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Reducir las Humanidades es un deliberado plan del Gobierno para borrar la historia de Occidente

Un alumno sin conocimientos históricos es más fácilmente manipulable por los que hacen de las identidades su campo de batalla ideológico
Descripción de la imagenJESUS CARVAJALEFE

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Son legión los historiadores que están criticando la eliminación de contenidos previos a 1812 en la enseñanza de Historia de España en 2º de Bachillerato tal y como aparece en el nuevo decreto ley que va a regular los nuevos currículos en desarrollo y aplicación de la llamada LOMLOE. Resulta curioso constatar cómo en este coro de voces indignadas coinciden grandes historiadores de todos los signos y tendencias, sobre todo, especialistas en historia antigua, medieval y moderna, cuyas materias se ven eliminadas de un plumazo de «la memoria democrática» oficial. Simplemente han dejado de ser relevantes.
Todos coincidimos, en efecto, en el riesgo que entraña este borrado de la memoria: un alumno sin conocimientos históricos es más fácilmente manipulable por los que hacen de las identidades (para negarlas, deformarlas o para absolutizarlas) su campo de batalla ideológico. Ahora bien, son muchos menos los que vinculan esta estrategia legislativa de supresión de la memoria española previa a 1812 con las «políticas de cancelación» de la cultura occidental propias de este Gobierno y de una parte de la izquierda europea y anglosajona. La mayoría de los que están protestando se limitan a expresar su preocupación académica por la eliminación de contenidos clave para la correcta formación humanística de los alumnos sin querer entrar en disquisiciones filosóficas sobre el marco mental del legislador al que ello obedece.
Los hay que apuntan a las consecuencias que para la transmisión de la identidad española y la memoria común puede tener el eliminar el pasado previo a 1812 del currículo de Bachillerato. A pesar de que uno de los objetivos declarados en el borrador del Real Decreto es «identificar el origen de la idea de España y de otras identidades territoriales a través de los textos, desde sus primeras formulaciones y su evolución en el tiempo» (Competencias específicas de Historia de España, nº 2), lo cierto es que esto es imposible llevarlo a cabo si uno elimina de los contenidos la herencia fundadora romano-cristiana, los reinos medievales, Al-Andalus y la Reconquista, la Conquista de América y el Imperio Español. Lo romano, lo cristiano, lo andalusí, lo sefardí, la Hispanidad… todo borrado de un plumazo.
Se insiste una y otra vez en el borrador del decreto en que el alumno de Bachillerato debe saber «identificar la diversidad identitaria de nuestro país». No veo cómo va a poder comprender esa rica diversidad lingüística y cultural si se elimina del currículo el pasado medieval, que es el momento de su nacimiento. Salvo que se deje en otras manos el explicar cómo y cuándo nacieron, con el consiguiente riesgo de fomentar esencialismos nacionalistas. Sabiendo como sabemos de qué modo esencialista se enseña la historia en algunas comunidades autónomas, resulta extraordinariamente preocupante. Y es que, por supuesto, con este marco curricular, tampoco comprenderá cabalmente el alumno las raíces de la identidad española común, forjada en los siglos que van de la romanización y cristianización de la Península Ibérica a la Hispanidad ultramarina de la Edad Moderna. Un sedimento histórico de siglos que nos hermana con los pueblos de Iberoamérica. ¿Cómo comprenderán los alumnos, si no, la bella formulación de la Constitución de Cádiz de 1812 que habla de que «la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios»?

Marco filosófico

Dicho esto, no podemos concluir este artículo sin plantear que, a nuestro juicio, limitarse a señalar la amenaza que esta reforma del currículo supone para una transmisión matizada y rigurosa de la memoria de España sin también indagar en el marco filosófico en la que ésta se enmarca peca de reduccionismo y de cierta miopía. En efecto, si no analizamos esta reforma en el marco de un contexto interpretativo más amplio se nos escapará el fin último que persigue. Ese contexto en mi opinión no es otro que el de la llamada «cultura de la cancelación», esa mentalidad woke nacida en las universidades norteamericanas y difundida urbi et orbe por los poderosos «mass media» anglosajones. Pensar que es solo la identidad española la que está amenazada resulta miope, pues es el conjunto de la memoria occidental, de su civilización, lo que está siendo puesto en cuestión. Este «Año Cero» cultural pasa por el olvido de la tradición occidental, un «reseteado» de la memoria histórica milenaria que incluye no solo el Medievo cristiano o la Hispanidad de los dos hemisferios, sino también la cultura grecorromana en aquello que pueda estorbar a la creación postmoderna de las nuevas identidades. En uno de sus sagaces escolios el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila afirmaba que «cada generación solo entiende unos pocos libros de la biblioteca que hereda». Si los «canceladores» se salen con la suya me temo que no entenderán ninguno, salvo quizá «1984», de Georges Orwell.
Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña es catedrático de Historia Medieval, Universidad CEU San Pablo