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Gemma Cuervo, todas las caras del teatro

Convertida en dama del teatro por derecho propio, hizo de «Estudio 1» su casa. Ahora, los Premios Max la reconocen con el de Honor por una trayectoria que comenzó hace ya más de 60 años
Cristina BejaranoLa Razón

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Gemma Cuervo pertenece a esa estirpe de teatro que ya es «rara avis». Eso sí, no está sola: «Aunque nos estemos extinguiendo, todavía quedamos gente de mi generación dando guerra». Miembro de una saga familiar dedicada en cuerpo y alma a las tablas, fue partícipe como pocos en este país de aquel «Estudio 1» que pasó de moda hace mucho y que difícilmente encajaría en estos años de Twitch y TikTok. Sobre esos escenarios de Prado del Rey se forjaría una leyenda que, tras más de sesenta años de carrerón, va cosechando un reconocimiento detrás de otro.
Solo en el último medio año se ha puesto la medallita del Premio a toda una vida dedicada al teatro y el de Primera Dama de Clásicos en Alcalá. Y los que llegaron antes: el Júbilo, el de la Unión de Actores, el Ondas... Y, ahora, el Max de Honor que recogerá el 4 de octubre en el Teatro Arriaga de Bilbao. ¿Motivos? Todos los del mundo. Solo con mirar el «amplio catálogo de obras» en las que ha estado es suficiente para hacerse una idea. «Más de ciento y pico de trabajos», añade la protagonista. Por su parte, el comité encargado de dar el premio ha resaltado su «vasta trayectoria como intérprete y su figura pionera», además de destacar su labor de «empresaria del teatro español y su compromiso con el repertorio teatral».
Pero, más allá de homenajes, la Cuervo sigue siendo la Cuervo. Una madre que todavía se sorprende cuando, sin esperarlo, aparece su hija Natalia, la mayor de los tres; pero también es esa señora que sabe que el futuro está en las generaciones que la persiguen, a las que cuida como si los conociera de toda la vida: «Ay, guapa, no te puedes ir de aquí sin que te diga cuál es tu lado bueno». Quita la mascarilla de nuestra fotógrafa. Se lo piensa. Palpa. Prueba. Mira. Remira. Y llega a una conclusión: «Este tercio izquierdo, sin duda. Muy bonito, aunque este tampoco es feo», añade reconvertida en un ser de luz que se debate entre pitonisa y asesora de imagen. «¡Son 50 euros!», reclama. Y se echa a reír.
Es Gemma Cuervo en estado puro. A punto de cumplir los 85, pide unos segundos para recuperarse, no de sus labores de consejera, sino del pequeño paseo de la sesión de fotos al centro del escenario del Teatro María Guerrero. «Esperamos un poquito, por favor». Lo que haga falta. Mientras, se da aire con un abanico en el que se puede leer «#másmujeres». Unos segundos de asueto, un trago de agua y al lío. Ha sobrevivido a una guerra, a la posguerra, al oficio de artista y a una pandemia, como para frenar por unos pasos de más.
–¿Qué tal estos meses?
–Bien. Encerradita en casa. Solo voy a las cosas necesarias.
–¿Qué recuerda de los primeros tiempos sobre las tablas?
–Que tenía mucha afición y que me cansaba lo justito. Era tanta la devoción que todavía no se me ha pasado, parece algo congénito.
–Ha hecho cine, teatro y televisión, pero no me equivoco si le llamo «teatrera» por encima de cualquier otra cosa.
–Diremos que el teatro es la madre del mundo del arte.
–¿Qué echa de menos de los escenarios?
–Estar en ellos.
–¿Y qué consejo daría a la gente que empieza?
–Que primero piense si lo que siente por el teatro es vocacional, porque, si no lo es, va a sufrir.
La añoranza de tiempos mejores y más juveniles no le hacen menospreciar el ahora. «El teatro ha evolucionado muy bien, aunque no diré que me gusta más que antes. Entonces salíamos de la Guerra Civil y hasta que España se puso normalita pasaron unos cuantos años. No se puede comparar el país de los 40, 50 o 60 con el de hoy, el que lo hace está equivocado. Era una España negra, prohibida. No se podía argumentar nada. Siempre hemos dado un buen avance por la gente joven, me encantan».
De los 60 a los 80 se hizo dueña y señora de «Estudio 1». «Entonces los espectadores empezaron a comprender el mundo y a culturizarse», explica como un motivo más para recuperar el programa. De hecho, el intento se hizo en 2000, pero no fraguó. La vuelta que se le dio no convenció ni a mayores ni a pequeños y ahí se quedó. Quizá, puntualiza Cuervo, «porque de toda la vida han querido hacer ver que el teatro no es que no guste, sino que no se hace tan necesario como otros entretenimientos. El antiguo dirigente de España conquistó a los españoles para que fuera el fútbol lo que prevaleciera».
Pero para la actriz comparar la España de antes y la de ahora es cuestión de una «estrechez de miras». Mejor vivir el presente. Un tiempo en el que sí cambiaría algunas cosas, como esos machitos «que siguen con la masculinidad de antaño. Porque el mundo ha sido machista hasta hace un cuarto de hora. No entienden que solo son seres humanos, como las mujeres».
–¿Está Plácido en esta situación?
–Cualquier abuso es inaceptable, pero creo que entonces no tenía conciencia de que fuera un delito. Para él era como un juego de niños, porque los hombres, a veces, son niños.