Jude Law y Mads Mikkelsen: amor a prueba de magia en “Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore”
La tercera y esperada entrega de la saga, dirigida nuevamente por David Yates, aterriza en las salas con más de una sorpresa narrativa
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Hacía falta mucha magia para cerrar la cámara de los secretos. O al menos para abrirla haciendo el menor ruido posible. Con la renuncia obligada de Johnny Depp sobre la mesa tras anunciarse hace un par de años el veredicto favorable del periódico “The Sun” y refutarse las acusaciones de maltrato que había publicado el periódico en detrimento de la imagen del actor –”deseo hacerles saber que Warner Bross me ha pedido que renuncie a mi papel de Grindelwald en “Animales fantásticos” y he aceptado y respetado esa solicitud”, anunció entonces el actor en su cuenta personal de Instagram–, su inminente sustitución por Mads Mikkelsen como representante del oscurantismo y el engrosamiento progresivo de la lista de detractores que atesora J.K. Rowling por sus concatenadas declaraciones públicas de corte “tránsfobo”, el estreno de la última entrega de la saga, “Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore” se intuye cuanto menos, agitado.
Sobre todo para un fandom que oscila entre el recelo de un público ya convertido en adulto que en términos generacionales se aferra a la nostalgia y al encanto nigromántico, ingenuo y fascinante de las primeras películas y un sector mucho más joven, intelectualmente actualizado, que se muestra reticente a consumir un producto cultural creado por alguien del perfil ideológico de Rowling. Siendo éste el tablero contextual sobre el que se desarrolla el lanzamiento de las nuevas aventuras del universo de la varita, cabe destacar que se trata del séptimo largometraje de la gran familia de Hogwarts que dirige el realizador David Yates, consagrado por completo como mano derecha de la escritora y buen conocedor de la saga desde que en 2007 metiera la cabeza con “Harry Potter y la orden del Fénix” para no sacarla, por lo que los posibles análisis DAFO taquilleros y el estudio pormenorizado de las distintas respuestas del espectador los podemos dar por descontado.
Los interrogantes se acumulan de manera imprecisa en esta tercera parte de la secuela con un Jude Law barbudo y enigmático, enfundado en unos favorecedores estilismos con bombines, chalecos y pantalones de pata de gallo de estilo británico, para meterse de nuevo en la piel de Dumbledore y mostrarse conocedor de que el poderoso mago oscuro Gellert Grindelwald (extraordinario una vez más Mads Mikkelsen encarnando la villanía de un antagonista) está haciendo planes para apoderarse del mundo mágico y exterminar el que no lo es. Incapaz de detenerlo él solo, confía en el magizoólogo Newt Scamander (de nuevo interpretado por un prescindible y apocado Eddie Redmayne al que a veces da la sensación de que le quedaron tics gestuales de “La teoría del todo”) para dirigir un variopinto equipo de magos, brujas y un envalentonado panadero muggle en una misión que aglutina antiguos y nuevos animales y los enfrenta a una legión cada vez más numerosa y radicalmente politizada de seguidores de Grindelwald, que salen a las calles enloquecidos con banderolas pidiendo su libertad.
El director reconoce sobre una de las figuras más veneradas del canon mágico que “Dumbledore es una figura muy importante en el mundo de J.K. Rowling. En los libros y películas de Potter, es encantador, sabio, travieso, sabelotodo. Una de las cosas que nos atrajo fue ver al Dumbledore más joven, en un período formativo que definirá al ser humano en el que acabará convirtiéndose”. Pero además de sus años de lozanía, sin duda, una de las novedades narrativas que se introduce de manera discretamente explícita en esta nueva entrega, está directamente relacionada con la orientación sexual del director de Hogwarts, la cual se dibuja abiertamente homosexual (atravesada por una prototípica historia de amor imposible y callado con el propio Grindelwald), pensada tal vez como guiño inclusivo con el que intentar matizar la controvertida mirada de la escritora hacia la comunidad trans.
Por su parte, Law, que retoma el papel del mago destinado a ser director de Hogwarts, revela acerca del vínculo afectivo que vertebra su pasado común con el personaje de Mikkelsen que una de las cosas que más le gustó fue “la oportunidad de sacar a la luz el pasado de Dumbledore. Ya había indicios en la última película, pero aquí podemos profundizar en su conexión con Gellert Grindelwald cuando eran jóvenes y el punto en el que comenzó a romperse. En su día, Albus compartió con Grindelwald puntos de vista bastante extremos sobre los muggles, pero él mismo descubrió que estaba equivocado y retrocedió. Sin embargo, vive con ese oscuro secreto y las consecuencias de su relación”.
Remordimientos puntuales
El amor aquí, vuelve a convertirse como en la película de “Maurice” de Ivory, como en los versos ordenados de Oscar Wilde, en ese sentimiento que no osa decir su nombre. Aunque en este caso se produzca sin apenas ruido ni pasión y entre dos personas, dos magos, dos hombres enfrentados por tener parámetros morales notablemente diferentes y unidos por un pacto de sangre en apariencia inalterable. Mientras Grindelwald se presenta como un hombre buscado por la justicia debido a sus creencias radicales y tácticas violentas y ahora emerge de las sombras como el poderoso mago oscuro que nunca dejó de ser, listo para implementar su plan y hacerse con el control de todo el mundo mágico y librar una guerra total contra los muggles, Dumbledore sigue personificando esa pureza del hombre eminentemente bueno, que, pese a tener secretos y remordimientos puntuales por las carencias afectivas reclamadas por su hermano o la culpabilidad que le invade por actuaciones familiares pasadas, cree ciegamente en la existencia de un mundo desprovisto de crueldad.
Tanto, que hasta el Qilin, esa criatura mágica también conocida como “unicornio asiático”, pacífica, poéticamente delicada, capaz de andar como si flotara y portador de un corazón puro que aquí resulta clave para el desarrollo de la trama, no puede evitar arrodillarse ante el mago. “A pesar de estar encadenado a los secretos de su pasado de manera literal, todavía disfruta de forma innata de la vida y de la posibilidad de la esperanza. Incluso en las circunstancias más extremas o en las situaciones peligrosas, es capaz de aportar un elemento de diversión”, remata Law sobre el reverso didáctico del mago.