Toros
¡Pe-pín Pe-pín Pe-pín! estrujó el corazón hasta salir por la boca
Heroica reaparición del murciano en la plaza donde fue un icono diez años después y donde sufrió una cogida espantosa y logró cortar un trofeo
Heroica reaparición del murciano en la plaza donde fue un icono diez años después y donde sufrió una cogida espantosa y logró cortar un trofeo.
Octava de sanfermines. Toros de Victoriano del Río y uno, 2º, de Toros de Cortés, bien presentados. El 1º, encastado, de corto recorrido y listo; el 2º, movilidad con poca entrega; el 3º, repetidor sin acabar de entregarse; el 4º, complicado; el 5º, desigual de ritmo; y el 6º, sobrero de Cortés, rajado y deslucido.
Pepín Liria, de blanco y oro, estocada que hace guardia, descabello (silencio); estocada (oreja).
El Juli, de azul marino y oro, pinchazo, estocada corta, descabello (silencio); estocada trasera (saludos).
Ginés Marín, de gris y oro, dos pinchazos, estocada caída (silencio); estocada (silencio)
A Pepín le dio un día, de noches tranquilas y sin alucinógenos, ¡que no se entiende! en las cabezas que sumamos números en busca de una vida en paz y una jubilación serena, que miramos la piel y nos asustamos ante las arrugas y juramos en hebreo por no sumar más cicatrices que las cesáreas felices. Un día le dio por volver en un pueblo antes casi de que empezara la temporada y se le dio bien. Con un toro, torito, y odio el diminutivo por la crueldad del toro en el momento más inesperado. Estaba bien la cosa. La cura del alma. Pero qué le pasaría por la cabeza, qué manzana envenenada arrastraría desde entonces para anunciarse en Pamplona. ¡Señores, Pamplona! Toro Pamplona. Encierro Pamplona. Toraco infernal de tamaño. Toros tridimensionados en las noches oscuras, en las que la cama no es cobijo ni para el cuerpo ni para el alma. Llegó el día y la hora. Y Pepín estaba aquí. Con todas las balas. Cargamento pleno para entregarse a Pamplona, pero “Jabaleño” no puso el camino tan recto. De rodillas le plantó cara Pepín y a la media vuelta le esperó un gañafón del de Victoriano de pocas bromas. Encastado el toro, de corto recorrido y ligero de cuello. Dura prueba que solventó con el oficio intacto, como la figura. No pasa el tiempo. Pero un cuarto. El cuarto del perdón. El de la pesadilla. El que nos estrujó el corazón. Nos dejó sin respiración. Adiós al puñetero aliento. Qué angustia. Fue ese momento en el que Pepín fuimos todos, y ninguno, porque ese cuarto fue toro de los que te recuerda que estar ahí abajo es un milagro al alcance de muy pocos, que el toro es una amenaza constante, una locura, un latido, un mundo, un submundo. Un segundo que lo cambia todo. Ese segundo irreversible. Ese segundo que nos acongoja. El segundo del miedo. Y se lo hizo saber pronto a Liria y a cualquiera que estuviera medio pendiente. Estaba al caer resolver el misterio y la cogida al torero que volvió a vestirse una década después para festejar sus 25 de alternativa fue aterrador. Qué violencia. Desmadejado. Se hizo, se rehizo, se solidificó de sus propios restos y volvió a la cara del torazo para desplantarse, para desafiarle de rodillas. (En una de estas se para el corazón de alguno y uno se queda tieso). Recto se fue detrás de la espada y el toro detrás de él como si se la tuviera jurada. Y así era. Hacía tiempo que le había tomado la matrícula. Y 20.000 personas habíamos sido testigos, agonizantes por momentos, de ello. ¡Pe-pín Pe-pín Pe-pín! volvían a corearles las peñas donde había sido un icono. El regreso había sido duro. (Y la ducha que vendría después en el calor del hotel apoteósica).
El Juli no estuvo a gusto con un segundo que tenía movilidad, pero no acabó de estar metido nunca en la muleta del madrileño y estructuró bien la faena a un quinto, desigual en el viaje, que iba y venía, pero con un ritmo muy desigual que el madrileño corrigió e igualó. No fue corrida fácil, como no es fácil la esencia del toro bravo.
Se fue largo Ginés Marín en la faena al tercero que tuvo movilidad e incluso repetición, pero no acabó de emplearse en el engaño. La faena resultó más larga que compacta. El sexto fue sobrero de Cortés. Rajado y defendiéndose por arriba. No había mucho que rascar. Habíamos acompañado a Pepín aquella tarde en la que volver a vestirse de torero fue toda una gesta.
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