Méndez Esparza se mete hasta la cocina de un juzgado de menores
El director, único español a concurso en la Sección Oficial de San Sebastián, estrena hoy en salas “Courtroom 3H”, su investigación dentro del tribunal de familia de Florida
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James Baldwin dijo que “si uno realmente desea saber cómo se administra la justicia en un país se acerca al desprotegido y escucha su testimonio”. Y a ello que se ciñó Antonio Méndez Esparza para levantar “Sala del juzgado 3H” (“Courtroom 3H”), una cinta que encuentra su origen en “La vida y nada más” (2017), su anterior largometraje.
Si entonces, Andrew era un adolescente que, junto a su madre, tenía que campear con la vida y con la ausencia de su padre, en prisión, en esta ocasión, el director mete la cámara en el Tribunal de Familia Unificado de Tallahasee (Florida). Un juzgado especializado en casos en los que hay menores implicados, una corte única que se ocupa de asuntos entre padres e hijos relacionados con los abusos, abandonos u otro tipo de negligencias con los menores.
Con un olfato exquisito para encontrar historias que llenen la cámara, Méndez Esparza vuelve a quitarse méritos, como ya hiciera en “La vida y nada más” -"son los protagonistas los que valen"-: “Todo es fruto de la casualidad. Creo en el cine como una forma de descubrir y no como en una manera mía de contar”, confesaba esta misma semana en el Festival de San Sebastián, donde ha sido el único realizar español que entraba a concurso en la Sección Oficial.
Para “arrastrar” al espectador hasta la sala del tribunal, Méndez Esparza se acogió a la Primera Enmienda -la norma que garantiza la libertad de expresión-, aunque con restricciones: “Hay una lucha entre los límites que quieres ponerte y cuando estás capturando ese instante no sé si te dejas seducir por lo que quieres contar. Poner dos cámaras era un crimen, un sacrilegio. Las puse por si acaso, y luego ha sido la salvación. Tampoco quería mostrar a los fiscales, pero cuando pasaba tiempo nos dábamos cuenta de que había que mostrar a los abogados, a los fiscales, porque la película es más amplia. Fue un proceso de descubrimiento y de abrazar los límites”, explica.
El objetivo del director no era otro que el espectador pudiera ponerse “en la situación del juez, ponerle en la manera en la que está juzgando y en encrucijadas para que tome decisiones”. Así, el público se adentra en un proceso que “al principio es un poco aburrido”, en palabras del realizador, pero que va evolucionando a través de unos abogados que “van cerrando espacios y la tensión al final es máxima. Hasta implicarte del todo”.