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Matt Dillon: actor, director... y experto en ritmos cubanos

El ganador del Premio Donostia de 2006 presentó en el actual Festival de San Sebastián un documental sobre uno de los maestros del scat, Francisco Fellove
Descripción de la imagenRaúl TerrelEuropa Press

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Comienza «El Gran Fellove» y aparece el Matt Dillon percusionista. Con unos bongos entre las manos, el actor hace ver a la cámara por qué no debe arreglarlos, que están perfectamente a pesar de sus pequeñas grietas. Mientras toca el instrumento, el espectador no sabe bien si la cosa va a evolucionar hacia el Dillon de coña de «Algo pasa con Mary» o el férreo de «Crash».
Pero la cinta no va hacia uno ni otro lugar, sino al del Dillon «chico de los cables». Así es como llama, además de «Mateo», Francisco Fellove (Cuba, 1923-México, 2013) a un tipo que no le suena de absolutamente de nada y que ha bajado, en 1999, de Estados Unidos a México para dar con él, leyenda del scat (un jazz vocal de los 50 en el que la improvisación lleva a imitar el sonido de la orquesta a base de sílabas sin un significado aparente).
De golpe, se presenta el Dillon más anónimo para Fellove y también para el público general, que descubre al coleccionista y experto en música cubana y mexicana. Ese afán por acumular discos caribeños es el que le lleva en un mercadillo de La Habana hasta las melodías del Gran Fellove. Ahí comienza el idilio del actor –reconvertido ahora, su segunda vez tras la cámara, en director del documental– con el músico cubano a través de un largometraje que aborda tanto la carrera del «showman» como el disco que grabó junto al contrabajista de jazz Joey Altruda, amigo de Dillon. Un álbum grabado en esta misma aventura y que ha permanecido silenciado hasta ahora (verá la luz en 2021).
De esta forma, la cinta presentada ayer en San Sebastián, con el actor de cuerpo presente, muestra a través de imágenes de archivo a un artista único de su tiempo. Una estrella en Ciudad de México, aunque olvidado en su país, «de donde salió en la década de los 50 por el racismo –explicó, ayer, Dillon en el Kursaal– junto a otros compañeros del movimiento “feeling” de La Habana». Volvería, solo por tres meses, en 1979. Suficiente para ser profeta en su tierra.