Arte, Cultura y Espectáculos
Francesca Thyssen: «Aunque la del Thyssen es una colección familiar, yo no tengo un derecho sagrado»
Siempre comprometida con la ecología, participa en la Cumbre del Clima de Madrid y ha instalado en el patio del museo una obra-protesta de John Gerrard
El 10 de enero de 1901 explotó un géiser en el campo petrolero de Spindletop, en Texas. Durante nueve días manó de él un chorro de 45 metros de alto que expulsó el equivalente a 100.000 barriles diarios. Aunque ya Estados Unidos explotaba el oro negro desde mediados del siglo anterior, Spindletop fue la cuna de gigantes petroleros como Exxon y Texaco. Para el artista irlandés John Gerrard recrear ese lugar es recordar que la revolución del siglo XX ha supuesto la destrucción climática del XXI. En un mundo virtual, como el de un videojuego, Gerrard ha instalado en Spindletop una bandera de la que brota dióxido de carbono. «Western Flag» es una enseña de protesta que permanecerá izada en el patio del Museo Thyssen-Bornemisza mientras se celebra la COP25. Francesca Thyssen adquirió la obra este año a través de su fundación, TBA21, que dedica gran parte de sus recursos a apoyar a artistas que comparten su pasión por la ecología y las causas sociales. Es también su segunda exposición desde septiembre en el museo fundado por su padre. Y es que TBA21 es cada vez más madrileña: «Estamos buscando al compañero ideal para comprometernos más con los artistas españoles. No siempre se trata de traer ideas extranjeras a España, sino de ver qué hay en España que se puede llevar fuera», asegura. Tras una charla en el Instituto Empresa sobre arte y sostenibilidad junto a John Gerrard, Francesca Thyssen habla de lo importante que ha sido para ella contar con el ministro Guirao –«sin su apoyo nada de esto sería posible», afirma– y cómo su fundación desea «integrarse en la ciudad».
–Terminó su intervención con un comentario sobre el incierto futuro del arte. Y John Gerrard afirma que ese futuro pasa por sacar las obras de los museos a las calles, ¿está de acuerdo?
–Francesca Thyssen: No es únicamente una cuestión de sacar el arte a la calle, sino de llevar a las personas a la naturaleza. Necesitamos sacarlas de sus rutinas y ponerlas en contacto con la naturaleza y con los pueblos indígenas, que son los ecologistas originales. Me refiero a entablar conversación con ellos, no solamente a ofrecerles la posibilidad de sentirse escuchados, que es lo que sucede en la COP, donde realizan unos eventos paralelos a los que invitan a los pueblos indígenas a hablar. Pero, como el arte, se trata de un programa un poco secundario. He sentido muchas veces que el arte está relegado a ser un «programa de señoras». Es lo que sucede en el Foro Económico Mundial, donde el arte nunca está en el centro de los debates. Nuestra responsabilidad es modificar estos paradigmas que tanto nos condicionan.
–John Gerrard: Hay un exceso de masculinidad. Punto y final.
–F.T.: Bueno, estamos aquí con un hombre blanco, pero, sí, hay muchos hombres blancos en el mundo del arte. Aunque sé que cada vez están surgiendo más mujeres artistas y comisarias. En TBA21 apoyamos a muchas de ellas, de hecho, todas nuestras comisarias son mujeres: Soledad Gutiérrez, Chus Martínez, Stefanie Hessler, Daniela Zyman...
–Gerard, una obra como «Western Flag» abre un debate sobre la tecnología al servicio del arte y sobre la naturaleza de la inspiración y la creación artística, al menos, desde un punto de vista tradicional.
–J.G.: Tenemos que recordar que la magnífica colección del Museo Thyssen-Bornemisza involucra una enorme cantidad de tecnología: los lienzos y la pintura son tecnología. Me opongo a la idea de que estoy utilizando una tecnología exótica. Los artistas estamos inmersos en las condiciones de nuestro tiempo, y las del mío tienen que ver con la tecnología. No resulta nada de extraño ni exótico, lo extraño es que los estudiantes de Arte estén completamente desconectados de la informática. En otras áreas del saber, como la Física o las Matemáticas, lo primero que aprenden es a modelar la realidad. Lo primero que enseñan a los estudiantes de Arte es a registrarla. Eso es una tragedia. El vídeo es una tecnología del siglo XX; no se trata de algo experimental, lo siento, señores.
F.T.: Cuando estuve en la Bienal el año pasado vi varios trabajos en los que se notaba la influencia de la industria de los videojuegos, pero las obras no trataban temas que me conmovieran en absoluto. Quizá ya estoy mayor, aunque me interesa apoyar a los artistas para que trabajen en el medio que quieran siempre que me cuenten una historia y me dejen con la impresión de que tengo que reevaluar mi vida y a mí misma. Por eso busco que nos cuestionemos como organización, que cuestionemos nuestra programación anual, nuestras publicaciones... Cada año nos sentamos y nos reevaluamos, nos hacemos estas preguntas.
–¿Preguntas sobre sostenibilidad?
–F.T.: Sí, también. Pero, además, sobre a dónde queremos llegar. Más que proyectos, queremos crear eventos, que es lo que impulsa al mundo del arte ahora mismo. Nos preguntamos cómo podemos ayudar a los artistas a desarrollar sus obras en lo tecnológico y en lo conceptual. Ese es el papel del comisario. Nos preguntamos también cómo podemos salir de nuestra zona de confort, es decir, cómo involucramos a la sociedad civil. Para eso nacieron los museos, pero ahora todo tiene que ver con los números. TBA21 no quiere aterrizar en Madrid con su colección y sus valores, sino buscar la manera de integrarse en la ciudad. En el Thyssen nos invitan a contribuir con la programación y a investigar si el arte contemporáneo tiene lugar en un museo por lo demás histórico. Aunque se trata de una colección familiar que ya alcanza las cuatro generaciones, eso no quiere decir automáticamente que yo tenga un derecho sagrado; debe considerar si tiene sentido y si contribuye algo.
–En lo individual, ¿cómo practica la sostenibilidad que defiende en lo artístico? ¿Pueden los comportamientos de cada uno generar un verdadero cambio?
–F.T.: Hacemos una compensación de carbono de nuestras exposiciones y de todos mis viajes. Y creo que los niños tienen mayor conciencia de la importancia del medio ambiente. Cuando tenía nueve años, mi hija me dijo: «¿Por qué tienes el grifo de la ducha abierto mientras te lavas los dientes?». Pero a mí lo que me falta es ese elemento revolucionario que viví en Londres durante los ochenta, cuando todos salíamos a protestar. Ahora no se lucha por las cosas, hay demasiada complacencia.
–¿Su hija Eleanore comenzó a trabajar en TBA21, como había comentado?
–F.T.: No, está en Milán terminando su máster.
–¿Cree que va a continuar con la tradición familiar de coleccionismo?
F.T.: Espero que sí. Le interesan mucho el arte y el diseño y está muy involucrada con el legado familiar, ya sabes, con el Thyssen y con la colección. Le encanta ir a eventos de arte conmigo. Y a mi hija menor también, aunque ella es más ecologista.
–El coleccionismo ha cambiado mucho desde la época de su padre, ¿alguna vez se ha preguntado cómo vería él su manera de invertir en arte?
–F.T.: He contado la historia de cuando íbamos a la Unión Soviética en los ochenta, cuando mi padre estaba promoviendo el fin de la Guerra Fría utilizando la cultura como una forma de diplomacia. Pero el arte como diplomacia quizá sea algo del siglo pasado, ahora hablamos de arte como agente de cambio. Los artistas están tomando la palabra en lugar de los políticos. Durante los últimos veinte años hemos estado hablando de arte conceptual, y yo nunca logré comprenderlo realmente. Sé que es importante y que los museos lo veneran, pero, al mismo tiempo, ¿han abordado los temas más urgentes, como el feminismo y el cambio social y climático? Hay un gran departamento en el Reina Sofía dedicado a estudiar estos temas; esa determinación no es algo que tengan todos los museos. Siento una enorme admiración por el Reina Sofía.
–¿Diría que España está a la cabeza de este tipo de temas respecto a Europa?
–F.T.: Absolutamente. Y por eso tanta gente está viniendo a Madrid ahora mismo. Y es la razón por la que nos estamos trasladando aquí, en parte. Es un lugar... en italiano dirían «in gamba», una ciudad que está en movimiento.
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