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Córdoba

Morante y Vistalegre, un idilio que no conoce final

El sevillano pone la rúbrica a su tour 2014 con dos faenas llenas de personalidad y pellizco; faenón sin espada de un enrazado El Juli al sexto

Templado derechazo de Morante al segundo toro, de Domingo Hernández, ayer en Madrid larazon

Palacio de Vistalegre (Madrid). The Maestros. Toros de Garcigrande (1º), Domingo Hernández (2º y 6º) y Zalduendo (3º, 4º y 5º), desiguales aunque bien presentados. El 1º y el 2º, de poco motor pero mucha nobleza; el 3º, descastado; como el 4º, protestón y con genio; el 5º, manejable y con bondad; y el 6º, bravo, encastado y con recorrido, buen toro. Más de tres cuartos de entrada.

Finito de Córdoba, de nazareno y oro, aviso, metisaca, tres pinchazos (silencio); estocada que hace guardia, descabello (silencio). Morante de la Puebla, de marino y oro, estocada caída (oreja); media (oreja). El Juli, de azul cielo y oro, estocada trasera caída (saludos); estocada muy baja, estocada, cuatro descabellos, aviso, dos descabellos más (saludos).

Morante y Vistalegre. Vistalegre y Morante. Un romance perenne que no deja de escribir capítulos. El enésimo llegó ayer. «The Maestros». Esa vuelta de tuerca con Orquesta Sinfónica de Madrid –que siempre da gusto escuchar a pesar de que la acústica no fuera para tirar cohetes– para bajar el aterciopelado telón a la temporada del genio de La Puebla. La del Tour y los 30 acontecimientos. Vaya sí lo fue el último Dejó dos faenas marca de la casa. De «Maestro» vamos. Así en mayúscula. A veces, la costumbre de ver algo sublime nos hace que parezca corriente. Que le restemos importancia con el paso del tiempo. Lo de ayer, tuvo toda. Perdurará en el tiempo. Como la que reventó este mismo escenario hace tres años ceñido en un terno verde botella e hilo blanco. No le sobró la fuerza al segundo, protestado, pero Morante estuvo muy inteligente. Comenzó con ayudados por alto y a su altura siempre lo llevó toreado en una faena de gran personalidad. Un derroche de pellizco y duende en trincherillas, afarolados, kikirikis y mil un adornos ganando siempre terreno al toro. Notable al natural. Muñecazos de arte y suavidad en la yema de los dedos. Estocada entera y primera oreja.

La segunda cayó en el quinto, noblón que se dejó, aunque no terminara de entregarse. Al contrario, Morante, entregado. Lleno de aplomo. Economía de espacios. Tuvo la paciencia necesaria para ir a más en una faena en la que dejó una última tanda de derechazos primorosa. Larguísimo cada muletazo toreando con los riñones. Hasta donde daban. Profundidad. El epílogo final por abajo, de punta a punta del ruedo, de cante grande. Vistalegre como ese amor que nunca se apaga, de nuevo reconquistada por el sevillano.

Con un buen ramillete de verónicas saludó Finito al castaño primero de Garcigrande. Dos buenísimas. Largas y templadas. Tomó un puyazo el animal y dejó claro que, a pesar de su buen fondo, no le sobraban las energías. Pese a todo, le sirvió a Finito que dejó la esencia de su toreo caro desde el comienzo de trasteo para sacárselo a los medios. Dos trincheras, de cartel de toros. Los remates, lo mejor. Pura torería. Pinceladas añejas que se repitieron en el epílogo, media docena de trincherillas, cambios de mano y un surtido de adornos que conquistaron al tendido. Todo elegancia. Entre medias, del toreo fundamental, destacó una serie al natural. Lástima de aceros sin filo. Se enmarañó la suerte suprema con el de Garcigrande planteando dificultades. Sonó el aviso y el de Sabadell trató de apreminar sin fortuna. Nos quedamos con esa almibarada torería. También la tuvimos que devolver a nuestras retinas el cuarto. Un castaño de Zalduendo, soso y sin gracia ninguna. Sólo dos medias y una preciosa larga cordobesa para abrochar el saludo capotero. Luego, le avisó por tres veces con la pañosa. Se acostó en el viaje y le puso el pitón en el pecho. Ahí apareció la desconfianza en el diestro, más receloso y sin esa soñada relajación de su primero. Sin opción, lo macheteó. Una pena.

Sabedor del triunfo de Morante, El Juli salió rabioso en el sexto. Bravos, toro y torero. Pura efervescencia desde que se abrió Julián de capote. Clamoroso un quite en el que entrelazó a compás abierto dos chicuelinas y dos cordobinas. Eterna, la segunda. Nos pareció media vida. Casi circular. La media, otra delicia. Se fue a los medios y brindó al público. Allí planteó una faena que de no falllar con la espada entraría directa en los archivos de Vistalegre. Ligazón, rotundidad, toreo profundo y muletazos de mano muy baja, a menos de un palmo del suelo barriendo el albero. Siempre muy encajado. Poderoso Julián. La plaza, que había entrado en combustión con el quite, enloqueció con las tandas del madrileño que toreó sin enmendarse y con mucho mando, sin apenas perder pasos. Colosal ejercicio de amor propio... Propio de una figura, claro. Se perfiló camino de la gloria con la tizona, pero la enterró abajo. Repitió y cayó en mejor sitio, pero, entonces, se atragantó el verduguillo. Los dos trofeos fueron al desolladero y Julián escuchó una atronadora ovación.

En el tercero, hubo cambio de tercio. De los de Justo Hernández pasamos al primero de Zalduendo. Un animal descastado y sin raza, que se apagó un mundo en el último tercio. Había mecido el capote con bríos El Juli a la verónica, pero con la franela fue misión imposible. Hubo dos tandas entonadas en redondo, pero después perdió las manos el burel en otras tantas ocasiones y Julián se tuvo que meter entre los pitones. Ni por esas. Una utopía. Saludó una ovación. Qué distinta a la del sexto. ¡Qué faena! Y qué sentimiento de Morante. Embrujo en sus dos toros. En el Palacio de Vistalegre, una vez más. Ese idilio que no acaba. Al contrario que el mal, este sí, que cien años dure.