Toros

Triunfo para olvidar las cornadas (del alma)

Octavio Chacón suma dos orejas y una Juan del Álamo en la quinta de los sanfermines de Pamplona

Octavio Chacón abre la Puerta Grande de Pamplona / EFE
Octavio Chacón abre la Puerta Grande de Pamplona / EFElarazon

Buscábamos paz en la tierra, una tarde tranquila, más allá del susto que se hace bola días después de Padilla, la cornada de Ureña y la de Castaño hasta llegar al día de hoy que es fecha señalada, porque Víctor Barrio no se te olvida. Hay memoria. Memoria para el corazón y los días que te dejan sin palabras ni aliento. Aquel fue uno de ellos. Mientras las redes se colapsaban con aquellos mensajes de ánimo muchos nos quedamos mudos aquí, en el mismo lugar, en la misma fila de esta grada pamplonica de donde salen estas líneas. En la muerte de Víctor. Se nubló la faena de Alberto Aguilar aquel día. No sabía ni él ni casi ninguno. La vida sigue. Y en Pamplona dos años después no se acordaron. Sí, seguro en el valor sereno y sincero de esta gente para enfundarse el vestido de oro en plena fiesta, en mitad del jolgorio colectivo. Aquí el valor se torna mudo, pero sólo por dentro. Es cosa rara. Tragó Octavio Chacón lo indecible con un primero que igual salía desentendido del envite que se metía por dentro una barbaridad. Impasible. Valor de acero. Compromiso en bruto. Sustazo cuando le levantó los pies del suelo y por la barriga: los puñales del toro eran demonios. La oreja que se llevó oxígeno, para la tarde y su temporada. El cuarto era pasear por terreno llano, pero para el miedo, lexatín para el enfermo, pero no para soportar un triunfo de esos que te impulsan por delante. Tan noble el toro como exento de fondo, de casta, pero de buena condición. Corrección absoluta tuvo toda la faena, templada y suave, mientras el toro que nunca apoyó bien los cuartos traseros pasaba por allí. El estocadón fue el sí quiero a la oreja que le abría la Puerta Grande a Chacón. Y dejaba atrás un buen puñado de heridas, las de la carne y las del alma.

Tuvo buena condición por el pitón derecho el toro, el segundo, pasaba ligero sin entrega, pero largo; al contrario lo hacía al natural. Fue el turno de Bolívar, que nos devolvió la imagen de Madrid al echarse sobre el morillo del toro a la hora de matar. Espeluznante momento del que salió ileso. Había dejado atrás una faena resuelta de escasa transmisión. Una estocada fue también el punto final al quinto, que fue manejable en la muleta de Bolívar, con la humillación más que justa y con altibajos la faena a pesar de los comienzos de rodillas.

Una oreja cortó Juan del Álamo justo antes de que Pamplona se entregara a la merienda como aquí saben hacer. Un trofeo con un toro que sobre todo por el derecho humilló, con derrote de última hora marca de la casa, pero franco en el viaje y dejando estar al torero. Del Álamo hizo faena de todos los patrones. De rodillas en el comienzo, en el final y toreo reposado entre una cosa y la otra. Buscó el calor del triunfo del Álamo desde que comenzó la faena con pases de rodillas al sexto, molinetes y demás. Se dejó hacer el toro con franqueza en el viaje aunque, como a toda la corrida, le faltó finales. Y a la aseada faena también estructura más allá de los adornos. Se le atravesó la espada. A hombros se fue Chacón. Esta vez tuvimos una cara amable. Pamplona bullía. Como si no hubiera mañana.

Ficha del festejo:

Pamplona. Quinta de San Fermín. Toros de Cebada Gago, bien presentados. El 1º, desentendido y desigual; el 2º, noble, a media altura y de poca transmisión por el derecho y corto recorrido por el zurdo; el 3º, noble y humilla sobre todo por el derecho aunque le falta final; el 4º, noble, de buena condición y desfondado; el 5º, manejable con poca humillación; y el 6º, manejable sin finales. Lleno.

Octavio Chacón, de rosa y oro, estocada (oreja); estocada, punto contraria (oreja).

Luis Bolívar, de rioja y oro, estocada, dos descabellos (silencio); estocada (silencio).

Juan del Álamo, de verde botella y oro, estocada (oreja); estocada punto atravesada, aviso, dos descabellos (silencio).