El año en el que Cuerda convirtió en maestro a Fernán Gómez
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A finales de los noventa el hombre con complejo de espiritrompa, el tímido con mal carácter, el eterno admirador de Marlene Dietrich subía unos cuantos peldaños en la escala particular del conocimiento y se convertía por partida doble en maestro. De la palabra y de la escuela. Que en ocasiones es lo mismo que la vida. Fernando Fernán Gómez ingresaba como miembro de la Real Academia Española en el 98 con la elegancia de los corazones nobles: “ignoro qué puede aportar a la docta casa una persona como yo", declaraba minutos después de conocer la noticia. Tan solo un año más tarde se colocaba un sombrero ligero, dejaba crecer un discreto bigote y se enfundaba en un traje cuyas costuras parecían hechas a medida para meterse en la piel de Don Gregorio, ese profesor de la Galicia rural que utilizaba los libros como particular refugio para conseguir que los sueños no se muriesen de frío y la intimidad de las sillas y los pupitres de las aulas para transformar a sus alumnos en personas libres.
En “La lengua de las mariposas” Jose Luis Cuerda aparca momentáneamente la mirada surrealista con la que había inaugurado una manera personal de observar el mundo -plasmada con anterioridad en cintas como “El bosque animado”, “Amanece que no es poco” o “Así en el cielo como en la tierra”- y se agarra a la sabiduría que guardan las raíces de la tierra, a la utilidad del paralelismo de la lengua de las mariposas con el muelle de un reloj, a los paseos por el campo y al escepticismo de los meses de otoño para retratar con delicada honestidad la peripecia de un maestro -esa malograda palabra que parece haberse perdido entre los márgenes de la Historia- republicano de fuertes convicciones antifascistas que entabla una didáctica relación con Moncho, un joven tremendamente curioso que está en una de esas edades en las que la vida apenas está empezando a salir para él y que terminará encontrando en la figura del profesor un caleidoscopio completamente nuevo con el que interpretar de manera distinta el pueblo, el odio, la naturaleza que rodea los parajes gallegos, las emociones, el aprendizaje, el amor y las ideas antes de que estalle la guerra.
A medida que transcurre la cinta a uno le resulta complicado discernir entre Fernando y Gregorio, entre Gregorio y Fernando. Y es que el autor y director de “Viaje a ninguna parte” consigue derramarse en términos interpretativos en el cuerpo vaciado de un personaje que, al igual que él, ama por encima de todas las cosas el poder transformador de la educación, utiliza su vocación como motor principal de su actividad y la potencia de su voz cavernosa para proyectar con claridad su pensamiento: “En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico. Y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. Nadie les podrá robar ese tesoro”.
Fernán Gómez siempre estuvo cerca de la enseñanza a pesar de que tuviera que abandonar la carrera de Filosofía y Letras tras el comienzo de la guerra y Cuerda supo vehicular con acierto su espíritu educativo y sobretodo, divulgativo, con el protagonista de la cinta. Basada en uno de los tres relatos que forman parte del libro de Manuel Rivas “¿Qué me quieres, amor?”, en “La lengua de las mariposas” el director albacetense señala a través del realismo cinematográfico la mutilación educativa de la época, la importancia capital de los libros y la repulsa hacia la censura estatal. Parece estar preguntándose en voz alta “¿en qué momento nos olvidamos de la inocencia?”. La reflexión pausada que elaboraba Cuerda al final de su biografía “Memorias fritas” (Pepitas de calabaza, 2019), resulta hoy, más oportuna que nunca para encontrar respuesta; “Llega el momento en que no recuerdas si te has olvidado de todo lo que querías olvidarte”.