Los prohibidos: breve catálogo de clásicos impublicables
El tsunami castrador de la censura cultural llega hasta el seno de las editoriales estadounidenses, que piden “cláusulas de moralidad” a los potenciales autores
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Se extiende en Estados Unidos la inclusión de “cláusulas de moralidad” en los contratos editoriales, ante el estupor de los defensores de la libertad y la impotencia de los propios escritores. Condiciones confidencialísimas, que permitirán a las editoriales, en caso de escándalo o graves acusaciones, rescindir los contratos, interrumpir la distribución e, incluso, exigir la devolución del dinero entregado en concepto de adelanto. Bienvenidos al mundo de los pastorcitos woke, sentados en el mirador con ventanales a las vidas ajenas, para exigir a los autores que sean modelos de conducta intachable y ejemplo de templanza, caridad, modestia, austeridad y pudor.
Gracias al #MeToo y a las redes sociales, los escándalos incluyen la acusación individual sin pruebas y anónima y la condena pública reacción automática tras el señalamiento. El rango de conductas privadas capaces de triturar la carrera de un autor luce inabarcable. Son indistinguibles los comportamientos delictivos de las anécdotas chorras, los delitos y las faltas, los pecados veniales y los tropiezos, los equívocos y las decepciones y el sadismo y la dominación de las ambigüedades del corazón, que a menudo tiene razones que la razón no entiende. Los patrulleros tampoco separan realidad y ficción, especulación y hechos probados.
El derecho al honor y la presunción de inocencia fueron carbonizados. Las editoriales, como cualquier empresa, prefieren no meterse en líos. Los afanes moralistas combinan con las necesidades económicas. Por cada caída en desgracia hay un redoble evangelizador y a veces cínico, tratando de no perder pie, posición y dinero frente al juicio voraz de la masa incendiaria, enamorada del boicot y el castigo. Inevitable mirar atrás por un momento y preguntarse qué habría sido de la literatura universal si hubiesen existido antes estas cláusulas. Para empezar deberíamos olvidarnos de “Viaje al fin de la noche”, obra maestra de un Louis-Ferdinand Céline racista y filonazi. Virtuoso de las palabras, genio indiscutible, algunas investigaciones indican que incluso habría denunciado a judíos y comunistas a la Gestapo.
¿Podemos permitirnos como sociedad prescindir de una obra literaria asombrosa? ¿Debemos invisibilizar a su autor, privando a las generaciones futuras de la magia negra de su escritura si el autor fue un cabronazo o cultivó unas ideas políticas nauseabundas? En un anticipo de las furias que estaban por desatarse, Francia anuló en 2011 los homenajes programados en el cincuenta aniversario de su muerte. El filósofo Bernard-Henri Lévy lamentó la ocasión perdida, por cuanto el apagón implicaba no indagar en los territorios donde nacen las obras maestras y a veces viven monstruos. En 2018 Gallimard renunció a publicar una edición crítica de Bagatelas para una masacre, sus virulentos textos antisemitas.
Adiós también al «Canto general», las «Odas elementales» y «Residencia en la tierra». No hay perdón posible para Pablo Neruda, capaz de abandonar a una hija con hidrocefalia, referirse a ella con desprecio y negarle su afecto y su presencia. Infiel y juerguista, todo un Nobel de literatura, capaz de contestar con gélido silencio a la misiva que anuncia la muerte de una hija, mientras escribe odas en honor al psicópata Stalin. Fuera de nuestra vista Simone de Beauvoir, su «El segundo sexo» o sus «Memorias de una joven formal». No se tengan en cuenta sus reflexiones, descartada sea su influencia en el pensamiento feminista actual. Recuerden que elogió a la URSS en plena dictadura de Stalin, igual que tantos intelectuales de la época, felices de conjugar su empatía por la famélica legión y el desprecio por las masacres estalinistas.
Beauvoir, por cierto, también defendía las relaciones pedófilas, llegando a adherirse en 1977 a un manifiesto que abogaba por despenalizar ciertas conductas. Su nombre figura junto al Michel Foucault, Louis Aragon, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Louis Althusser, Roland Barthes y Gilles Deleuze, entre otros. En 1977 Beauvoir, Sartre, Derrida, Deleuze, Barthes, André Glucksmann, Francis Ponge, Guy Hocquenghem y Jack Lang también firmaron una carta donde pedían la excarcelación de tres hombres acusados de mantener relaciones sexuales sin violencia con varios chicos y chicas de 13, 14 y 15 años. En 1943 Beauvoir fue despedida de su trabajo como profesora, por, supuestamente, acostarse con una alumna de 17 años.
No aptos
¿Y qué hacemos con Lewis Carroll? Olviden a la pobre Alicia. Ni en el país de las maravillas ni a través del espejo, con la sombra de la pedofilia acechándole, Carroll habría tenido serios problemas para publicar un maldito folio. A los escarceos con la infancia, que también amenazan con hundir la reputación del brillante e insufrible Foucault, traigan de paso al bueno de Antonio Machado, que contrajo matrimonio con Leonor cuando ella tenía 15 años y él 34. Si acaso, en su defensa, podría enarbolar la honda delicadeza literaria con la que emboca la cuestión amorosa. Muy lejos, por cierto, de como escribía Charles Bukowski sobre sus amigas, novias y amantes. A la mierda con el novelista y poeta, referencia ineludible de un par de generaciones de escritores, músicos y actores que abarcan de Jorge Berlanga a Roger Wolfe y de Tom Waits a Johnny Deep, Sean Penn, Arctic Monkeys o Barbet Schroeder. No hay espacio para la fiera alegría que recorre como un calambre la escritura del angelino con la cara picada de viruela, siempre en las antípodas del tratamiento aséptico, desinfectado y correctísimo que exige la beatería woke.
Más allá del sexo queda la muerte, según las enseñanzas de Woody Allen, otro célebre cancelado, en «La última noche de Boris Grushenko». Destacan entonces William S. Burroughs y Anne Perry. El mito beatnik le voló los sesos a su esposa, Joan Vollmer, una noche de tequila y ginebra que acabó con la malísima idea de jugar a Guillermo Tell con una pistola. En cuanto a Anne Perry, escritora de novelas de misterio, fue condenada en 1954 por asesinar junto a su amiga Pauline Parker a la madre de esta última. Salieron de la cárcel 5 años más tarde. Lejos de terminar aquí la lista de los autores no aptos apenas empieza.
Según las nuevas cláusulas arranca con la nómina completa de los filósofos, dramaturgos y poetas griegos y romanos y desemboca, hace pocas semanas, con el biógrafo de Philip Roth, retirado de las librerías por comportamientos sexuales teóricamente poco apropiados. Entre tanto, más allá de las letras, Bill Gates ha sido acusado de mantener relaciones (consentidas, no crean) con una empleada y, ay, de frecuentar al empresario y pedófilo Jeffrey Epstein. Como nota al margen añadir que la trillada discusión respecto a las relaciones jerárquicas entre la cultura humanística y la científica habría quedado finalmente resuelta. Nadie, ni siquiera los celotes más duros del movimiento woke, ha planteado la prohibición del Windows. Sin sistema operativo no hay anatema posible.