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José Andrés, el chef que declaró la guerra al hambre

El cocinero, que ha recibido el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, asegura que el tiempo de los discursos ha terminado y que ya es hora de actuar para acabar con la falta de alimentos en el mundo
Descripción de la imagenEloy AlonsoEFE

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José Andrés, el chef de los necesitados. En un mundo privado de empatías y escasas solidaridades, él resulta un tipo singular que se preocupa por la fortuna y desdicha de esas poblaciones que en Occidente solo vislumbramos a través de ese resol de imágenes que acostumbran a dejar las tragedias. Sustituyó los fogones de las clases pudientes, de los que dedican el mediodía a colgar su último almuerzo en Instagram, por servir comidas a los desasistidos y olvidados. El mundo va torcido cuando hay que galardonar lo que, de antemano resulta de sentido común, que es dar de comer al hambriento, premisa que se retrotrae a tiempos bíblicos. Pero este José Andrés ha resultado un cocinero combativo, que no marida bien con los premios que regala el conformismo y que ha salido algo emprendedor y autónomo. Un tipo con criterio propio, que no individualista, con el miedo que provocan hoy a las élites tecnológicas los chavales que piensan, actúan y van por su cuenta. Venía de las aulas de Ferran Adrià y se ha montado World Central Kitchen, una ONG que acude a lugares donde muchos clientes habituales de los restaurantes señalados por el celebérrimo emblema de los tres tenedores no querrían pisar ni aunque les dieran un millón de euros. Pertenece al linaje de esos que se han cansado de escuchar iniciativas y discursetes que nacen muertos, como el subrayó al llegar a Oviedo, y se ha calzado las botas para dejar las palabras a un lado, que nada resuelven, y salir al camino para prestar ayuda. A más de uno le fastidiará reconocer en un informativo a este hombre, con iniciativa propia, que desprecia riesgos ciertos, para ayudar al prójimo. Quizá, porque no existe nada peor para las conciencias que un alma ejemplar. Son capaces de arruinarte la cena y hasta el episodio de la serie de turno. Y más en una época como la actual, dominada por ese individualismo que antepone lo mío y mis comodidades a todo lo demás. José Andrés, que donará la cantidad de este galardón a los damnificados de Las Palmas, siempre soñó con un mundo donde la fotografía de niños famélicos, como las que sacó James Nachtwey, otro Premio Princesa de Asturias, formaran parte de la historia. Pero aquella iniciativa que las Naciones Unidas aventó en la década de los ochenta del siglo pasado hoy todavía es papel mojado. Por eso, él está ahí, porque es un idealista, un entusiasta, un rebelde que hace lo que otros solo dejan pasar para solucionar lo que ya debería ser un capítulo de la historia. Pide más cultivos locales, mejor reparto de los alimentos, convertir los desperdicios y los excesos que dejan nuestras comidas, en comidas reales para otros, que se aliente el comercio en las zonas deprimidas y excluidas del primer mundo para evitar el hambre y que sus habitantes tengan que emigrar. Un soñador, asegurará más de uno. Cierto. Pero si el mundo no ha ido a mejor es justo porque nos falta más gente con sueños.