Cuando Franco pudo evitar el desembarco de Normandía
Se publica «Overlord», el primer libro de Max Hastings, donde asegura que si Alemania se hubiera aliado con España, los nazis habrían tomado Gibraltar y el «Día D» jamás habría podido materializarse
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El 6 de junio de 1944 comenzaron los desembarcos aliados en Normandía, clímax de la Segunda Guerra Mundial en el Oeste, cuyo final llegaría al cabo de 10 meses con la derrota alemana y del de nazismo el 9 de abril de 1945. Para los Aliados occidentales, muy alejados del terrible frente del Este, donde se consumieron el 70% de las energías humanas y materiales germanas y la URSS sufrió 11,5 millones de muertos en combate, Normandía constituye la apoteosis de su participación en la Segunda Guerra Mundial y, en consonancia, la han magnificado hasta el infinito.
Llega a las librerías otra obra sobre Normandía, «Overlord. El día D y la batalla de Normandía, 1944», de la que es autor Max Hastings, pero que no es una cualquiera ni estaba editada en España. Es una de las primeras que apareció, precedida solo por «El día más largo», de Cornelius Ryan (1959), pero, sobre todo, no destila el aura de superioridad que transpira la literatura aliada sobre el desembarco. Recuerda el juicio del «Premier» Winston Churchill sobre la superioridad del ejército alemán que era, «hombre a hombre, una fuerza mucho más efectiva que la de sus contrapartes británica y norteamericana. Sabía que las tropas aliadas sólo podrían derrotar a las de Hitler en las condiciones más abrumadoramente favorables, esto es, con una superioridad numérica de efectivos, carros de combate, aviones y artillería».
Su valoración de la capacidad combativa de la Wehrmacht le acarreó críticas a Hastings, de las que fue rescatado por competentes jefes aliados que reconocieron los fundamentos de la victoria: más hombres y superioridad aérea. El desembarco estuvo protegido por unos 550 cañones navales de 380 a 127 mm., a los que los alemanes opusieron unas 400 piezas medianas, sobre todo, de 88 mm o menos. En cuanto a la artillería y los blindados, a partir de la primera semana, la ventaja aliada fue de 5 a 1. A tener en cuenta que los «Panzer», retenidos por Hitler, llegaron tarde. La descripción del desembarco es viva, primando el elemento humano sobre las descripciones técnicas, tácticas o armamentísticas. Hastings contaba con ventajas: su formación como periodista; las informaciones de sus padres, en el caso paterno, presente en Overlord, y los millares de combatientes cuyos testimonios enriquecen estas páginas. Pero, además, aunque constituya una breve pincelada, entreabre la puerta a la implicación española en la Segunda Guerra Mundial: si Hitler, en vez de lanzarse a la Batalla de Inglaterra, para la que no contaba con la aviación adecuada, y si en vez de acometer la temeraria invasión de la URSS hubiera de-sempolvado uno de los proyectos de su Estado Mayor, habría podido ganar la guerra.
La clave estaba en una carpeta titulada «Operación Félix» que permaneció dos años en la mesa de planes del Oberkommando (Alto Mando de la Wehrmacht, OKW). La «Operación Félix», cuyas líneas generales habían sido estudiadas por el OKW como una opción en el Oeste, debía «implicar a la Península Ibérica (y sus archipiélagos) en el gran teatro de la guerra conducida por las potencias del Eje y expulsar a la flota inglesa del Mediterráneo».
Comenzaría con la ocupación de Gibraltar y seguiría con la instalación en España/Marruecos de tres divisiones motorizadas y bases submarinas y aéreas en las Canarias. En España se construirían bases navales y aéreas y se fortificarían los puntos más vulnerables con baterías costeras y antiaéreas. El plan se extendió en una segunda fase a Portugal y a sus archipiélagos de Madeira y Azores, donde se colocarían bases submarinas y aéreas; si rehusaban colaborar, serían ocupados.
«Enemigos de nuestra patria»
Los planes son meras fantasías si se quedan en sus carpetas, pero Franco, sin que se lo pidiera, ofreció a Hitler su colaboración. En junio de 1940, tras la victoria alemana en Dunquerque, le escribió una carta admirando su victoria «en la mayor batalla de la Historia» sobre «los enemigos seculares de nuestra patria». Excusaba su neutralidad debida a las mil carencias derivadas de la Guerra Civil, por lo que dependía de suministros aliados, pero su posición era clara: «No necesito decirle cuán grande es mi deseo de no permanecer lejano a sus preocupaciones y cuanta sería mi satisfacción por rendirle en cualquier ocasión los servicios que le parezcan más valiosos».
Juan Vigón, jefe del Estado Mayor, entregó la carta a Hitler el 16 de junio. Aunque acababa de tomar París y se hallaba de excelente humor, el Führer se mostró gélido ante las pretensiones en Marruecos y las ansias de unirse a la victoria. Pero Franco no desistió: sus embajadores en Roma y Berlín reiteraron a Mussolini y a Hitler su voluntad de intervenir, aunque deberían suministrarle armas, municiones y alimentos, y, como aliado, reclamaba territorios de Marruecos y el Oranesado, interesándose en ampliar dominios coloniales españoles en el Sáhara y el Golfo de Guinea. «Enterado», respondió Hitler, cuando le hubiera costado poco que Franco cediese a cuanto deseara: la condonación de las deudas de la Guerra Civil, algunas ayudas y mil promesas coloniales para cuando se ganara la guerra. Mientras Hitler decidía qué hacer, Franco seguía tendiéndole la mano; el 17 de julio manifestaba: «Hemos hecho un alto en la batalla, pero solamente un alto. No hemos abandonado nuestra empresa (…) España tiene dos millones de guerreros dispuestos a luchar en defensa de sus derechos...». Pero Berlín marchaba en otra dirección: Alfred Jodl (jefe de planes del OKW) recibió la orden de estudiar la invasión de Gran Bretaña, la «Operación Seelöwe». Jodl le presentó los planes y una alternativa, la «Félix», que hubiera convertido el Mediterráneo en un lago germano-italiano. Pero Hitler prefirió Seelöwe. Tras su fracaso en la Batalla de Inglaterra, retomó el asunto y el 23 de octubre se entrevistó en Hendaya con Franco, que estuvo reticente y frío. Hubiera podido forzar la situación, pero a otro precio. La ocasión había pasado. Quienes conocieron la «Félix» se mostraron entusiasmados. Para Keitel, jefe del OKW: «Tomar El Cairo era más importante que conquistar Londres». y el historiador militar británico, general J. F. C. Fuller, es rotundo: «Si Gibraltar y Egipto eran conquistados, el Mediterráneo quedaría convertido en un lago italiano. Se inmovilizaría a los turcos y quedaría abierto el camino hacia Rusia por Armenia y Georgia. Inglaterra se enfrentaría a una situación tan desesperada que el ferviente deseo de ayuda americano quedaría reducido a cero (...) y no tendría más remedio que aceptar una paz negociada, ya que sin la ayuda americana no podría continuar la lucha».