Flamenco
«Camarón»: biografía ilustrada del genio «aficionado al flamenco»
Irene Mala y Salva F. Romero, ilustradora y escritor, firman un volumen de edición exquisita en el setenta aniversario del mito de San Fernando, repasando sus hitos y las adicciones que le marcaron
El hijo de Juana la Canastera y Juan el Fragüero habría cumplido el próximo 5 de diciembre setenta años. Dicho así, muy pocos sabrán de quién se trata, pero saldrán de dudas leyendo «Camarón. La alegría y la pena» (Reservoir Books), una semblanza firmada por Irene Mala y Salva F. Romero.
Los «tiempos editoriales» permitieron la coincidencia con la efeméride, pese a que el libro estaba acabado hace dos años, como reconocen sus autores, sevillanos que coincidieron en La Línea de la Concepción. No es casualidad que la obra arranque con una imagen del genio flamenco delante del Peñón de Gibraltar, con sombrero de ala ancha, traje y prendiendo uno de tantos cigarrillos que fueron quemando su vida, hasta apagarla el 2 de julio de 1992. «Hay una presencia muy fuerte de Camarón en el pueblo», recuerdan, un lugar donde todavía puede encontrarse a su viuda, Dolores Montoya «La Chispa». Ambos recuerdan verlo pasear por sus calles rodeado de una cohorte de allegados, que contrastaba con el carácter introvertido del protagonista de la última revolución flamenca. Aquel día de julio, su San Fernando natal amaneció con la noticia, llegada desde Badalona, de la muerte de quien ya era un mito en vida. Casi treinta años después, su huella se mantiene viva. «Qué tenía es un misterio», reconoce Mala.
En una edición exquisita, recopilan sus 41 años. Así sabemos que dejó de ser José cuando su tío, del mismo nombre, lo rebautizó de niño atendiendo a su delgadez y su pelo rubio. Mala y Romero entregan una breve pero poética biografía de ese «dios en la tierra» que fue el cantaor, retratándolo en una doble vertiente que resumen con una frase suya: «En el fondo todo es una pena y una alegría». Su sueño infantil de ser torero, frustrado por un susto con una vaquilla, le dejó expedito el camino del cante que ya habían marcado sus padres y que su hermano Manuel fomentó desde muy niño llevándolo por tabernas para contribuir a la economía familiar, después de quedarse huérfanos de padre. De ahí a la Venta de Vargas, a los tablaos de Madrid y al encuentro con otro genio del arte, Paco de Lucía, con el que escribiría páginas indelebles de la historia de la música.
Los dos han retratado al artista, una con los pinceles y el otro con las palabras, tratando de captar su esencia, dividida entre su carácter sencillo y su enorme carisma. «La gente le acercaba a sus hijos para que les impusiera las manos», rememora Romero para ejemplificar hasta qué punto lo idolatraban. «Para mí algo que tiene mucho peso en su figura es esa ambivalencia: tenía una sencillez extrema pero era un ídolo de masas», apunta su compañera, mientras él lo compara con «Bob Marley porque proceden de lugares humildes, les gustaba estar relacionados con sus orígenes, hacer cosas sencillas y se convierten casi en profetas para los suyos».
«Camarón enseña que en el flamenco no hay que quedarse encadenado a unos cánones, sino que se puede investigar, innovar. Cambia la forma de verlo», dice con admiración Romero. No eluden su «faceta oscura, que también forma parte de su personalidad». «No queríamos regodearnos, pero sí plantear que había aspectos de su vida oscuros, porque era un ser humano y en torno a esos dos elementos oscila su vida y su arte». La adicción a las drogas y un trágico accidente de coche, en el que murieron dos personas, trazaron el comienzo de la cuesta abajo que desembocaría en su fallecimiento en 1992.
«Él sabía que era una influencia muy grande para la gente, por eso cuando se quitó de la heroína quiso enseñarles eso a los demás», según el autor, que mantiene que él aseguraba arrastrar una «leyenda negra» que exageraba sus «espantás» de los escenarios. «A veces me anuncian en los carteles y es mentira», cuenta que protestaba Camarón cuando le acusaban de no cumplir sus muchos compromisos profesionales. Junto a él, desfilan pequeñas pinceladas de íntimos como Rancapino, Ricardo Pachón –productor de «La leyenda del tiempo»–, Raimundo Amador o Tomatito. Para la ilustradora «es importante saber de dónde viene: él viene de la calle, se ganaba así la vida y eso te deja mella en el carácter. El contraste con Paco de Lucía era evidente». Ambos mantuvieron una relación con altibajos, que hasta la boda de Camarón estuvo férreamente controlada por el patriarca de los Lucía.
Buceando en innumerables obras sobre José Monje han compuesto una pieza breve pero profunda, original en su planteamiento, perfecta para un primer acercamiento al arte flamenco para pequeños y mayores. El escritor defiende la faceta menos conocida del artista y señala que aunque «no participaba de la cultura como la entendemos, estaba muy pendiente de la música». «Era muy estudioso, muy respetuoso con la tradición, le gustaba investigar las raíces del flamenco. Él no quería ser un mero imitador, que es lo que ha pasado luego con los camaroneros. Él hacía suyos los cantes».
Para conseguirlo no dudaba en perseguir cualquier novedad que le interesara. «Si le decían que en Almería había un tío que cantaba por fandangos muy bien, cogía el coche y se iba a grabarlo. Era un verdadero aficionado y un investigador». Y concluyen convencidos: «El genio no sale de la nada. Las cosas hay que aprenderlas. Tenía el talento, pero también un entorno favorable y supo poner en práctica su genialidad».
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