Así es Louise Glück, Premio Nobel de Literatura 2020
Con 77 años, la poeta estadounidense recibe el galardón y reconoce que no tiene “ni idea” de lo que supone obtener este reconocimiento
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Y el Nobel, otro año más, fue para un escritor que no figuraba en primera fila mediática. Excepto cuando la Academia sueca premió a Bob Dylan, claro está. Pero tanto en el caso del bardo de Duluth como en el de Louise Glück la cuestión a veces parece ser no dejar satisfecho a nadie y dinamitar las previsiones de las casas de apuestas. Ni Murakami ni Javier Marías. Igual que Philip Roth murió sin alcanzarlo.
En el caso de Glück, no es menos cierto que estamos ante una escritora galardonada con el Pulitzer y el Premio Nacional de Literatura, poetisa laureada en 2003 y profesora en la Universidad de Yale. Buscadora del yo, escritora de un lirismo limpio que trata lo autobiográfico y pone en limpio lo cotidiano combinado con lo mítico poético, asomada al paisaje y al mundo natural, Glück, que nació en Nueva York y estudió en Columbia, tiene mucho de maestra hecha así misma. Con un pie dentro de lo institucional, pues resulta casi imposible sobrevivir como poeta fuera del ecosistema universitario, y el otro firmemente anclado en sus propios mundos y en sus códigos al margen.
Humor e ingenio mordaz
Anders Olsson, presidente del comité del Ppremio Nobel, ha explicado que la suya es una voz «de humor e ingenio mordaz». Una escritora severa, en cuyos poemas «el yo escucha lo que queda de sus sueños y delirios, y nadie puede ser más duro que ella para confrontar las ilusiones del yo. Pero incluso si Glück nunca negara el significado del trasfondo autobiográfico, no debe ser considerada una poeta confesional». La escritora ha cosechado su obra a un ritmo fuera de las disposiciones mercantiles y los usos comerciales.
Abandonó la universidad como estudiante para recibir terapia y sufrió un bloqueo creativo entre su libro de debut, en 1968, y el siguiente, publicado en 1975. Autora de títulos tan reconocidos como «El iris salvaje», «Ararat», «Las siete edades» y «Vita Nova», Glück sufrió durante su primera juventud un caso severo de anorexia. Su enfermedad, voraz, estuvo a punto de costarle la vida.
Actualmente vive en Massachusetts y trabaja como docente en el departamento de lengua inglesa del Y marcó de forma indeleble su relación con el mundo y su propia e incipiente poesía. El dolor, el trauma y la fragilidad bañan las costas de unos libros que tienen de serie la influencia ineludible, inevitable, de un gigante como Emily Dickinson. Esa poetisa, por cierto, que sufre siempre en sus traducciones a la lengua castellana, con un verso y un estilo que tienen mucho de aliento contenido y espacio en blanco, de ascetismo de acero que encaja mal en los barroquismos, culteranismos y etc., de nuestro idioma. Aficionada a la mitología grecolatina, que estudió desde el bachillerato, Glück combina reflexiones sobre la muerte, fogonazos alrededor de la desaparición biológica o la ruptura sentimental con ecos muy potentes de cantos antiguos y soledades clásicas. Hasta el punto de que héroes clásicos como Aquiles, el de los pies ligeros, bautiza un libro suyo, de 1985, que fue galardonado con el premio nacional de la crítica estadounidense. El mundo natural, su contemplación, tan imbricada en parte de la tradición poética estadounidense, oculta y multiplica juegos simbólicos que le han permitido mantener esa exigente autocontención suya con la que saja y exprime los sentimientos.
Algo nuevo
Entrevistada por la comisión del Nobel, explica que «mi primer pensamiento fue que no tendré más amigos porque la mayoría de ellos son escritores. Pero luego pensé, eso no sucederá». Al preguntarle por lo que supone el galardón, la escritora, nacida en 1934, hija de una ama de casa y un inventor, explica que «es demasiado nuevo, ¿sabes? No tengo ni idea de lo que significa. Es un gran honor». En cuanto al club de monstruos sagrados al que une su nombre, comentó que «hay destinatarios que no admiro. Pero pienso en los que sí».
La ironía marca de la casa, el desapego y la evidente falta de atención hacia los aullidos de la farándula y la academia marcan el discurso de una sagaz prospectora de la palabra. Alguien que nunca pensó demasiado en otra cosa que no fuera en ampliar los márgenes de lo vivido con el aliento del poema y que ha dividido su existencia entre el magisterio en mil y una aulas y el suave discurrir de una escritura atenta a sus propias brújulas. Una escritura y una escritora imantadas de verdad, bondad y angustia, y que llega ahora al gran mercado internacional aunque lo suyo fuera algo más, mucho más, que un secreto a voces o un éxito más o menos camuflado. Pero el Nobel ofrece una pasarela de alcance universal a la que no pueden aspirar ni siquiera los grandes premios de EE UU. Bienvenida al club de los poetas consagrados en el olimpo sueco, vestidos de fama mundial por el inventor de la dinamita.