Alarma en el campo
La sequía asfixia a los agricultores: «No sé hasta dónde aguantaremos»
Un agricultor de Córdoba relata a LA RAZÓN las consecuencias de la escasez de agua en su explotación y propone la construcción de balsas para garantizar el riego
Las recientes lluvias caídas en Andalucía no han sido suficientes para calmar la sed del campo. «Hace falta mucho más. Si se hubiera llevado una semana lloviendo sin parar podríamos haber mantenido la arboleda, pero estamos todavía muy lejos de llegar al cien por cien de la cosecha». Es el amargo lamento de Francisco González, agricultor de Palma del Río (Córdoba) que relata a LA RAZÓN las consecuencias de la persistente sequía en su explotación. La voz de González es una de las miles que están padeciendo la escasez de precipitaciones en la comunidad autónoma, un problema que se une a otros como la competencia desleal de terceros países, los altos costes de la energía o la crisis endémica de precios en un sector que está tomando las carreteras para protestar por esta tormenta perfecta que lastra el medio de vida de muchas familias.
González tiene una plantación de cítricos de unas 40 hectáreas entre los términos municipales de Hornachuelos (Córdoba) y Peñaflor (Sevilla). Califica la situación de «desastrosa» porque en un año con lluvias normales en una hectárea de naranjos se podían recoger 35.000 kilos de media y ahora, con una preocupante escasez de agua, apenas se llega a los 10.000, todo ello «dependiendo de la zona o de si se ha podido tener acceso a agua de pozo». La comisión de desembalse de la demarcación del Guadalquivir acordó otorgar a su explotación 680 metros cúbicos de agua de riego por hectárea, la misma cantidad del año pasado, frente a los casi 3.000 que recibía habitualmente. «En nuestra comunidad tenemos balsas y, cuando se hacen desembalses, las llenamos y nos van dando dos o tres horas de riego. Así vamos racionalizando el agua para que el árbol no se muera, pero las cosechas se quedan cortas de calibre o se secan porque las tierras son muy ligeras».
Reconoce que el negocio no es rentable actualmente. «No sé hasta dónde aguantaremos», asegura, además de recordar las fatales consecuencias de la última gran sequía, la del año 1995. «Al final de ese año llovió y se llenaron los embalses. Esa era la esperanza que teníamos el año pasado, pero no ocurrió». En aquel año la arboleda no era tan frondosa como ahora. En el entorno de su explotación la arboleda copa el 80% del terreno y las pérdidas económicas «son brutales», una situación que afecta también al empleo. «Los almacenes este año apenas están trabajando porque no hay kilos para mover».
¿Qué es lo que pueden hacer las administraciones en este contexto? Lo primero, agilizar los trámites y no poner trabas. «Hemos estado 14 años luchando para que nos permitan hacer una balsa. Creo que está bien peleado», señala, además de criticar que solicitó hace dos años a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) la instalación de unos paneles fotovoltaicos «y todavía no sabemos cuándo nos los van a poner». No obstante, reconoce que con el cambio de Gobierno en Andalucía hace cinco años «los trámites se han empezado a agilizar».
Mientras llega la ansiada lluvia, este agricultor propone la construcción de balsas en el entorno del río Genil, pequeñas infraestructuras que «nos permitirían acumular la mitad del agua que necesitamos en un año». «Todas las explotaciones de más de 60 hectáreas podrían tener una balsa, subvencionada por la administración. Se llenarían en invierno y en verano tendríamos agua disponible para el riego». En cuanto a las protestas que está llevando a cabo el sector, reconoce la complejidad del problema. «La Unión Europea nos marca unas condiciones, nosotros las cumplimos porque son nuestros socios, pero lo que no se puede hacer es comprar naranjas de Egipto que no cumplen con los estándares de calidad que nos están exigiendo». El kilo de naranjas se pagaba a 40 céntimos y ahora apenas se llega los 23. Además, la prohibición de usar productos fitosanitarios está poniendo en jaque la viabilidad de las explotaciones. Los agricultores, por tanto, se quedan sin armas para hacer frente, por ejemplo, al cotonet, la temida plaga que deforma la fruta de los cítricos. «Y los controles no sirven para nada. Eso es como la droga, de vez en cuando cogen algo pero por otro lado te meten 20».
No solo Egipto ejerce la competencia desleal. González también alude a Marruecos, donde escasean igualmente los controles. «Así no podemos competir», señala, remarcando además la mano de obra barata existente en el reino alauí. «No sé si con un euro al día allí podrán comer, pero aquí no». En este sentido, asegura que para vivir de tu explotación «debes estar trabajando todos los días y echando muchas horas, si no vas a pique». La escasa producción, por tanto, ha afectado también a los modos de vida. «Antes vivías, podías invertir y comprabas maquinaria, pero ahora es imposible». Y pone un ejemplo: «Se te rompe un tractor y estás asustado porque no sabes por cuánto te va a salir el arreglo. Puede suponer una auténtica ruina».
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