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...Y seguimos esperando a Godot

El espacio madrileño de Bellas Artes estrena el clásico de Samuel Beckett considerado pieza clave del teatro del absurdo, en versión de Antonio Simón
larazonLa Razón

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El hombre que vivió en el contexto de la II Guerra Mundial es el personaje del drama que Samuel Beckett (Dublín, 1906- París, 1989) quiso escenificar en su obra «Esperando a Godot»; sin embargo, más que una obra de teatro de una época determinada es ya un clásico universal cuya representación entrado el siglo XXI «sigue siendo vigente porque habla de la condición humana, de lo mejor y lo peor de ella, de esa necesidad de buscar, no solo sentido a la vida, sino en lo que hacemos en cada momento», justifica Antonio Simón, director de la propuesta que se presenta en el teatro Bellas Artes de Madrid protagonizada por Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu y Jesús Lavi.
La obra, estrenada en 1953, se considera una pieza clave en lo que se conoce como «teatro del absurdo». Dos amigos, casi hermanos, Vladimir (Didi) y Estragón (Gogo), una extraña pareja con aspecto de vagabundos, esperan en vano junto a un camino y bajo un árbol a un tal Godot, con quien (quizá) tienen una cita. El público nunca llega a saber quién es Godot, o qué tipo de asunto han de tratar con él. Mientras aguardan, hablan, discuten, juegan, se desafían, se reconcilian, se aman o se repelen, hasta que llega Pozzo, un hombre cruel pero culto que afirma ser el dueño de la tierra donde se encuentran, y su criado (o esclavo) Lucky. Tras su partida, un niño trae un mensaje de Godot: «No vendrá hoy, pero vendrá mañana». Desde siempre, la obra ha suscitado múltiples interpretaciones e interrogantes. ¿Quién es Godot? ¿Es Dios? ¿Qué esperan realmente sus personajes? ¿Qué se cuenta en verdad? ¿Qué sentido tiene todo?
Hay cabida para la esperanza
La lectura personal que hace Simón es que, «por muy mal que lo pase el hombre, es difícil que acabe siendo un ser nihilista, sino que, al final, se acaba encontrando el sentido», y esto es lo que ha querido potenciar, «que el sentido se encuentra en el otro, en conseguir con él momentos de ternura, de humor –aunque sea muy negro–. Ese es el enfoque del montaje, prescindir un poco de quién es Godot, de su lectura metafísica más profunda, incluso religiosa, que está, pero que yo he puesto en un segundo plano para resaltar la idea de que al final lo que nos salva es el encuentro con los demás, lo humano de la relación entre ellos». Por eso hay cabida para la esperanza, que según Simón, «se convierte en algo no vacío cuando se pone en el otro, cuando en ese ¿y ahora qué hacemos?, la respuesta está en la mirada “con” el otro, en conversar, jugar, en crear algo, y esa magia conseguida entre dos personajes que no pueden aguantar el tedio y el aburrimiento, es la única manera de sentirse vivos, de sentirse existir creando constantemente juegos. Mi visión de esa necesidad no es negativa–explica–, porque creo que la vida es eso, crear contacto, juegos, relaciones, eso es lo que nos salva del vacío existencial en el que los personajes parecen caer», asegura. Para llevar al plano escénico esta propuesta conceptual, Simón dice haberse inspirado «en la estética del cine mudo de Laurel y Hardy, Keaton o Chaplin, en el mundo del actor cómico de pantomima por todas las referencias a espectáculos que contiene la obra, como el “music hall” o el circo, y porque eso está en el juego de los actores, pero sin perder nunca la profundidad y la hondura humana», añade.
Incertidumbre total
Se ha dicho que la obra es una sátira contra la sociedad, «pero yo creo que más bien lo es sobre la propia condición humana, aunque con cariño, no me parece tan despiadada y amarga como afirman. Evidentemente –aclara Simón–, tiene ese punto horriblemente cómico, pero también hay un trasfondo de dignidad en los personajes y esa eterna necesidad de conflicto entre el ser y el hacer, que está muy bien descrito aquí, por eso es actual y universal». De alguna manera, Vladimir y Estragón representan la fragilidad del ser humano, «ambos lo han perdido todo, no tienen nada, y ese desvalimiento conecta muy bien con la sensación de incertidumbre total que tenemos todos hoy en día y la hace más actual que nunca. En realidad –prosigue el director–, lo que Beckett está diciendo a sus espectadores es: vosotros sois los que esperáis a Godot, esa es la esencia del espectáculo, hasta qué punto todos nosotros estamos esperando a Godot».
Simón concluye afirmando que la obra tiene poesía, ternura, risa, dolor, y por eso ha querido potenciar cuanto tiene de entrañable y humano. «La he bajado muy a la tierra para ahí encontrar todos los sentidos, lecturas y metáforas que tiene y, cada vez que la veo descubro más. Me parece que la etiqueta de teatro del absurdo que en un momento tuvo sentido, hoy no lo tiene tanto. La pieza tiene una coherencia lógica increíble, un vigor extremo, pero absurdo nada. Cuenta con una coherencia en la construcción dramatúrgica de relojero. No hay un argumento ni una ficción, pero entre los personajes están pasando permanentemente cosas».
Sin lógica ni coherencia
En las décadas de los años 40 a los 60 del siglo pasado, un grupo de dramaturgos publicaron una serie de obras calificadas como teatro del absurdo por compartir ciertas características comunes, ausencia de trama, diálogos repetitivos, falta de secuencia dramática y un aparentemente sin sentido que simboliza el tedio y la carencia de significado de la vida humana. Un teatro existencialista que cuestiona a la sociedad y al hombre a través del humor –Beckett dijo de Godot que era una obra «horriblemente cómica»– y de una aparente incoherencia y falta de lógica.
DÓNDE: Teatro Bellas Artes, calle del Marqués de Casa Riera, 2, Madrid.
CUÁNDO: del 21 de noviembre al 5 de enero.
CUÁNTO: entre 24 y 28 euros.