridiano.
Más allá de lo anecdótico, y de la entereza formal que se adivina todavía hasta en los últimos trabajos del genio, parco en palabras, lo cierto es que la retrospectiva del Thyssen-Bornemisza es puro pop en el mejor sentido de la palabra. Los grandes formatos, la viveza y la originalidad casi caricaturesca de los retratos de Katz llenan de alegría visual y entusiasmo textual las salas de la pinacoteca. Maestro de la composición, quizá el elemento más vilipendiado desde la recuperación de las tendencias figurativas que representa la carrera y obra de Katz, cuadros como «Up in the bleachers», «Round Hill» o «The Cocktail Party» (quizá uno de sus trabajos más celebres por la descripción tan certera que hace del Manhattan de los sesenta), son el complemento perfecto al vacío existencial y reflexivo de «Tracy», de 2006, en el que nos presenta casi un estudio mismo de la senectud.
«La pandemia, el covid, me ha supuesto apartarme de la vida pública, pero sigo confiando en el arte como mi energía. En setenta años pintando, jamás me han interrumpido las guerras o las hambrunas, y espero que no lo haga ahora tampoco un Gobierno al que cada vez le da más igual el arte y los artistas», se despidió un Katz que, preguntado por el contexto artístico a nivel mundial, también dejó una extraña predicción tras alabar los ascensores soviéticos: «Rusia va a perder la guerra».