“La cinta de Álex”: Un viaje paternofilial a la India contra los prejuicios
Irene Zoe Alameda dirige el primer filme español tras el parón en el que recorre las diferentes realidades y contradicciones del país del sudeste asiático
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Reconocía la activista y escritora Arundhati Roy hace unos años en una entrevista que en realidad la única anarquía que imperaba en la India, a pesar de la visión de desorden generalizado que pudiera tenerse desde fuera, era el tráfico. Que la gente se había instalado en los demás aspectos de la estructura social sin romper las reglas. Una mirada esperanzadora y enjabonada que parece tener muchos puntos de conexión con el enfoque cinematográfico que la directora Irene Zoe Alameda propone en su primer largometraje “La cinta de Álex”. La película, que aterriza hoy en la gran pantalla convirtiéndose así en la primera producción española en inaugurar la normalidad de las salas de cine tras su dilatado cierre, traslada la perspectiva occidental, caprichosa e inicialmente clasista de una niña de doce años llamada Alexandra, al corazón rural de una India suavizada por el tamiz buenista del desconocimiento en compañía de su padre Álex (a quien da vida el actor Fernando Gil), un comerciante español nacido en Melilla que se gana la vida comprando y vendiendo productos mediante vías de dudosa legalidad.
“Nuestra obligación moral como sociedad es pulir en cierta manera la cara más tóxica de la globalización. Pese a todo, es difícil acotar la complejidad del mundo. El viaje que emprende Alexandra me permitía desde el principio abordar todos esos temas tan diversos que se ven en la película relacionados con la desigualdad, el terrorismo o la explotación desde un lugar fácil y de una manera nada adoctrinante, pero tampoco ingenua. Los niños de hoy tienen que ser capaces de ver la realidad tal y como es y los padres deberían estar preparados para explicársela cuando les pregunten por ella”, señala la directora sobre la pretensión de la historia.
No es la primera vez que Alameda rueda en la India (ya lo hizo con su cortometraje “Jaisalmer”) y se familiariza con las diferencias culturales en cuestiones de género que eso implica: “No es lo mismo ir de vacaciones que ir a trabajar. Nueve de los productores eran de allí y la comunicación y la conexión ha sido continua. Curiosamente ha habido momentos en los que me he tenido que imponer un poco. Por ejemplo en el caso del personaje de la detective Gupta. Al principio me decían “oye que aquí no hay detectives mujeres”. Y yo pensaba, “bueno esto es absurdo, algún día tendrá que haberlas ¿no?” Pues vamos a ponerlas ya. También quería que fueran trabajadoras las que aparecieran en las fábricas de fabricación textil pero fue imposible porque los maridos no dejan que sus mujeres trabajen como extras en una película. Está prohibido”, comenta.
Es precisamente la detective Gupta quien se encarga en el tramo final de la historia de acometer una investigación policial en la que se encuentra envuelto Álex, cuyo pasado revolotea incesante. Tras ser acusado injustamente de cometer un atentado terrorista y pasar un tiempo recluido en Guantánamo durante el contexto propiciado por el 11-S, el personaje de Álex alberga la esencia misma de la contradicción, tal y como explica Fernando Gil al otro lado del teléfono: “El ser humano se contradice porque es un animal social. Y esa tendencia viciosa y capitalista de acogotar al que tienes debajo que se refleja en la cinta lo ejemplifica muy bien. La multinacional exprime al personaje de Aitana Sánchez Gijón (un contacto comercial de Álex), quien a su vez me exprime a mí y, por consiguiente, yo no tengo más remedio que hacerlo con los trabajadores de la India para sacar el mayor beneficio con el menor coste. Enfrentarnos a esa bola de deshumanización nos convierte en personajes híbridos”.