Espionaje en EEUU
El FBI: “Si Hitler sobrevivió, sufre asma, úlcera y se afeitó el bigote”
Poco después del final de la guerra, los federales buscaron al dictador en Hollywood y Argentina
Puede parecer una historia absurda, casi un guion de película cómica, pero meses después del final de la Segunda Guerra Mundial los aliados se volvieron locos buscando a Adolf Hitler. Los rumores de que no se había suicidado en el búnker y que había huido estaban a la orden del día. El FBI se encargó también de comprobar si aquello era cierto o un burdo rumor. Este diario ha podido consultar el expediente que la agencia redactó alrededor de uno de los más nefastos personajes de la historia, encontrando uno de los relatos más increíbles en los primeros días de la posguerra.
El 28 de julio de 1945, casi tres meses después de que Hitler se hubiera quitado la vida en la cancillería con su esposa Eva Braun, un informante del FBI, cuyo nombre sigue censurado, acababa su comida en el Melody Lane Restaurant de Hollywood. Cuando se disponía a abandonar el local se encontró con un amigo que mantenía una conversación con otra persona. “Era evidente que tenía un problema en mente”, apunta el informe desclasificado. El problema es que estaba buscando algún “alto oficial gubernamental que pudiera garantizarle inmunidad” si proporcionaba la siguiente información.
Siempre de acuerdo con el expediente del FBI, el informante decía ser una de las cuatro personas que habían sido testigos de la llegada de Hitler y miembros de su partido a la costas de Argentina a bordo de “dos submarinos aproximadamente dos semanas y medias después de la caída de Berlín”. El primer submarino “llegó cerca de la orilla alrededor de las once de la noche”. Dos horas después fue el turno del segundo de los submarinos del que salieron Hitler, dos mujeres, un médico y varios hombres formando un total de medio centenar de personas. Todos fueron recibidos por altos cargos del ejército argentino y fueron llevados en carruajes hasta un rancho ubicado al sur de los Andes. Posteriormente, según el informante, los viajeros se fueron dispersando por varias poblaciones como San Antonio, Videma o Carmena.
“Mantiene que puede ofrecer los nombres de los seis oficiales argentinos y además los nombres de los otros tres hombres que ayudaron a Hitler a llegar a su lugar secreto”, según el FBI. A ello se le sumaban algunas pistas sobre cómo se encontraba en ese momento el genocida: “Hitler está sufriendo de asma y úlcera, se ha afeitado el bigote”.
En el documento incluso se dan las instrucciones para poder dar con los contactos necesarios que permitirían a los oficiales estadounidenses llegar hasta el rancho en el que estaría Hitler resguardándose. Solamente había que seguir estas indicaciones: “Si quieres ir a un hotel en San Antonio, puedo prepararte que un hombre se encuentre contigo allí y localizar el rancho en el que se encuentra Hitler. Está fuertemente protegido, por supuesto, y estarás arriesgando tu vida si quieres llegar hasta allí”. Incluso se facilitaba un número de teléfono como contacto para poner en marcha la operación: Hempstead 8458.
Unas líneas más adelante se nos comunica que el informante se llamaba Jack, aunque se ignora su apellido. El periodista con el que habló creyó tener una bomba en las manos y trató de publicarla en el diario en el que trabajaba, pero no pudo ser. Aquella historia provocaba demasiado “miedo” en la redacción.
Pero lo que parecía una buena pista se fue desdibujando con el paso de los días. No se encontró ninguna referencia sobre este informador ni en los archivos policiales ni en los del FBI. También se buscó algún dato en las oficinas de inmigración, pero nada de nada. Poco después se llegaba a la conclusión de que era imposible localizar a Hitler con estos datos, los primeros que obtuvo el FBI sobre la hipotética huida del dictador y que generarían con el paso del tiempo no pocos ríos de tinta.
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