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Estefanía Molina: “El 15-M constató una impugnación de los antiguos liderazgos”

La politóloga Estefanía Molina presenta «El berrinche político», un análisis del auge y caída de los nuevos partidos y una reflexión sobre el actual clima de incertidumbre
Cristina BejaranoLa Razón
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«Cuidado con el móvil, que es ruta de menas», espeta vehemente y sin venir a cuento el camarero de una terraza del centro de la capital, esa tierra que ahora se mide en libertad y antaño en madalenas. El comentario, fortuito y ciertamente desafortunado, interrumpe la entrevista y da cuenta del clima de crispación vociferada que atraviesa España. Sobre la mesa, además del café recién servido, un cuaderno de notas y las reflexiones meridianas de la periodista y politóloga Estefanía Molina (Igualada, 1991) —habitual de las tertulias de La Sexta u Onda Cero—, y que estos días presenta «El berrinche político» (Destino), sobre el ídem panorama de nuestro país desde el fin parlamentario del bipartidismo hasta nuestros días, o lo que a ella le gusta describir como el establecimiento del «bibloquismo».
Aunque el análisis de Molina está acotado entre 2015 y 2020, los años más convulsos en cuanto a elecciones generales se refiere con hasta cuatro citas con las urnas, es de rigor preguntar por la cristalización, o no, del 15-M: «No entró directamente en las instituciones, pero sí constató una impugnación de los antiguos liderazgos. Demandas como la del poder para las bases son claves en la formación de Podemos o Ciudadanos», explica a diez años de la acampada en la Puerta del Sol. Y sigue: «Pero también en la renovación de los partidos clásicos. Sin la irrupción de Pablo Iglesias, no se entendería que triunfase el modelo de Pedro Sánchez frente al de Susana Díaz y, de hecho, Pablo Casado gana las primarias del Partido Popular porque se presenta como lo más parecido a Albert Rivera en ese momento».
«De hecho», dice la politóloga, «el salto del bipartidismo al multipartidismo también bebe del 15-M. Otra cosa es, y esa la tesis que defiendo en el libro, que eso nos haya resultado satisfactorio. ¿La reivindicación y las consecuencias del 15-M siempre fueron positivas? ¿Es lo que la gente esperaba? La tesis del libro es que no. Que no cristalizó todo de la misma forma. El sistema neutralizó aquellas demandas de manera muy “adanista”. Las consecuencias no siempre han sido a mejor. Por los nuevos partidos, que tenían mucha ansiedad de cotas de poder, y también por los viejos, que encontraron en trasladar la idea de que el multipartidismo era un lío una tesis para reforzarse. Incluso la regeneración y la transparencia que pedía Ciudadanos, o la demanda plurinacional de Podemos, responden a que en el contexto hay dos crisis: la económica y la territorial».
El «cesarismo» político
La periodista, que cree que el sistema si absorbió las demandas de la crispación ciudadana pero ya en 2015, opina que ello ocurrió de manera «cesarista», con unos nuevos liderazgos «que vivían de su presencia mediática y de cómo los climas de aceptación marcaban la agenda». Esto último, se ejemplifica en su libro a través de figuras como la de Albert Rivera: «El bipartidismo tardó cuarenta años en quemarse, pero figuras como la suya apenas cinco. Eso se explica porque, por momentos, pareció que Ciudadanos era una plataforma a su servicio. Si le iba mal al partido, se percibiría también como una derrota propia», explica.
En ello mismo incide cuando analiza la «espectacularización» del Parlamento, que cree ha jugado un papel clave en la desafección o, al menos, en la «pérdida de ilusión» que marcan los nuevos tiempos políticos: «Uno tiene a veces la sensación de que se hacen discursos para Twitter, o que más allá de propuestas, lo que interesa es abrir el Telediario», explica antes de seguir: «Quizá también venga del 15-M, de esa nueva pulsión por arrojar luz y miradas sobre los partidos. Y así se empezaron a conocer todas y cada una de las negociaciones. Eso minimizó la capacidad de renuncia de los partidos, que empezaron a tener miedo de la opinión pública y del titular que podría darse al día siguiente. Por eso creo, y esa es la tesis que defiendo en el libro, que la crisis que vivió España con el fin del bipartidismo introdujo las demandas sociales, pero no por ello hizo de nuestro tejido político algo necesariamente mejor».
Para Molina, otro de esos aspectos clave en la transformación del panorama electoral ha sido la obsesión y «fiebre por la mercadotecnia». Según la autora, «se creía que con estas técnicas se sería más capaz de captar las demandas de la gente, pero al contrario. Los partidos lo han usado a su favor para crear una fiebre por el relato, fiebre por los sondeos, que nos ha llevado a ingobernabilidad y a ciclos electorales eternos».
El laberinto catalán
Si hay un asunto que ha marcado -y sigue marcando- la agenda política en el período que analiza Molina es el del «procés» y el independentismo catalán. «Cuando Puigdemont y los ’'consellers’' se marcharon de Cataluña, se rompió la relación entre esos líderes, las élites, y la calle, quienes de verdad organizaban las manifestaciones», explica. Y sigue, sobre el futuro de ese laberinto que parece no tener salida: «Hay una generación de jóvenes, lo que yo llamo la ’'procesista’' y que no ha vivido otra cosa, que se ha socializado en la Cataluña independentista. A corto plazo, esa generación de votantes o de partidos, da por descartada la vía unilateral, pero un contexto de descontento social puede hacerles volver a rescatarla en cualquier momento, porque solo han conocido la política en términos de autodeterminación o no, no en ese ’'autonomismo’' con el que vivió, por ejemplo, mi generación».
Las consecuencias del huracán, en ese viaje al multipartidismo que construye la autora y que ha tenido estos días sus últimos «coletazos», bien pueden manifestarse a través de la figura de Isabel Díaz Ayuso, que capitalizó «thatcherización» mediante la estructura del partido oficialista con el discurso populista: «La gente sigue demandando líderes carismáticos. Ella ha sabido materializar el hartazgo durante la pandemia y lo ha transformado en eso que Christian Salmon define como el producto de la subcultura de masas. Cada ocurrencia que tenía en la campaña penetraba en un votante distinto y eso ha provocado que, por ejemplo, cada vez sea más imposible un ’'sorpasso’' de VOX al PP», opina antes de continuar: «Ayuso, o su equipo y su estructura, ha sido capaz de entender el nuevo desencanto, la falta de ilusión y traducirlo en votos».
Unos votos, claro, que se sumarán a los de uno de esos partidos nuevos, aunque ya asentados en el arco parlamentario, como Vox: «Se han institucionalizado, y ya se entienden como la muleta en la derecha, como el apoyo que necesitará el PP y que ya está absorbido por el sistema democrático. De hecho, ni el temor a Vox ha servido para movilizar a la izquierda, porque se entiende que ya están dentro del cauce democrático. Los discursos “adanistas” han hecho que el sistema domestique a los partidos extremistas», concluye antes de rematar: «Y que la indignación ante carteles como el de la campaña madrileña haya sido mayoritaria, a derecha e izquierda, solo demuestra que sus temas centrales no están presentes en el día a día de la sociedad española».