Arte
Dos exposiciones recuperan a los mecenas de los artistas marginados
La Fundación Mapfre reivindica en dos muestras paralelas la figura de Peggy Guggenheim, por su ahínco para sacar a las mujeres artistas a la luz, y la labor de Paul Durand-Ruel, que se arruinó dos veces por apoyar a los impresionistas
En 1943, mientras las bombas sacudían los cimientos de Europa, la galería Art of This Century de Nueva York inauguró una transgresora exposición. Su propietaria, Peggy Guggenheim, en consonancia con Marcel Duchamp, decidió apostar por las figuras del arte contemporáneo que hasta ese momento desconocía el gran público. En unos años de enormes reivindicaciones civiles y contingencias bélicas, ella se desmarcó de los caminos ordinarios y reivindicó el papel de las creadoras, todas esas mujeres que quedaban excluidas de las muestras y relegadas de los circuitos comerciales solo por su condición femenina. «Exhibition by 31 Women», una iniciativa que figura hoy en día en casi todos los libros, obtuvo un éxito inmediato y puso sobre la mesa a unas artistas rompedoras y originales, la mayoría vinculadas con el surrealismo y la abstracción.
Unas eran reconocidas en el reducido ámbito de los especialistas, otras eran ignoradas y otras, en cambio, con el paso del tiempo, llegarían a ser verdaderas figuras, como fueron los casos de Leonora Carrington o de Frida Kahlo. «Peggy Guggenheim inició su carrera en París y continuó en Londres. Desde el inicio le guiaba la intención de renovar el arte del siglo XX. Algunas de las que mujeres que presentó ya contaban con una larga trayectoria, otras, por el contrario, no. Lo curioso es cómo algunas de las que tenían cierto relieve han acabado perdiéndose en el olvido y otras, que entonces no eran nada, han terminado siendo personas de celebrada fama», comenta Patricia Mayayo, la comisaria de esta iniciativa, que ha contado con los préstamos de los fondos de «The 31 Women Collection», la colección que ha formado la empresaria Jenna Seagal desde 2020 y que se centra en los trabajos de las mismas artistas que participaron en la exhibición original. «Esto que ha hecho Seagal posee un enorme mérito, porque su propietaria ha llevado a cabo un enorme esfuerzo para adquirir obras de estas mujeres y eso ha conllevado, a su vez, una ingente labor de investigación, porque algunas de las piezas ya estaban muy perdidas».
El recorrido, dividido en cuatro secciones, «El yo como arte», «Lo extrañamente familiar», «Bestiarios» y «The Middle Way: lenguajes de la abstracción», no solo refleja la reformulación que hicieron estas artistas de los movimientos vigentes en su época, sino que también pone de manifiesto los prejuicios y las ideas que tuvieron que afrontar a lo largo de su carrera. Más allá de la plástica empleada, el estilo de su pintura, en sus lienzos podemos apreciar sus líneas de transgresión y ruptura, y, especialmente, su necesidad de desembarazarse de las imposiciones de una sociedad patriarcal que les impedía desarrollar su identidad y cauces expresivos. Esto aflora, de manera especial, en la parte de «Bestiarios», donde los retratos femeninos se dibujan a través de animales y signos del zodiaco. Pero también sobresale lo domiciliario, lo inmediato de su cotidianidad, y cómo lo íntimo podía suponer un espacio, más que de acomodo, de ahogo y de asfixia para unas mujeres que deseaban deshacerse de cabos y romper ataduras para expresarse por sí mismas.
A la luz de los impresionistas
En esta misma dirección viaja «Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo». La comisaria, Clara Durand-Ruel Snollaerts, ha recuperado una de las figuras de patrocinio y mecenazgo más relevantes del siglo XIX. Un hombre que muy pronto tuvo clara cuál iba a ser su profesión y el rumbo que adoptaría dentro de él, que sería siempre a contracorriente y con desprecio absoluto de los riesgos. Lo que le interesaba a Paul Durand-Ruel no era lo establecido y aceptado en la sociedad. Él sentía la peligrosa atracción que ejerce lo nuevo, eso que persigue con enorme deleite y ahínco desligarse de lo que existe, lo anterior, para erigirse en algo autónomo y con personalidad propia. Eso resultó ser el impresionismo.
Este hombre, que se arruinó dos veces por apoyar a los integrantes de este movimiento, sentía deprecio por el gusto oficial y decidió adquirir las obras de estos pintores para que pudieran seguir trabajando. Cuando las facturas y las deudas lo acorralaban, decidió marcharse a Estados Unidos. Si en Europa no vendía, lo haría allí. No se equivocó. El nuevo continente recibió aquellos lienzos con los brazos abiertos y, de esta manera, recuperó lo invertido. No se contentó solo con sostener a la primera generación de impresionistas. Lo hizo también con la siguiente y, de nuevo, ya anciano, con la última.
Esta exposición, precisamente, da cuenta del respaldo que prestó en esta época a unos artistas que muchos no reconocerán: Henry Moret, Maxime Maufra, Gustave Loiseau, Georges D'Espagnat y Albert André. «Todos ellos seguían el impresionismo, pero no imitaban a los impresionistas. Tenían su propio carácter», comenta la comisaria. A través de estas 70 telas, de un enorme colorido y con parte de los rasgos que definen el impresionismo, pero ya sin serlo, impregnados por cierta evolución, nos ayuda a completar la fotografía de este movimiento y a apreciar algunas obras inéditas y nunca vistas con anterioridad en nuestro país.