Entrevista
Cristina López, escritora: "La cultura sigue siendo nuestra asignatura pendiente"
Entrelaza el amor y la historia de España de la II República en su novela «La tierra bajo tus pies», en la que reivindica la labor de las Misiones Pedagógicas
Cristina López Barrio rescata para su novela «La tierra bajo tus pies» (Planeta) uno de los proyectos más luminosos de la historia de España, las Misiones Pedagógicas. Una caravana de intelectuales, entre ellos Luis Cernuda y María Zambrano, que pretendían garantizar el acceso democrático a la cultura y paliar el desnivel entre ciudad y campo. Plazas que se convertían en teatros; paredes y trapos que proyectaban por primera vez el cine; un Museo del Prado itinerante; Don Quijote luchando contra el analfabetismo. Todo ello en una piel de toro con pitones al aire que daban cornadas al son de lo mejor y lo peor de nosotros como persona y sociedad. Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos.
Hubo un tiempo en que lo mejor de la cultura española se puso al servicio de los pueblos.
Había que rescatar una parte de la historia de nuestro país que nunca deberíamos olvidar: las Misiones Pedagógicas. Un acercamiento entre la España de la ciudad y la rural; de llevar el cine, el teatro, la fotografía y lo mejor de nuestras letras a pueblos donde una mayoría no sabían de su existencia. La cultura como bien espiritual pero también como ocio. Poner en valor la utilidad de lo inútil. Y en esto se afanaron de pueblo en pueblo Lorca, Dalí, José Valdelomar y cientos de misioneros.
Llevar la cultura a los parias de la España más profunda.
En esa época el analfabetismo era enorme. Ante esto, las Misiones toman el noble propósito de llevar a la vida dura del campo la oportunidad del descubrimiento, de conocer, de abrir la mente a la curiosidad. Regenerar España a través de la educación y la cultura. «Dar medio pan y un libro», como decía Lorca. Porque no solo de pan vive el hombre, había que nutrir también el espíritu.
La salvación de España por la educación.
Ese planteamiento y esperanza duró poco, desgraciadamente. Debía de darse una regeneración de ida y vuelta, la ciudad tenía mucho que aprender del campo. De esa España rural y sus tesoros recónditos, todo el folclore, la tradición rural y oral, toda su artesanía. Darle su valor como las raíces del país que eran. No cuajó, y aún hoy día todavía se percibe la cultura como algo prescindible. Siempre hay cosas más importantes.
Un proyecto demasiado ambicioso para las posibilidades de la época.
La revolución cultural no era posible sin una económica y social, sin la necesaria modernización del campo. Giner de los Ríos y Bartolomé de Cossío hicieron su parte al considerar la cultura como capital. Pusieron los medios para enseñar a la gente a leer, darle la oportunidad de tener acceso a la educación, que las personas pensaran por sí mismos. Ciudadanos libres en potencia. Pero el mejor de los tiempos también fue el peor de los tiempos.
Casi un siglo después hay mucho conseguido.
El avance es palmario. Ya no existe el analfabetismo funcional, se ha erradicado prácticamente. Hay una educación obligatoria y garantizada. Pero todavía no consideramos la cultura como bien de primera necesidad.
Me llamó la atención una frase de su novela: «Aunque el mundo está lleno de originales, tratamos de ser plagios unos de otros».
Sin pensamiento crítico una sociedad no funciona libre. Tendemos mucho a la uniformidad. Por eso, en la novela busco constantemente el acercamiento al otro y el contraste. La ciudad, el campo, la mujer refinada en busca del indomable personaje del campo; el laicismo y la religión, el amor imposible que no llega a ser amor. Salir de una zona de confort donde hay una cierta uniformidad. Conocer para no ser intolerante. Lo somos porque pasamos de conocer, es más cómodo.
Intolerancia, polarización, disonancia cognitiva, es decir, que otros piensen por nosotros y replicarlo por la ilusión de una afinidad ideológica. Del 1935 al año 2024 no ha cambiado mucho todo esto.
Es una pena la radicalización actual, que se vuelva a hablar de las dos Españas. Quizás menos supersticiosa, pero en algunos casos igual de cainita. Como pueblo siempre estamos dispuesto a sacar en cualquier momento lo mejor y peor que llevamos dentro.
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