Sevilla
Escribano, entre el magno aburrimiento
La tarde rodó por el camino del aburrimiento como rodaron los toros de Juan Pedro Domecq y Daniel Ruiz. Para colmo de males fueron siete. El cuarto se rompió una mano al derrotar en el burladero de matadores y lo tuvo que apuntillar Lebrija para poner fin a lo que parecía el baile impotente de una tortuga patas arriba. Mal día para presumir de Fiesta y eso que ayer la media entrada larga que registraron los tendidos de La Maestranza superó la expectativa. Llamativo el apretón de público en las gradas de sol. Debido o no por el gratuito reparto de entradas, es un síntoma de que la gente quiere ver toros, afición hayla, pero no hay cartera para pagar setenta euros en el mejor de los casos por una localidad de sombra.
Caído prácticamente el telón de la temporada sevillana –queda la coda de los seis novillos para Lama de Góngora- es el momento de que los que tengan que reflexionar, reflexionen, y los que tengan que cumplir penitencia, la cumplan. Por lo civil o por lo criminal tienen que volver las primeras figuras a Sevilla el año próximo –dicen en los mentideros que la negociación pinta bien después de la implosión del lobby G-5- y la promoción de la Tauromaquia urge que se pro-fe-sio-na-li-ce. Aparcar el morrocotudo "Morante bus", negro catafalco, frente a la Malagueta o junto a Plaza Moyúa no soluciona esto.
Manolo Escribano, acartelado ayer con Sebastián Castella y El Cid, arrimó el hombro con una iniciativa novedosa. Ofreció una rueda de prensa en la mañana de la corrida que repetirá en otras plazas para responder a los medios de comunicación como responden ante los medios tenistas, baloncestistas, futbolistas o cualquier otros "istas"que mueven millones de euros en publicidad y merchandising. Fue realmente un doble hombro el que arrimó Manolo Escribano. En la plaza fue el único capaz de poner cierta emoción a una tarde que, como ya hemos dicho, transcurrió entre la sonora apertura bucal y el trote de animales semovientes. Cumplió el rito y se fue dos veces a portagayola Escribano. Quina tragó en el sexto, que salió por chiqueros con el aire de una vaca mirando el AVE. Allí aguantó, de rodillas, casi en el centro del ruedo, hasta que se pasó el capote por la hombrera contraria.
Cuando se la jugó de verdad fue en su primero. Sentado en el estribo, en estampa de Sánchez Mejías, esperó al toro que no llegaba y le sopló un par al quiebro en el espacio que no existía. El toro hincó los pitones en las tablas, Escribano hizo el "más difícil todavía"sin red y sin lona, y se rió del día que estuvo a punto de morir en Sotillo de Andrada, donde lo salvó Santa Teresa de Ávila después de que un toro lo crucificara en un burladero a la salida de un par de banderillas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar