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"Menú del día"

El héroe Hasél

“Estos son los héroes de hoy y desde el gobierno los aplauden a todos mientras el presidente calla”.

La viñeta de F. Pastello La RazónLa Razón

Explica el profesor Blanco en la revista de Estudios Orteguianos que tres días después de la muerte de Ortega y Gasset miles de estudiantes de la Universidad Central se concentraron en la antigua facultad de San Bernardo de Madrid. De ahí realizaron una marcha a pie, que no manifestación, hasta la tumba del filósofo en el cementerio de San Isidro. En torno a su lápida se declararon “discípulos sin maestro”. Sin romper ni quemar nada. Puede parecer una anécdota sin más pero no es así. Eran los años duros de la dictadura, quedaba todavía algo más de un mes para el ingreso de España en la ONU, y Ortega, aunque respetado, no gustaba al franquismo debido a su inicial apoyo a la república y a su enormidad intelectual, curiosa, profunda y tolerante. Virtudes que asustan a todos los sistemas autoritarios. La censura obligó a los periódicos –ay qué años tan preciosos aquellos en los que el gobierno podía decidir lo que contaban los medios, pensará Pablo Iglesias- a limitar los obituarios a un máximo de dos columnas, encabezadas con su retrato, y señalando sus “errores” doctrinales e ideológicos. También estaban prohibidas las manifestaciones públicas por lo que aquellos estudiantes que fueron a homenajear a su maestro, palabra que la censura también prohibió para referirse a Ortega, se arriesgaban a dar con sus huesos en la cárcel o algo peor. Los censores franquistas no pudieron evitar sin embargo que Azorín escribiera “deja un vacío que no sabemos cuándo podrá llenarse” o que Pío Baroja se refiriera a él como “el primer escritor de nuestra época”. Esta semana los jóvenes de esta época han reventado el centro de varias ciudades en protesta por la encarcelación de un rapero que anima a la violencia sobre los que no piensan como él, se alegra de los asesinatos de políticos o los incita. Una de las radicales de esas manifestaciones ha perdido un ojo. Es difícil entender que estén dispuestos a perder algo por un tipo que a día de hoy, incluso con todo el revuelo, tiene unas escuchas testimoniales en Spotify. Como dice FP, gran aficionado al hip hop, “los únicos conciertos para los que le llaman son para los de las carpas que el PCE pone en las fiestas de los pueblos”. Nadie durante toda esta polémica ha glosado la capacidad artística de Pablo Hasél porque no la tiene. Se ha hecho famoso sólo por acabar en la cárcel con el contexto venenoso del independentismo de fondo. La muerte de Ortega la lamentaron otros gigantes de la cultura como Stravinsky, Juan Ramón Jiménez, Victoria Kent, Gregorio Marañón. La lista es interminable. Ahora doscientos artistas han firmado una carta pidiendo que Hasél no sea encarcelado. Es bastante probable que ninguno de ellos le conozca o haya escuchado su insoportable música. En la ultraderecha ahora aparece Isabel Medina, una chica tan guapa como simple, que más bien parece un cliché de la paranoia estúpida y racista del nazismo. Sus “referentes” son Nietzsche y Wagner y dice que los nacionalsocialistas son gente elegante. Y también aspira a acabar en la cárcel. Estos son los héroes de hoy y desde el gobierno los aplauden a todos mientras el presidente calla. Quién le iba a decir a Pedro Sánchez que su silencio iba a ser clavadito al de Mariano Rajoy.