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Cómo suspender el curso «Masculinidad y violencia» en cuatro cómodos pasos

Estadísticas incompletas y citas sin fundamento se suceden en un curso virtual alejado de la esencia feminista y que busca corroborar que el machismo «solo es cosa de hombres»
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La Universidad de Granada ofrece un MOOC –curso en línea masivo y abierto– titulado «Masculinidad y Violencia». El coordinador es Miguel Lorente Acosta, médico forense y delegado del Gobierno para la violencia de género entre 2008 y 2011, autor de libros como «Mi marido me pega lo normal. Agresión a la mujer: realidades y mitos». Me apunto, claro. Como soy de natural optimista, pienso que analizaremos la violencia en toda su dimensión, que se nos ofrecerá una bibliografía y un material de trabajo amplio, que se confrontarán diferentes perspectivas para que cada uno de nosotros, los tropecientos alumnos en línea –como cien mil hijos de San Luis– lleguemos a nuestras propias conclusiones tras interesantísimos debates y exposiciones de argumentos. Mi yo de hoy se descojona de mi yo de entonces.
No empiezo con buen pie. Mi primera aportación es impopular: una compañera hipermotivada pide –más bien exige– que nos expresemos en lenguaje inclusivo y evitemos el masculino genérico «por ofensivo y machista». Ahí ya tendría que haber intuido algo. Mientras todos celebran la ocurrencia, manifiesto mi intención de continuar utilizando el masculino genérico porque en castellano esto no supone una discriminación, sino una coincidencia. Que, puesto que es lo correcto, será esa mi opción. «Sin ánimo de ofender», añado.
Un aliado feminista, un hombre deconstruido que abraza las nuevas masculinidades como antaño abrazaría un cuerpo con forma de guitarra, me afea mi postura porque «el lenguaje construye realidades». Le digo que «mansplainings» –utilizo su propio discurso aquí– poquitos y que yo lo que pienso abrazar son las reglas gramaticales del español. Preveo ya el primer día que muchos amigos no haré. Mi segunda aportación no es más celebrada. Aprovecho el espacio virtual llamado «cafetería» para plantear a mis compañeros un debate sobre un artículo publicado por uno de los profesores, Octavio Salazar Benítez, miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional y de la Red de Hombres por la Igualdad, que imparte el segundo módulo: «Masculinidad y el hombre prometido».
El artículo en cuestión terminaba afirmando estar «convencido de que solo los hombres que leen a las mujeres serán capaces de iniciar la revolución que ellas llevan siglos esperando». Explico a mis compañeros que me parece machista, que nos reduce a las mujeres a sujetos pasivos que deben esperar a que los hombres nos salven de los propios hombres. Me quedo tan a gusto. Que qué les parece a ellos, les digo. Empiezan a llegar respuestas. La mayoría de mis compañeros aprovechan el hilo para aplaudir a Salazar su trayectoria en el feminismo, presentarle sus respetos, admirarle mucho y excusarle porque «he sacado la frase de contexto» o «le estoy malinterpretando». El propio Salazar entra en el debate para aclarar, por alusiones, que se refiere a «la revolución masculina, a la transformación que tenemos que hacer los hombres, en lo personal y en lo político, a nivel individual y colectivo». Le digo que si la revolución es personal, política, individual y colectiva –todo junto y a la vez– pero masculina, presuponer que nosotras llevamos siglos esperándola y necesitándola es, como poco, un pelín androcentrista. Me sigue pareciendo machista, oiga. Ya no me contesta. Se acabó el debate.
Aprovecho, sin embargo, que habla de autoras femeninas para recordarle que la mayoría de los lectores en España son mujeres y que, si la mayoría de libros que se leen son de hombres –si generalizamos por un lado, generalicemos por todos– no deja de ser una elección de las mujeres, libre y soberana, la de leer a hombres. ¿No es machista censurar la elección de las lectoras? ¿Es más feminista imponernos que leamos a mujeres, sí o sí, independientemente de la calidad de sus textos o de nuestros gustos personales? Hablo sola.

Cuestión de impulsos

Empieza el curso. Se divide en cuatro módulos: «Hombres y violencia», «La masculinidad y el hombre prometido», «Violencia de género contra las mujeres» y «Hombres en paz». Primer módulo. Vídeos de Lorente Acosta. Bibliografía recomendada: libros de Lorente Acosta. Citas de Lorente Acosta. Se abren debates sobre los temas planteados. Las preguntas son del tipo «teniendo en cuenta que las estadísticas indican que el 95% de la violencia es ejercida por hombres, ¿podríamos afirmar que la violencia es cosa de hombres?». Hasta yo, que tengo claro que la violencia es multifactorial, siento un primer impulso de gritar que todos los hombres son asesinos y violadores. Pero me contengo, reflexiono y contesto que, efectivamente, la violencia es ejercida por hombres, según las estadísticas que nos han facilitado, en un 95% de los casos. Pero que ese 95% de hombres violentos solo suponen un 0,1% de la población. Y un 0,03% del total de esa población son mujeres que ejercen violencia. Lo que, en realidad, indicaría que la violencia es cosa de algunos hombres y algunas mujeres. De algunas personas. Pocas. Si hablamos del factor biológico –puestos a ponerme pedante, déjenme sola– me gustaría enlazar algunos estudios que demuestran que la testosterona, en el contexto adecuado, contribuye a mejorar el comportamiento social de los hombres, y otros que indican que esta tiene menos que ver con la agresividad de lo que se cree popularmente. Concluyo, parafraseando a Safranski, que el mal es el precio de la libertad. Silencio.

Cambio de estrategia

A lo mejor todos mis compañeros son gente ocupadísima que no puede estar ahí debatiendo todo el rato. Echo un vistazo a sus perfiles. Coachs emocionales, especialistas en género, técnicos en prevención de violencia machista, activistas, miembros de asociaciones feministas de barrios periféricos. El resto de comentarios rebosan palmaditas en la espalda y olés. Más que un debate parece un taller de dar abrazos y de refuerzo positivo. Menos mi respuesta. A este paso nunca voy a ser Miss MOOC Granada 2020.
Aún así, me siento en disposición de completar el cuestionario del primer módulo. Es tipo test. Algunas preguntas son sobre datos que se dan en el material del módulo y me parece una chorrada para ser un curso universitario. Si fuera una extraescolar de primaria, aún. El resto son sobre conclusiones y ninguna se ajusta a lo que yo pienso. Me parece que dan poco margen al pensamiento crítico y la discrepancia. Dios me libre de hablar de adoctrinamiento o ideología en vena. Contesto como quien cogería un bus sabiendo que ninguno le lleva a su destino: seleccionando el que para más cerca. Suspendo. Lo repito contestando lo que mi sentido común me dice que no conteste. Diez sobre diez. ¡Toma!. Me dan una insignia que es un dibujo cutre de una mano con un puño americano. No entiendo nada. Decido cambiar de estrategia. En el segundo módulo contestaré a todo a favor de viento. Anoto las expresiones que debo utilizar siempre: heteropatriarcado, opresión, machismo estructural, violencia masculina, invisibilización femenina, transversalidad, revolución, sometimiento histórico. Sin darme cuenta me estoy enfadando y me siento oprimida.
Me veo del tirón los vídeos del resto de módulos. Freno en seco: alerta estulticia. ¿Soy yo o lo que ven mis ojos es una cita de Barbijaputa en el material didáctico de una universidad? Los froto. Releo. Los froto. No doy crédito: «La masculinidad es la raíz de todos los problemas que aquejan a los hombres por el hecho de serlo, pero es también el pilar de su dominación, es la herramienta principal que tiene el patriarcado para asegurar que nadie se mueve lo suficiente como para hacer tambalear su estructura. Y esta estructura es la que hace que nosotras seamos las asesinadas, las violadas, las explotadas sexualmente, y las que los mantiene a ellos como los asesinos, los violadores y los explotadores: que no olviden esto quienes defienden que hace falta un cambio para mejorar la vida de los hombres. Que la masculinidad es una jaula de oro, sí, pero la feminidad es una jaula a secas, más pequeña, sin lujos, sin vistas, y que cuelga en precario equilibrio bajo la de ellos. Barbijaputa, 2017».
Barbijaputa como referente en la Universidad. Pudiendo citar a feministas como Betty Friedan, Audre Lorde o Judith Butler. También a científicos y a intelectuales. Pudiendo citar a cualquiera, digo, en la universidad, citar a Barbijaputa es como citar en el congreso a C Tangana. O a Vetusta Morla en un funeral de Estado. Estudios nivel homeopático. Lloro un poco.
Confirmo que todo el curso no es más que una petición de principio brutalista. Solo se expone y ofrece aquello que refuerza y corrobora la tesis con la que se abre el curso: la violencia es cosa de hombres. Sí. He suspendido. Me siento como si me hubiesen expulsado de un curso de macramé o de risoterapia en el Centro de Día de mi pueblo. Está claro que soy más de Clint Eastwood que de Roy Galán.

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