Así fue la batalla más dura y lejana del Imperio español en el Pacífico
Los fuertes que todavía permanecen son testigos de las duras batallas terrestres y navales que disputaron los españoles y los holandeses por las islas de la especiería en los siglos XVI y XVII
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Tienen un nombre exótico, las Molucas, que remite a un paisaje de islas remotas y playas olvidadas con desembocaduras de ríos y abundante vegetación en la orilla. Pero, durante siglos, fueron objeto de una de las mayores disputas bélicas por las principales potencias marítimas: Portugal, España, Holanda o Inglaterra. En sus aguas hubo piratería, batallas, tráfico de especias, esclavitud y exterminio de poblaciones. Alrededor de sus recursos, el clavo, que era usado para condimentar los platos en Europa y que contiene conocidas propiedades médicas, se entabla la primera guerra mundial por los recursos naturales de toda la historia. Un precedente de la actual lucha geoestratégica internacional que vivimos por el agua, los yacimientos de petróleo o las minas de cobalto. Aquella encarnizada lucha en el confín del mundo obligó a España a fletar todos los años una gran armada, bien pertrechada de hombres y materiales, para mantener su hegemonía en las aguas orientales y salvaguardar las bases y puertos que existían en Islas Filipinas. El libro «En el archipiélago de la Especiería. España y Molucas en los siglos XVI y XVII» (Desperta Ferro) recoge este enfrentamiento y lo que sucedía en el recodo menos conocido y más lejano del imperio español.
En esta reducida extensión de tierra y mar, los españoles libraron duros enfrentamientos navales, sobre todo con los holandeses. Cada año, ambas naciones disputaban despiadados combates. Los españoles, temidos en el abordaje y habituados a sorprender en tierra, desarrollaron hábiles estrategias que pusieron en jaque a los barcos enemigos «Se tejió una red de fortificaciones. Entre fuertes y puestos de control existían unos veinte. La vida en estas instalaciones era muy dura. Están en estado de guerra permanente con los holandeses. La vida se hacía dentro de sus muros. No existía vía libre para la circulación de personas. Las puertas se cerraban, por reglamento, a las seis de noche. A esa hora, todo el mundo debía estar dentro del fuerte. En cualquier salida al exterior, de día y, por supuesto, de noche, podías ser víctima de una emboscada. El protocolo de seguridad imponía que no podías ir solo a por leña o agua. Cada vez que se iban a buscar, se establecían salidas y recorridos distintos para no repetir caminos y eludir trampas. La conexión entre los fuertes se hacía por mar para extremar la seguridad», comenta Antonio Campo, uno de los autores que participan en este volumen.
Decapitaciones
Los europeos tuvieron que adaptarse a las costumbres y usos locales. Y muchos de esos hábitos tenían que ver con la guerra y la manera de hacerla. Entre los nativos de aquellas ínsulas apartadas de la civilización estaba mal visto rehuir un desafío. Y no obedecer o respetar ese mandamiento suponía que te dieran la espalda las tribus locales y perder un valioso aliado. «En las Molucas daba prestigio no rehuir un duelo. Siempre había que aceptar una invitación a la guerra y, también, siempre, decapitar a los enemigos vencidos. Eso hacía a los holandeses y los españoles que se ganaran confianza de los gobernantes de esas islas. Si no se guerreaba, cualquiera de esos países se arriesgaba a hundir el equilibrio que prevalecía en la zona y perder su influencia. Por eso, era importante que tu aliado tribal resultara fiel y para eso había que cortar cabezas», explica el historiador.
En el fondo de esta guerra estaba el clavo, una especia que se concentrada en el norte de esas islas. Suponía un pequeño punto en la geografía que abastecía al mundo entero. Era tan caro porque en la ruta internacional había un gran número de intermediarios. La caída de Constantinopla y Alejandría, donde iban venecianos y genoveses para llevarlo al resto de Europa, encareció mucho el precio, que se multiplicaba un doscientos por cien solo de una punta a otra del Mediterráneo. Esto sin contar el traslado anterior previo», comenta Antonio Campo. Él mismo comenta que «las Molucas eran un quebradero de cabeza para los gobernantes españoles, sobre todo para los de Filipinas. Suponía un gasto enorme. El déficit de Filipinas se debe al mantenimiento de las Molucas, que se ven como una pesada carga. Cuando al final se pierden suponen una liberación. En realidad, se abandonan, en 1663».
Uno de los motivos es que era una frontera muy alejada de una frontera que ya estaba al otro extremo del mundo. «Es una ruta periférica que lleva de Manila a las Molucas. Es el territorio más distante. Hoy queda una imagen de fuertes aislados, con cuatro personas. Pero en el tiempo en que estuvieron españoles, había una flota anual con medio millar soldados que había que mantener y que se extendió hasta 1663. Hubo una continuidad y un desarrollo militar. La experiencia española allí estuvo entre la portuguesa y la holandesa, por eso está más tapada», explica el autor.
La flota holandesa
Durante esos años, los barcos se convirtieron en el principal medio de transporte y, también, de atacar al adversario. Antonio Campo comenta que «los combates navales eran los más numerosos. Los holandeses esperaban a los convoyes con las provisiones que los españoles enviaban allí y que llegaba todos los años puntualmente. Era un momento clave, porque cada año esperaba allí una flota holandesa para plantar cara en una batalla. Además, los dos adversarios sabían que sus refuerzos no podían caer en manos enemigas. Una regla imponía que antes de entregar provisiones y armas había que hundir la nave. Cada temporada, los españoles tenían que superar una flota holandesa». Para lograr esto se establecieron distintas tácticas: «La flota holandesa era mayor casi siempre. Si tenías un galeón de guerra español, atraía la atención y eso ayudaba que el resto de los barcos pudieran dispersarse y llegar a los puntos de amarre establecidos. Los galeones de guerra españoles se integraban en la flota. Casi siempre los españoles doblegaban esa superioridad y se salvaban. Pero era duro. Hubo un combate que duró dos días seguidos. El mayor buque holandés se emparejó con el español. Hay que tener en cuenta que los holandeses en esa área tenían mejor logística naval, pero, por contra, no en la guerra terrestre. Y los españoles hacían asaltos a nivel terrestre peligrosos».
Aquella aventura no fue buena desde el punto de vista económico. Suponía una inversión alta en soldados y recursos, pero suponía una barrera de contención obligada. Si no se hubiera estado allí, las flotas holandesas hubieran podido llegar fácilmente a Manila. Y esa ciudad, con su bahía, era esencial. Desde ahí se cubría la ruta hacia China y América. «Los españoles eran conscientes de que no podía descuidar los fuertes de las Molucas. Solo se van cuando aseguran la paz con los holandeses», aclara Antonio Campo.
Exterminios
Fueron precisamente los holandeses los que cometieron verdaderos actos de exterminio en las poblaciones locales, que, por naturaleza eran muy bélicas. Como no solían aceptar el control extranjero de una manera sencilla, los holandeses arremetieron contra ellos. «En las islas de Banda se atacaron a los nativos. Se redujo casi a un diez por ciento de su población. Es la gran masacre colonial holandesa. Estos territorios sufrieron un cambio brutal debido a los colonos holandeses y su obsesión por obtener nuez moscada, otro de los grandes recursos. De hecho, se empleó mucha mano de obra esclava en estos campos».
A la sombra de estas prácticas creció la piratería. «Los españoles también fueron protagonistas. Hicieron actos de saqueo y piratería para castigar las islas del enemigo, para obtener esclavos y recursos, pero los españoles, en este sentido, sobre todo fueron víctimas. En la zona de Mindanao y sus alrededores había muchos piratas locales que atacaban embarcaciones españolas. Es un problema que llega hasta la actualidad. Todavía hay secuestros de europeos y en 2014 había un movimiento de piratería en esa zona. Es algo que perdura en la actualidad».