China
Wong Kar-wai: «En mi niñez las artes marciales tenían un aura mística»
Ha vuelto. Y lo ha hecho con una historia de artes marciales y, como siempre, algo más. Wong Kar-wai se adentra en la historia de Yip Man, el maestro de Bruce Lee, en una película donde la verdadera lucha es contra el destino.
Acostumbra a pasar que son los actores, y no los directores, los que tienden a llegar tarde a las entrevistas. Los directores aplican a la promoción de sus películas la disciplina que necesitan para los rodajes. No es el caso de Wong Kar-wai, que retrasó la agenda de entrevistas en la pasada Berlinale más de una hora. El agente de prensa de «The Grandmaster», que inauguraba el festival, estaba visiblemente inquieto, como si le hubiera tocado responder por un invitado díscolo e imprevisible, sin ningún sentido real de lo que es el paso del tiempo. La excusa oficial fue que el cineasta hongkonés tenía que atender sus obligaciones como presidente del jurado de la sección oficial. La oficiosa fue que no sabe lo que es un reloj: muchas de las películas a concurso empezaron con retraso, desafiando la rígida puntualidad teutona, porque el señor Wong se toma las cosas con calma. No ha de extrañarnos en un director para el que el tiempo y sus relativismos funciona como brújula emocional de su obra. Los que esperen ver en «The Grandmaster» un «wuxia» convencional se encontrarán con la sorpresa de una película que ralentiza y acelera las agujas de su pulso del mismo modo que «Deseando amar». Parapetado tras sus sempiternas gafas de sol (poco importa que nieve en el exterior), el discurso de Wong Kar-wai es tan meándrico y elusivo como sus filmes. En cualquier momento –como fue el caso– las palabras se detienen en seco, y el director se va por donde ha venido, prácticamente sin avisar.
-Después de «Ashes of Time», «The Grandmaster» es su segunda incursión en el cine de artes marciales. ¿Qué le interesa del género para reincidir?
-Siempre me han fascinado las artes marciales. En mi infancia tenían un aura mítica, pero mis padres no me dejaron practicarlas porque muchas de las escuelas donde las enseñaban estaban asociadas con las Tríadas chinas. Por otro lado, «The Grandmaster» me permitía enfrentarme a otro tipo de proyecto al que no estoy acostumbrado, de escala más épica, más ambiciosa, que explora un periodo histórico distinto al que, en general, sirve como telón de fondo de mis películas. Era una forma de investigar en mis raíces, de descubrir el pasado de mi país.
-Los orígenes del proyecto se remontan a 2002. Y la idea que le inspiró fue el visionado, en 1998, de un vídeo de Ip Man, el maestro de artes marciales que encarna Tony Leung, en una demostración física a los 79 años. Es mucho tiempo invertido en una sola película.
-Supongo que me he hecho mayor, ya no camino a la velocidad de antes (risas). «The Grandmaster» empezó como una película de kung fu pura y dura. Mi intención era que fuera completamente realista. Nada de efectos digitales. Quería recuperar el aspecto artesanal del cine de los hermanos Shaw, la época gloriosa del «wuxia». Para ello debía realizar un extenso trabajo de documentación, y me pasé tres años entrevistándome con maestros de las artes marciales repartidos por toda China, y asistiendo a demostraciones que me ayudaran a planificar las coreografías de los actores. Después rodamos en un montón de localizaciones distintas, en el norte y el sur del país. Veintidós meses repartidos en tres años. Cambio de idea constantemente, y eso ralentiza el ritmo de filmación. Me gusta impregnarme del momento, y si eso significa empezar de nuevo, replantearme una secuencia, no tengo miedo a hacerlo.
-Da la impresión, al menos en la versión europea del filme, de que el fresco histórico termina devorado por una historia de amor imposible, como si sus obsesiones le persiguieran a su pesar...
-La historia de amor es pura ficción. Creo que, siendo fiel a mis intereses como cineasta, también he sido más fiel a la figura de Ip Man. No son tan importantes sus oponentes en las luchas como los obstáculos de la vida que tiene que ir superando. Ip Man procedía de una familia rica y hasta los cuarenta no trabajó. La guerra se lo quitó todo y cuando Bruce Lee quiso que, casi a los ochenta años, hiciera una demostración pública de su arte, se negó a hacerlo por dinero. Me interesaba más la faceta íntima de su vida, y luego los efectos de la Historia sobre ella.
-Los ralentís, los congelados, los juegos con el tiempo, la importancia de los objetos... Hay un preciosismo formal, un amor por los detalles, que no es frecuente en el «wuxia» clásico, más pendiente de la acción.
-Los objetos tienen su propia vida, viven su propia existencia en el tiempo. Captarla es una de las maravillas del cine: dar vida a lo inanimado para que forme parte de nuestra memoria emocional. Aunque parezca extraño, no busco la belleza por la belleza.
-La versión americana dura 108 minutos, frente a las dos horas de la europea y las dos horas y diez de la china. ¿Respeta su visión?
-Es una versión más corta, lo que no significa que esté recortada. Es un nuevo montaje, una nueva película: hay secuencias que no figuran en la versión europea o para el mercado chino, y el resultado es un filme más lineal, que tiene en cuenta el gran interés de los americanos por las artes marciales y por Ip Man.
-El mercado chino se ha convertido en un terreno a conquistar por el cine comercial americano. ¿En qué sentido ha cambiado los modos de producción del cine autóctono?
-Hace quince años una película de la magnitud de «The Grandmaster» no hubiera sido posible en China. La apertura del mercado ha creado una industria sólida y ambiciosa. Quedan lejos los tiempos de las películas propagandistas. Por otro lado, China ha crecido muy deprisa, y en parte, «The Grandmaster» nace para contrarrestar esa velocidad, para recordarle al público joven que tiene unas raíces, que hay una cultura que hay que preservar más allá del crecimiento económico.
Un cineasta de culto que se llevó la palma
Su nombre saltó al gran público con «Deseando amar» (2000), un filme que convirtió a su director en un nombre de culto, como otros cineastas chinos antes que él. Una película que triunfó en los Premios César y en el Festival de Cannes, donde se llevó la Palma de Oro. Pero Wong Kar-wai (en la foto) ya arrastraba mucha veteranía y un puñado de trabajos que le habían convertido en una referencia, como demuestra «Cahiers du Cinéma», que se encargó de difundir su nombre. En 1988 irrumpió con «As Tears go By», aunque su leyenda comenzó a crecer con «Días salvajes» (1991) y «Este contraveneno del oeste» (1994). Su siguiente proyecto, «Chungking Express» (1994), que realizó en menos de veinte días, catapultó su fama y con «Happy Together» (1997) llegó a la antesala del éxito. A continuación vinieron «Deseando amar» y «2046» (2004) que le convirtió en una referencia ineludible. Con «My Blueberry Nights» (2007) trabaja ya con estrellas como Jude Law, Natalie Portman y Clive Owen. Hollywood le había abierto las puertas.
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