Misión: hundir para siempre a Susan Sontag
Se publica una controvertida biografía sobre la escritora americana en donde el autor disecciona todas sus sombras
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Pocos intelectuales han sido objeto de tan insistente inquisición biográfica como Susan Sontag, por lo que resulta interesante este recuento de su vida, que intenta presentarse como más o menos definitivo. Primeo interesó el contenido controvertido de sus opiniones; luego por el mechón blanco de su cabello saturnino sobre negro de fondo y ahora ¿qué? No solo fue una marca registrada sino una librepensadora a la que su biógrafo, Benjamin Moser, no hace justicia y sí quiere, en cambio, darle un castigo a su biografiada. Al tratarse de un escritor, lo esencial es la obra, pues esta constituye, justifica e ilumina la vida, y no al revés.
Es generoso en elogiarla como sucesora filosófica de Kierkegaard y Nietzsche; seguramente pertenece a una tradición del mundo del espectáculo cerebral que incluye a Tom Wolfe y su epígono Camille Paglia, y está bien definida, en la frase inadvertidamente mortal de Moser, como “la difusora más autorizada del mundo”, una entusiasta de las ideas de los demás, un altavoz en el carnaval de diversas vanguardias. Pero... no es todo lo que reluce en Moser, conocido en español por su biografía de Clarice Lispector, cuya publicación no estuvo exenta de graves objeciones. El lector no debe esperar de este libro descubrimientos relevantes que no se ofrezcan en biografías anteriores y entrevistas, o que no se hallen presentes en la edición de los cuadernos o diarios de Susan Sontag.
Tuvo a su disposición los archivos de la autora depositados en la Universidad de pero no ha edificado una biografía intelectual, y menos aún una aportación de juicios que permitan ponderar el legado intelectual de Sontag respecto de sus debatidas intervenciones públicas (como las guerras de Vietnam o la de Bosnia, su defensa de Heberto Padilla o la de Salman Rushdie en momentos cruciales, su afirmación de que “el comunismo no es sino fascismo con rostro humano” o sus declaraciones sobre el intervencionismo estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre de 2001).
Moser esgrime no poca inquina contra la ensayista de Ante el dolor de los demás, que algunos han venido proclamando desde los años setenta. Entre ellos destacan tres: Imputarla de no haber puesto su obra al servicio de la militancia feminista; de no ser “sincera” cuando el biógrafo intenta conciliar los hechos vividos por la persona privada (e íntima) con la obra narrativa y, por último, no haber hecho manifestación pública de su homosexualidad. Es decir, pretende, entre otros aspectos objetables de estas páginas, cargar tintas contra su biografiada... algo que resulta retorcido.
Así, a medida que se desarrolla el libro, la admiración inicial de Moser por la escritora lucha por hacer frente a los detalles desagradables de su comportamiento hasta llegar a ver sus obsesiones intelectuales como un reflejo de sus torsiones personales. Expone, también, las oscuras aristas de su sexualidad e insinúa una vulnerabilidad que escondía detrás de un interior intimidante. Una alternancia, según él, que se debatía entre el deseo de dominar y la necesidad de sufrir, que es donde residiría la clave de su carácter. No olvida contarnos cómo se lamentaba de no haber recibido el Nobel o que cultivó una personalidad cosmética: quería ser inaccesible como la Garbo cuando escondía un fondo frágil.
Amor en limusina
Se ocupa también de detallarnos su relación con Annie Leibovitz, de quien asegura que sirvió de estado de bienestar personal de Sontag. Ella la procuraba limusinas, vuelos en primera clase, e incluso contrató un chef para que la cocinara en casa, sin olvidar el lujoso apartamento parisino que la regaló junto al Sena. Calcula que la fotógrafa gastó más de 8 millones de dólares en su amada y, a cambio, Sontag negó siempre que fueran pareja e incluso de acostumbró a ningunearla por su falta de cultura. Ese es uno de los cargos que le imputan en estas páginas: el haber ocultado su homosexualidad, especialmente durante los ochenta cuando la epidemia de VIH asoló la vida de millones de personas. Moser hace caso omiso de las repetidas declaraciones de Sontag con las que rechazó terminantemente referirse a su vida privada (e incluso “espiritual”). En sus escritos privados, no obstante, ella siempre sostuvo ser bisexual, algo que el biógrafo entiende como una traición a la causa.
El libro, desde el punto de vista psicológico es algo reduccionista. Repetidas veces vuelve a la influencia negativa de una madre alcohólica –como si crecer siendo hija de una alcohólica pudiera explicar a una Susan Sontag– y, también repetidas veces, hace hincapié en la fama que más que gratificarla la acosó. Ninguna de estas exploraciones deja que Moser llegue más hondo. Como contrapartida, escribe vívidamente sobre una mujer de muy diversos atributos, decidida a dejar una marca en su época. Describe con detalle cada relación amorosa de Sontag, cada posición intelectual que adoptó, cada personalidad famosa que conoció, cada premio y galardón que recibió. La elogia por lo que es loable y, más o menos, la responsabiliza por lo que no lo es. Pero impresiona que por no confiar en sus propias sensaciones no logre explorar todo lo que querríamos. Moser se esmera en hacernos comprender lo profundamente compleja que fue, pero no la ama... y esa falta de conexión plantea un serio escollo para el libro.