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“Un amor intranquilo”: Joachim Lafosse revisa el canon del genio y la salud mental

El director belga, que ha construido una excelsa carrera analizando las relaciones familiares, regresa con un drama sobre la batalla de una familia contra la bipolaridad en plena pandemia
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La Razón

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La filmografía de Joachim Lafosse (Bélgica, 1975) es una de esas en las que, de manera extraordinaria, se combinan la periodicidad con la calidad. El director, que ha competido en los festivales más importantes del mundo y se hizo con la Concha de Plata al Mejor director en el Festival de San Sebastián de 2015, ha firmado obras que ya pertenecen a los clásicos instantáneos del nuevo cine europeo, ese que conecta con la coyuntura desde lo estructural y mezcla la pulsión autoral con las temáticas del espectador moderno. Después de la portentosa “Los caballeros blancos” (2015), “Perder la razón” (2012) o “Después de nosotros” (2016), el belga vuelve a las carteleras españolas con “Un amor intranquilo”, protagonizada por Leïla Bekhti y Damien Bonnard, y que participó en la Sección Oficial de la última edición del Festival de Cannes.
En su nuevo filme, otra vez con un cuidado estético al servicio del guion que parte de una experiencia propia y firma junto a varios colaboradores y asesores en materia de salud mental, Lafosse explora la batalla de un matrimonio contra la enfermedad mental de un miembro de la pareja. Damien, que sufre trastorno de bipolaridad, es un pintor y está casado con Leila, enfermera junto a la que vive en mitad de la nada y cría a su hijo pequeño, Amine. A medio camino entre la reflexión sobre la pérdida del amor, el fin de la tristeza y la evasión de los tópicos sobre las enfermedades mentales en relación a la genialidad artística, Lafosse se las apaña para levantar un lienzo epatante y ciertamente triste, arrollador quizá, sobre las consecuencias de las pequeñas decisiones diarias. “Un amor intranquilo” no es, ni mucho menos, la enésima película sobre el sufrimiento de un enfermo o sus familiares por problemas de calado psicológico, sino que es más bien un ensayo sobre la experiencia de la separación y los límites, en tanto morales y románticos, que estamos dispuestos a aceptar y a sobrepasar. Lafosse habló con LA RAZÓN sobre su película, el éxito de su filmografía en España y, por supuesto, el futuro del cine de autor en un contexto incierto para la industria.
-¿De dónde viene la idea de la película? Ha dicho alguna vez que parte de su propia experiencia...
-Es la película por la que más cariño siento. Por eso me gusta tanto hablar de ella y conceder entrevistas. Quizá también porque es la primera vez que cuento una parte de mi infancia. Creo que la película nace de un recuerdo, del recuerdo en el que mi madre me dijo “mira, hijo, tu padre y yo nos vamos a separar. Le quiero todavía, pero no puedo ya con la enfermedad” (nota: su padre lidió durante años con un trastorno similar a la bipolaridad). Creo que es algo que tardé mucho tiempo en entender y aceptar y, a la vez, al decirme eso, mi madre planteaba los límites. Es decir, la capacidad de cada uno de resistir con la propia realidad o el contexto. No diría que es una película sobre la bipolaridad o sobre la enfermedad en sí, sino que va sobre el mostrarse al otro miembro de la pareja tal y como uno es. Con sus dificultades, sus contradicciones y su enfermedad incluso, si es el caso. El conflicto, para mí, es mucho más interesante que el romance o el nacimiento del amor. Me interesaba hablar de qué aceptamos y qué rechazamos del otro.
-¿Cree que su película lidia con el final del amor y el principio de la tristeza?
-Muy buena pregunta. Para mí es muy importante el cómo afrontar la tristeza, los hechos tristes que nos depara a veces la vida. No soy ni cura ni predicador, y lo que voy a decir es mi punto de vista, pero a mí me parece que sin ser capaces aceptar la tristeza es imposible ser empático y darle importancia a los demás en nuestra vida. La importancia de la pérdida pasa por ello, por el perder una unión y un vínculo. El protagonista, en la película, puede que entre en crisis porque no acepta dejar de ser el marido con el que su mujer se casó.
-Usted no tiene miedo a lidiar con dos temas bastante coyunturales, candentes hoy en día, como son la pandemia y la salud mental...
-La película conecta con algo que yo creo que todos vivimos en el primer confinamiento. Y es que nuestra existencia ya no tenía lugar fuera del prisma del covid, todo lo que nos pasaba era visto a través de ello y se debía a ello. Creo que hoy en día todos podemos medir cuan peligroso era mirar nuestra existencia solo a través del covid. No somos solo un síntoma o solo una enfermedad. Mi ingeniero de sonido murió de Covid, por lo que sé que es una realidad y estoy a favor de las vacunas, por supuesto, pero si solo hablamos de eso, si solo nos ocupamos de eso estaremos enfermando de otra cosa totalmente nueva.
-¿Cómo afrontó la dirección de actores? Tiene usted fama de metódico, pero imagino que ello se complica rodando en mitad de una pandemia.
-Tuvimos mucha suerte con el rodaje, porque todo el equipo tenía que testearse cada dos días y todo fue bien. Rodamos en pleno verano, entre el primer y el segundo confinamiento de 2020. Lo que sí me pareció interesante de la puesta en escena fue el covid, mostrar que cuando Damian y Leila salen de casa la realidad del covid existe. Y mostrar que Damian no quiere esa realidad, la rechaza, y no quiere ponerse la mascarilla ni nada. Los psiquiatras con los que preparé la película me dijeron que la gran dificultad que vivían las familias durante el confinamiento, con enfermos de ese tipo, se debían al encierro.
-Usted decidió hacer pintor a su protagonista. ¿Es algo personal, político, intencional? Estamos acostumbrados a una perspectiva mucho más social respecto a las enfermedades mentales.
-Hay muchos grandes artistas bipolares. Y hay que reconocer que cuentan con sensibilidades distintas que, a veces, se manifiestan como arte. Pero con ello no quiero decir que vivir crisis maníaco depresivas sea necesario para crear grandes obras, ni mucho menos. O que haya algo bonito en ello. Hay un pintor francés bipolar, que es Gerard Garouste que dice algo maravilloso. Si Van Gogh hubiera tenido más compañía, más apoyo, habría hecho el doble de obras maestras. Y estoy totalmente de acuerdo con él. Cuando estás en plena crisis puedes hacer un cuadro, pero vienen tres meses de hospitalización y una crisis depresiva. Esa es quizá la gran lección que me dejó mi padre. La de que puedes ser un artista y aprovechar tu arte, explorando etapas complejas y extremas, pero el límite y los marcos artísticos deben estar fijados y anclados en el mundo real. Ocúpate de tus hijos, sal a correr por la mañana. Juega con ellos todos los días a las 18:00h. Descansa. Y quiere a los que te quieren. Sin eso, caerás en el caos. No me parece que haya que sufrir para ser un gran artista.
-¿Hay futuro para el cine de autor como el que usted hace?
-Sí sí, totalmente. Creo que necesitamos sentir que tenemos cosas en común, los seres humanos. Ir a una sala de cine, ver una película que no rechaza lo complejo del ser humano, de nuestras vidas, es también una forma de darse cuenta de que estamos juntos y compartimos cosas. Quizá no las mismas emociones, pero sí las mismas familiaridades que, sobre todo, parten siempre del mismo sitio. De la pelea entre el corazón y la cabeza, entre lo emocional y lo racional. Y eso creo que, en su dimensión colectiva, hará que el cine permanezca. Y hay otra cosa, que me parece fundamental: el móvil (señala) es una mierda. Nos interrumpe constantemente y es una cárcel. En una sala de cine no está. Cuando ves una película en tu casa, cada 5 minutos tienes una interrupción. Las salas de cine serán las anticárceles del futuro, lugares de libertad en el encierro. Es donde escaparemos definitivamente. Nos desconectamos. Ese es el futuro de las salas.