El «Ulises» de Joaquín Sabina: Pongamos que hablamos de Joyce
Uno de los ejemplares de la primera edición de la novela que revolucionó la literatura se encuentra en la biblioteca personal del músico, que lo adquirió en 2008
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La carta no lleva fecha, pero se cree que fue redactada el 10 de abril de 1921. En ella, Cyprian Beach, en aquellos momentos una empleada ocasional de la librería Shakespeare and Company, propiedad de su hermana Sylvia, se disculpaba por no haber estado esa mañana en el establecimiento cuando había llegado uno de los clientes de la casa llamado James Joyce. La librería se estaba estrenando como editorial y trabajaba con ahínco en la posibilidad de publicar la obra inédita de Joyce de la que se venía hablando, aunque sin que apareciera en letras de molde. Era una novela titulada «Ulises» y destinada a poner las bases de la narrativa del siglo XX.
Sylvia Beach había propuesto hacer una primera tirada de mil ejemplares, además de otros cien en papel Holanda, firmados por el autor y que venderían por 350 francos. La editora fue generosa con su autor que le propuso que se llevara un 66 por ciento de los beneficios netos. Cyprian, en su carta, le rogaba al escritor que la llamase a su hotel entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde. «Hablaré con usted y le daré el mensaje a mi hermana Sylvia», escribió. Un año exacto más tarde, el 10 de abril de 1922, «Ulises» ya estaba en la calle haciendo ruido, ya sea ante la crítica de voces como la Virginia Woolf («es obra de un obrero autodidacta») o el elogio de nombres como Ernest Hemingway («Joyce ha escrito un libro malditamente maravilloso»). En ese día de 1922, el padre de Leopold Bloom tomó uno de los ejemplares de la primera edición y estampó una dedicatoria y su firma para Cyprian Beach, una manera de agradecerle la ayuda.
Hoy, ese ejemplar, cien años después, descansa en una de las estanterías del hogar de Joaquín Sabina, en algún lugar entre Tirso de Molina, Sol, Gran Vía y Tribunal. El músico, en declaraciones a este diario, explica cómo el tesoro llegó a sus manos. «La historia tiene que ver con la economía y la economía es que yo viví en Argentina, el desastre que fue el corralito. Conocí a mucha gente que había perdido bastante dinero con él. Entonces hubo un momento en la crisis que se vivió en España, en 2008, en el que se hablaba de la posibilidad de otro corralito. Temiendo perder algún dinero que tenía en el banco aquí, como había pasado en Argentina, decidí, por si acaso, hacerme un regalo. Como lo que más me gusta del mundo son los libros, yo había localizado en Bauman Rare Books, una librería de Nueva York, un ejemplar del “Ulises”. Era muy caro y, no me lo habría comprado en otro momento, y lo hice. Estoy contentísimo de haberlo logrado. Lo que tengo es la edición princeps, la que realizó la Shakespeare & Company, una librería, no una editorial. Por obscenidad nadie lo quería editar», recuerda Sabina.
El músico reconoce su admiración hacia James Joyce, a quien ha ido leyendo regularmente. «Yo no he sido de esos lectores que se han comido a Joyce de arriba a abajo o de una tirada. He sido de ir leyendo los capítulos más nombrados varias veces a lo largo de los años. De lo que sí estoy muy seguro es de cómo revolucionó la literatura en 1922, que fue cuando apareció, ahora hace cien, el mismo año en el que murió Proust». Este «Ulises» no es el único tesoro joyceno que ha conseguido Joaquín Sabina en estos años: «Guardo maravillas. Como las primeras ediciones de “Finnegans Wake”, también firmada, y la del “Retrato del artista adolescente”».
La copia del «Ulises» en poder del músico sirve también para recuperar la memoria olvidada de Cyprian Beach. Poco, muy poco es lo que sabemos de ella. La hermana menor de Sylvia Beach había nacido en 1891 y en realidad se llamaba Eleanor Elliot. Quiso hacer carrera en el mundo de la interpretación, por lo que pensó que mejor era cambiarse el nombre por el de Cyprian Gilles. Tuvo pequeños papeles en películas rodadas a finales de los 10 y principios de los 20, hecho que alternó con su trabajo en Shakespeare and Company. De ese momento, concretamente de 1921, es la célebre fotografía en la que Cyprian aparece casi como una figurante leyendo, junto con John Rodker, James Joyce y Sylvia Beach en el interior de la librería que provocó al año siguiente todo un terremoto literario. La imagen acabó colgada en una de las paredes del establecimiento, como así lo recogió con su cámara Gisèle Freund cuando durante tres días de 1938 acompañó a Joyce por París.
Cyprian murió el 26 de julio de 1951 a los 60 años en Altadena, Los Ángeles. Sus restos fueron incinerados en Pasadena. Parece muy probable que Cyprian guardara el libro de Joyce hasta el final pasando después, por obra y gracia de sus herederos, por varias manos hasta llegar a la librería neoyorquina donde fue localizado por Joaquín Sabina. Hoy es uno de los ejemplares más queridos de su biblioteca. El amante de los libros que lleva dentro reconoce que «no soy de esos bibliófilos a los que solo les interesan los libros, las imprentas y las ediciones. A mí me interesa lo que tienen dentro los libros, que es la buena literatura».
Este «Ulises» ha traído no pocas alegrías al cantante, como el hecho de poder convertirse en amigo del Premio Nobel Mario Vargas Llosa: «Es una de las cosas mágicas que me ha proporcionado el libro. Vargas Llosa estaba con su secretaria, que era una amiga intimísima mía, en Dublín, en frente de la casa de Joyce, buscando materiales para su libro “El sueño del celta”. A su secretaria se le ocurrió decirle que yo tenía ese maravilloso ejemplar dedicado a Cyprian Beach. Mario habló conmigo por teléfono y me dijo que no se lo creía, que le parecía una desmesura tremenda que un cantante tuviera ese libro. Entonces le contesté que viniera a casa a verlo. Vino, lo miró con absoluta devoción y desde entonces somos, no amigos, sino muy amigos y nos vemos con mucha frecuencia, lo cual es otra de las cosas que le debo a Joyce», apunta el propietario de lo que podemos considerar como un incunable del siglo XX.
Resulta tentador preguntarle a Joaquín Sabina si entre su cancionero encuentra un tema que pudiera dedicar a James Joyce. La respuesta es clara: «Joyce se merece cualquier cosa. Por cierto, que cantaba muy bien, según sabe todo el mundo. Pero lo que hay que aprender de Joyce es su ejemplo en el monólogo interior, en el darle la vuelta de ese modo a la manera de escribir». Con James Joyce, nos sobran los motivos.