Editorial
Cataluña condenada a la provisionalidad
La incertidumbre lo envuelve todo y el interés general nada pinta en una legislatura fallida en la que, una vez más, se han dejado de lado a los ciudadanos y sus problemas
Pedro Sánchez se ha enfundado en el traje de garante de la normalización de Cataluña y no tiene intención de modificar el papel mientras sirva a sus intereses y la coyuntura no disponga lo contrario. El presidente se ha parapetado en el argumento de que los electores han cargado de legitimidad su apuesta por «el perdón» y por gobernar «para el reencuentro». «Teníamos razón», repetía ayer mismo sin desbrozar qué piensa hacer con la aritmética presente en el Parlament, y cómo, si es que lo tiene en mente, se plantea «investir» presidente de Cataluña a Salvador Illa. Más allá de las sobreactuaciones, los golpes de pecho y la traca propagandística, el futuro del Principado se vislumbra igual de oscuro de lo que ya se intuía en la noche electoral. La verdad es que los estertores del procés que venden en Moncloa y en Ferraz gracias a los indultos, la eliminación de la sedición, el final de la malversación y la amnistía no casan ni con la conducta desafiante de los actores separatistas ni, lo que es peor, con el peso de sus escaños en la Cámara. Ayer mismo Carles Puigdemont redobló su órdago contra esa Cataluña de concordia, diálogo y respeto e insistió en que presentará su candidatura a la investidura porque «tenemos más opciones que el PSC». Recordó a Sánchez que gobierna España después de perder las generales de manera clamorosa y que, en todo caso, se encontraba listo y preparado para la repetición de los comicios. Ni el tono ni la forma ni el fondo de los mensajes encajan con el político en retirada que nos retratan en Moncloa, sino al contrario. El escenario no es el de una puerta abierta al futuro, sino el del retorno al pasado, con perspectivas de parálisis y colapso. El paso al frente de Oriol Junqueras en ERC, tras su despedida de opereta para regresar a lo Sánchez, tampoco apunta a que el desafío separatista esté muerto y enterrado. Se quiera reconocer o no, Illa, y por tanto Sánchez, únicamente gobernarán si Puigdemont o Junqueras o ambos dan su plácet y esa posibilidad anda lejana. En todo caso, nada alterará el guion de la victoria del presidente, puede que ni siquiera una eventual ruptura con Puigdemont en Barcelona y Madrid, que podría darse. El presidente se aferrará al poder o, si le conviene, adelantará las generales con el viento a favor de su política en Cataluña. La incertidumbre lo envuelve todo y el interés general nada pinta en una legislatura fallida en la que, una vez más, se han dejado de lado a los ciudadanos y sus problemas, como si la interinidad o el bloqueo que se atisban no pasaran una gravosa factura a los de siempre. Luego se preguntan el porqué de tanta abstención y desinterés. La provisionalidad de una Cataluña declinante no es muy diferente a la que la nación en su conjunto padece en manos de un sanchismo sin límites, que se conduce en clave de poder, sin que, desgraciadamente, seamos capaces de prever su final.
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