Libros y felinos

La escritora que amaba a los gatos

Un libro recoge algunos de los diferentes textos que la autora Patricia Highsmith dedicó a los felinos, entre cuentos, poemas y ensayo

Uno de los dibujos de gatos de Patricia Highsmith
Uno de los dibujos de gatos de Patricia HighsmithLibros del Zorro Rojo

Si miramos el álbum con las imágenes que forman parte del recorrido vital y literario de Patricia Highsmith comprobaremos que los gatos siempre tuvieron una presencia importante. Eso es lo que podemos encontrar en algunas de las muchísimas imágenes que se guardan en su archivo personal, hoy conservado en los Swiss Literary Archives, incluso las que están relacionadas con su infancia en Fort Worth. Es allí donde vemos a la niña Patricia posando con un gato de juguete en el exterior de la casa de su abuela.

Por eso no es extraño pensar que, además de ser una gran autora del género negro, Highsmith fuera una de las escritoras que dedicara algunas de las mejores páginas que se han deidcado a los felinos. Libros del Zorro Rojo publica esta semana un pequeño gran volumen que nos permite conocer esa otra faceta de la creadora de Tom Ripley. «Gatos», que es como se titula esta joya literaria, contiene tres relatos, tres poemas y un ensayo, además de una colección de dibujos que nos descubren otra faceta de la narradora.

Los gatos fueron una parte importante en la vida de Patricia Highsmith. Como ella misma le aseguró en una entrevista al también escritor Naim Attallah, «cuando me levanto por la mañana, primero preparo el café y luego le digo a mi gato: “Vamos a tener un día estupendo”». En el volumen que nos ocupa podemos leer un delicioso texto en el que la autora de «Extraños en un tren» se justifica por su estima a estos animales. ¿El motivo? «Me gustan los gatos porque son elegantes, silenciosos y decorativos, pequeños leones razonablemente manejables que se pasean por la casa. Debería decir que son casi siempre silenciosos, porque una gata siamesa en celo no es silenciosa. Creo que los gatos dan menos problemas que los perros, aunque reconozco que más fácil viajar con perros».

Las crónicas nos dicen que la protagonista de estas líneas no era una persona que se pueda calificar como cálida. Lo suyo era vivir y trabajar en soledad. Pero, pese a ello, encontró en los gatos, a los aliados perfectos para su trabajo literario, para dedicarse a escribir obras indispensables como «El talento de Mr. Ripley» o «El amigo americano». Con los gatos a su alrededor, tenía algo más que una simple mascota. Ella misma aseguraba, cuando se le preguntaba qué aspiraba a tener en la vida, que lo que buscaba era «una encantadora casa de dos pisos, buenos martinis y una buena cena con vino francés... una esposa, libros y un gato siamés».

Y, sí, los gatos siameses fueron su pasión. El último que tuvo, el que lo acompañó hasta su muerte respondía al nombre de Spider. Pasó a manos de otra escritora, Muriel Spark, tras el fallecimiento de la autora de «La celda de cristal». Spark aseguraba que «se notaba que había sido el gato de una escritora. Se sentaba a mi lado, serio, mientras escribía, mientras mis otros gatos se esfumaban». Era el mismo Spider que se divertía jugando en la mesa de trabajo de Highsmith y que pasaba el tiempo acercándose a la máquina de escribir de su dueña.

Si volvemos al ensayo que contiene la selección de Libros del Zorro Rojo, Patricia Highsmith admite que ha tenido suerte con sus felinos. Es decir, que no ha habido problemas con los arañazos en los muebles, ni ha logrado que su casa quede marcada con malos olores. Y eso es una ventaja con respecto a otras mascotas porque «no me gustaría tener que pasear a un perro dos o tres veces al día, haga el tiempo que haga», añade en su texto.

Había otra virtud en los gatos que era imprescindible para la escritora. Y es que «detrás de su expresión serena, los gatos esconden una enorme capacidad para hacer travesuras. He visto a mis dos gatos buscar el regazo de una visita alérgica a los gatos, o que francamente los detesta».

Sin pretenderlo, Patricia Highsmith seguía una larga tradición de literatura y gatos, una andadura que ha incluso proporcionado obras de culto como es el caso de «El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya» de T.S. Eliot o el célebre e inolvidable cuento «El gato negro» de Edgar Allan Poe. Precisamente a al poeta y narrador estadounidense cita Highsmith cuando trata de buscar los puntos en común entre el mundo de las letras y el de los mamíferos a los que tanta estima dedicó. «Me alegra cumplir los años el mismo día que Edgar Allan Poe, el 19 de enero. Es otro “no solterón” al que por lo visto le gustaban los gatos. El gato pardo que tenían él y Virginia se tumbaba a los pies de la cama cuando ella estaba enferma; le daba calor cuando no tenían dinero para calentar como era debido su casita de Yonkers». En esta misma línea, la novelista sitúa también a otros compañeros de armas literarias en el género negro como fueron Raymond Chandler o Georges Simenon porque «los gatos ofrecen a los escritores algo que los seres humanos no pueden ofrecer: una compañía que no es exigente ni intrusiva, tan placentera y cambiante como un mar tranquilo que apenas se mueve».

Patricia Highsmith, quien también sentía cierta fascinación por los caracoles, incluyó a los gatos en su propia literatura. En los poemas que encontramos en esta antología les de vida y voz recordando, como si se tratara de un felino, que «todo en el mundo/ se creó para que yo jugara: los saltamontes, los travesaños de las sillas, los lunares,/ las sombras, la motas de polvo y mi propia cola».