Cine
Zhang Yimou: El maestro recupera la brújula
El director resucita creativamente en Venecia con la espléndida «Shadow» en la jornada en la que Jeniffer Kent, única mujer a competición, dio su visión del feminismo
El director resucita creativamente en Venecia con la espléndida «Shadow» en la jornada en la que Jeniffer Kent, única mujer a competición, dio su visión del feminismo.
La australiana Jennifer Kent cargó ayer con la enorme responsabilidad de ser la única directora que competía por el León de Oro. Declaró que no le gusta hablar de cuotas, pero que admite que sí existe una mirada específicamente femenina a la hora de contar en imágenes. No entró al trapo de definirla, porque, tanto la excelente «The Babadook», su ópera prima, como la irregular «The Nightingale», que fue recibida con insultos por parte de un gritón periodista italiano al que se le ha retirado la acreditación, desafían abiertamente la rigidez de las categorías de género. Ante los improperios, Kent afirmó que «frente a la ignorancia solo puede responderse con amor y compasión».
La primera parte de «The Nightingale» es poderosísima. Imposible explicar la escalada de violencia en que se ve envuelta nuestra heroína, Clare (magnética Aisling Franciosi), una convicta esclavizada por un sádico teniente británico en la Tasmania de 1820. El salvaje Oeste es el País de Nunca Jamás al lado de ese infierno dantesco, donde las mujeres y los aborígenes ocupan el último escalafón de la pirámide humana. Kent está a punto de convertir a Clare en un ángel vengador, persiguiendo por la selva a los asesinos que han acabado con su futuro junto a su guía aborigen, ambos representantes de una Otredad que un feroz, tribal patriarcado machaca sin reparos. La concisión narrativa y la hermosa confrontación entre el uso del primer plano y los paisajes vírgenes de Tasmania prometen un viaje vibrante, sin concesiones a la galería.
Sin embargo, Kent da un paso atrás, como temerosa de defender el «ojo por ojo», y prefiere hacer más compleja la toma de conciencia de su protagonista, que acaba por desechar la violencia sin sacrificar su objetivo de humillar al macho dominante. Eso obliga a que la película dé varias vueltas sobre sí misma, como si no supiera qué camino tomar, e insiste demasiado, hasta el punto de ser caricaturesca, en la villanía masculina. La concisión se torna en confusión, y a medida que Clare se humaniza, estrechando lazos de amistad e identificación con el que se convertirá su protector, este «western» camuflado de «road movie» a pie pierde un poco el norte.
Un gran acabado formal
Contra todo pronóstico, el que ha recuperado la brújula es Zhang Yimou con «Shadow», presentada fuera de concurso el día que se le otorgaba el premio Glory to the Filmmaker. Al lado del suntuoso acabado formal de este cuento épico, el intento engolado de Mario Martone, en «Capri Revolution», de dar cuenta de la utopía prehippie que el pintor Karl Wilhelm Diefenbach montó en la isla de Capri a principios del siglo XX, resultó prescindible.
Por su parte, Yimou afronta su particular versión de «Juego de tronos» –o lo que es lo mismo, su visión shakesperiana de las intrigas de poder de un rey exiliado para recuperar su reino, en las que se inmiscuyen los planes estratégicos de su comandante militar y su doble, la sombra del título, un civil que acabará liderando la batalla– con una energía que dábamos por perdida. Visualmente, «Shadow» no está tan lejos de los plásticos divertimentos cromáticos de «Hero» o «La casa de las dagas voladoras», esta vez sustituyendo el color por el blanco y el negro y toda la gama de grises que los contienen, en una evocación bellísima del arte chino con tinta. La novedad no está en el vuelo estético de «Shadow», ni tampoco en las maravillosas secuencias de lucha, sino en la fuerza dramática de su trama, que coloca, en la mejor tradición del cine de Kurosawa, la ambición, el amor y el honor en un mismo plano en que la intimidad y la épica fluyen en la misma dirección.